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lunes, 16 de junio de 2025

La investigación más importante

Fernando Navarro
Fernando Navarro
| Firma invitada: Gemma Marfany

Los avances científicos y tecnológicos no son sencillos de comprender. Aparte de la complejidad de los experimentos y las técnicas usadas, el lenguaje científico parece hermético, solo apto para iniciados en una rama concreta de la ciencia. Cuando se trata de artículos metodológicos, esta brecha se torna más evidente, mientras que otros artículos, como los que son descriptivos o contienen resultados experimentales, suelen comunicar mensajes que nos parecen más asequibles, nos hacen sentir más cómodos y alimentan la curiosidad por lo que nos rodea. Nos gusta saber cuáles son los últimos hallazgos de la investigación espacial, como la detección por parte del telescopio James Webb de dimetilsulfuro en el espectro de gases que emite el exoplaneta K-18b (a 124 años luz de la Tierra) y que algunos científicos piensan que es una señal indiscutible de vida extraterrestre, o la descripción de los animales que viven imperturbables en el fondo marino, como el vídeo difundido hace unos meses del primer ejemplar vivo de calamar colosal (Mesonychoteuthis hamiltoni), una cría todavía transparente, grabado con una cámara submarina robótica a 600 metros de profundidad, en la fosa de las islas Sandwich del Sur.

La naturaleza nos fascina y los avances médicos y tecnológicos nos abren nuevas perspectivas. Si preguntara cuál creéis que es el avance científico más importante, podríamos discutir si es de física o de biología, o si hablamos del avance tecnológico, si es más importante el control del fuego o la invención de la rueda, pero, muy probablemente, pensaremos en grandes hitos para el conocimiento humano, que se produjeron antes del siglo XX, mucho antes de que la ciencia se comunicara y transmitiera mediante artículos. Los científicos crecemos sobre los conocimientos que han obtenido otros que han trabajado antes que nosotros, y, por eso, publicamos artículos científicos y los difundimos para que otros colegas los lean. Si hoy nos preguntan cuáles creemos que son los avances más importantes, tenemos maneras objetivas de medirlo; por ejemplo, midiendo el impacto de nuestra investigación sobre otros investigadores, y para ello, se cuenta cuántas veces un determinado artículo es citado; es decir, cuánta gente lo referencia para construir más conocimiento a partir de aquel resultado o idea. Tenemos herramientas bibliométricas que nos permiten contar el impacto de la investigación, y evaluarla con más o menos acierto.

Así que la gran sorpresa es que, si miramos cuál es la investigación que ha impactado más en nuestros colegas científicos, no encontraremos el descubrimiento de la estructura del DNA, o de la genética del envejecimiento o la neurodegeneración, ni la teoría de la relatividad, ni de la estructura del grafeno, ni, de hecho, ninguno de los artículos de los científicos que han ganado premios Nobel. Aunque la investigación de estos grandes científicos nos puede parecer relevante, innovadora y rompedora, que impulsa nuestra curiosidad y hace volar nuestra imaginación..., resulta que, a la hora de la verdad, en nuestro día a día, mencionamos artículos grises, muy metodológicos, que no captan nuestra atención ni un segundo, y que no hacen acelerar nuestro corazón ni siquiera un latido, pero que hacen que nuestra investigación fluya. Esta es la investigación que realmente nos parece más importante para nuestro trabajo.

El pasado mes de abril, en Nature, se publicaron unos estudios sobre cuáles son los artículos más citados del siglo XXI y cuáles los artículos más citados en total (desde finales del siglo XIX, todo el siglo XX y lo que llevamos del tercer milenio), desde que tenemos datos para medir bibliométricamente. Estamos hablando de artículos que tienen más de 200.000 citas en total, o de 100.000 citas si hablamos de las dos últimas décadas. Son cifras de citas estratosféricas, ya os lo puedo asegurar. Si miramos todo el período analizado, los últimos 150 años, los artículos más «queridos» tienen que ver con medidas bioquímicas de proteínas de los años cincuenta setenta. El cambio de paradigma se da en el siglo XXI, porque, si ahora miramos los artículos más citados, encontramos muchos artículos de software, usando inteligencia artificial (aprendizaje profundo para el análisis de imágenes, de Microsoft), o para la interpretación de estructuras de macromoléculas, algunos artículos de psicología y de categorización diagnóstica de problemas de salud mental. En posiciones un poco más retrasadas, encontramos estadísticas de la incidencia de cáncer en el mundo, por tipo y país, con un gran impacto en políticas de sanidad y epidemiología. Los artículos sobre la gran pandemia de la covid-19, aunque también han merecido menciones, no están en el top 10. Así pues, los artículos que más nos han impactado como científicos son recopilaciones de datos, y metodología y programas de análisis de datos... ¿Nos gusta ordenar y analizar quizás más que innovar? Artículos que no abren nuevas puertas al conocimiento, pero que, en cambio, dan soluciones a nuestro runrún diario... ¿Quizás es que nuestra mente tiene más de los hombres grises de Momo de lo que nos creíamos? En todo caso, en los artículos enlazados en este texto podéis encontrar «vida» detrás de las cifras estadísticas, con entrevistas a muchos de los autores de estos megahits, que muchas veces todavía están sorprendidos de su éxito inesperado. ¡La fama científica sigue caminos insondables!

La bibliometría es un campo en expansión y que cada vez adquiere más matices y más complejidad. No es suficiente con análisis estadísticos que rellenan un Excel, ahora se pueden extraer y analizar muchos más datos, elaborando mapas de impacto y redes de conocimiento y colaboraciones. A los científicos se nos ha evaluado y se nos evalúa con medidas bibliométricas. Ahora, más recientemente, se nos pide que a nuestros currículums añadamos transferencia de conocimiento e impacto social, difíciles de valorar, además de un resumen narrativo sobre nuestra vida científica —nuestra visión sobre cómo valoramos lo que hemos aportado a la ciencia, cómo nos vemos y comparamos con nuestros colegas—, pero hay que recordar que la bibliometría es objetiva y la narrativa, subjetiva. ¿Tenemos la medida adecuada pare evaluar el impacto de nuestra investigación? Para pensar en ello.

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Gemma Marfany es catedrática de genética en la Universidad de Barcelona. Columna publicada originalmente en El Nacional; reproducida con autorización de la autora.

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