"El primer principio de la ciencia es no engañarte a ti mismo, y tú eres la persona más fácil de engañar" (Richard Feynman). Hace unas semanas me veía obligado a reflexionar sobre las disonancias cognitivas tras el enésimo encontronazo en Twitter sobre divulgadores científicos mediáticos que tonteaban, cuando no caían de lleno, en el Lado Oscuro.
En la entrada sobre testimonios ya introducía el hecho de que somos bastante incompetentes aplicando el raciocinio de forma cotidiana, al punto de que tenemos acuñados una serie de modismos que resaltan que, cuando nos vemos obligados a hacerlo en serio, tenemos que "pararnos a pensar" o "meditarlo con la almohada".
En el mundo de las pseudoterapias, la trampa reina es el "amimefuncionismo", que viene de la mano del mentado tema de los testimonios, a los que somos muy proclives a prestar atención para intentar saber a través de las experiencias ajenas. Por supuesto, si esas experiencias son propias, y el testimonio somos nosotros mismos, el impacto no puede ser mayor.
Haya vivido o no una determinada experiencia, si ha invertido recursos personales (tiempo, dinero, sacrificio de relaciones personales o trabajos…), la apuesta mental sube y nuestro cerebro se vuelve aún más reacio que de costumbre a aceptar que puede haber metido la pata. Entran en juego, en ese momento, el sesgo de atención selectiva, el de confirmación, el cherrypicking… que buscan reforzar la postura propia.
En sectas y pseudoterapias se llegan a dar situaciones extremas en ese juego del engaño y autoengaño. Hace unos días aparecía la noticia de una autodenominada sanadora que convenció a su víctima de que no necesitaba la diálisis y que, de hecho, era la diálisis la que la intoxicaba (en una típica inversión sectaria de términos). El engaño incluía la clásica "crisis curativa" en la cual se explicaba a la víctima que, al dejar la diálisis que necesitaba, se iba encontrando peor porque su cuerpo reaccionaba para limpiarse de toxinas, cuando la realidad era exactamente la opuesta. Sus familiares tuvieron que engañarla (o quizá "re-engañarla") para que se pudiera someter a tratamiento antes de que ocurriera un desenlace fatal, pues ella había asumido como propios los discursos más extremos de la charlatana.
Pero incluso en el campo de los charlatanes, muchas veces he insistido que hay un buen número de ellos que creen genuina e ingenuamente en la charlatanería que promulgan y que, además, suelen ser a su vez víctimas nada desdeñables de la misma: en ocasiones han invertido ingentes cantidades en "cursos de formación" que no valen para nada pero les han hecho pensar que les capacitan para tomar la salud de terceros en sus manos. Incluso, en ocasiones, llegan a morir por aplicárselas. No son pocos los casos de gente que ha apostado todo lo que tenía a esos cursos o a la compra de materiales franquiciados del gurú de la punta de la pirámide (que ese ya es más raro que crea en lo que hace, salvo casos de trastornos mentales).
Cuando somos conscientes de las disonancias cognitivas, se nos genera un potencial de disonancia, una tensión, que buscamos aliviar mediante los más variopintos recursos mentales. Algo que he visto mucho es cuando un medio supuestamente periodístico publica publirreportajes pagados de contenido manifiestamente falso excusándose en que no hacen nada ilegal en tanto la empresa pagadora no esté acusada de nada, a pesar de que vulneren flagrantemente su deontología.
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