En 1934, poco antes de su muerte, un anciano Ramón y Cajal dio a la imprenta el que sería su último ensayo: El mundo visto a los 80 años (impresiones de un arteriosclerótico). Estructurado en tres partes ―que llevan por título «Delirio de la velocidad», «Degeneración del arte» y «Consuelos de la senectud»―, el autor nos cuenta en él que «el lenguaje ha experimentado grandes y no siempre gratas transformaciones», y nos deja saber cuáles son las tres reformas lingüísticas que consideraba más acuciantes para mejorar la claridad de la lengua española. Tras denunciar la incipiente siglomanía y buen número de galicismos (casi tan abundantes entonces como hoy lo son los anglicismos), escribía lo siguiente:
Lástima grande que la Academia no posea un Poder ejecutivo que le consintiera […], sobre todo, acometer e imponer algunas reformas de la gramática y vocabulario. Confesemos sin sonrojo que nuestra amada lengua, tan opulenta y expresiva, adolece, como todas, de algunos defectos. Eliminarlos de un golpe fuera utopía manifiesta. Mas proceder con parsimonia y por pequeños tanteos, júzgolo hacedero. En todo caso, valdría la pena de probar. Para iniciar la reforma propondría yo solo tres correcciones:
1.ª Resolver de una vez el pleito entre los leístas y loístas. Reina, a este respecto, no obstante los preceptos de la gramática, una anarquía desorientadora de cuantos desean escribir el castellano con corrección y aliño. Sabido es que contrariando la regla gramatical que concede al le valor de dativo y al lo valor de acusativo, multitud de escritores emplean sin empacho el ‘le’ para el acusativo; por ejemplo: déjale, refútale, corrígele, etc., olvidando que en tales casos el pronombre constituye complemento directo del verbo.
2.ª Añadir a la declinación de nuestro anfibológico ‘su’ y ‘sus’ en género femenino, que podría traducirse por sua, suas. Semejante reforma u otra equivalente suscitaría, sin duda, generales bromas y chacotas; con todo, si los buenos escritores la patrocinaran, acabaría por adoptarse.
3.ª Restringir la significación de la palabra sueño, limpiándola de la acepción de visión, alucinación, etc., del durmiente. Esta última acepción se concedería exclusivamente a la voz ensueño y a sus derivados. Desaparecería, de esta suerte, nuestra bochornosa inferioridad con relación a otras lenguas. Notorio es que el francés distingue ambas ideas con las voces sommeil y rêve; el alemán, con las de Schlaf y Traum; y el inglés, con los vocablos sleep (sueño) y dream (ensueño). Repararemos que no se trata de crear neologismos, sino de limitar las acepciones de dos vocablos castizos, ‘sueño’ y ‘ensueño’, a fin de evitar confusiones y circunloquios lamentables.
Off Fernando A. Navarro Offvia Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/MeCjW64
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