A nadie se le habría ocurrido preguntarlo hasta hace poco. La definición de «mujer» estaba cómodamente asentada en el vocabulario colectivo y rara vez había que ir a buscarla al diccionario (de no ser, quizá, algún estudiante de español primerizo).
Pero son tiempos extraños. Hoy, un periodista se recorre los Estados Unidos de punta a punta preguntando qué es una mujer sin que nadie le sepa (o quiera) responder. Es lo que ha hecho Matt Walsh en su documental What is a woman?, que se estrenó el verano pasado. No es que Walsh, que está casado y es padre de cuatro hijos, necesite realmente que le expliquen lo que es una mujer; lo que se propone es denunciar la miseria intelectual a la que nos arrojan las modernas teorías de género.
Vale la pena ver esta hora y media de entrevistas a académicos, psiquiatras, psicólogos, políticos y activistas, para hacerse una idea de ese disloque epistémico o, si más no, para pasar un buen rato, porque están hechas con frescura y sentido del humor. Hay momentos memorables: por ejemplo, cuando la psicoterapeuta Gert Comfrey asegura que no puede decir qué es una mujer porque ella no lo es; cuando la transexual translúpica Naia Okami explica cómo se comunica con sus congéneres, los lobos; o cuando Don Sucher, coleccionista de parafernalia de La guerra de las galaxias, razona en términos poco elegantes por qué él es un hombre y no una mujer. La tensión arrecia en otras escenas, como en la controversia con el profesor Patrick Grzanka, del Departamento de Estudios de Género de la Universidad de Tennessee, quien se revuelve en su silla, visiblemente incómodo, y sólo es capaz de repetir que «mujer es quien se identifica como mujer», definición que Matt Walsh le censura por circular: de acuerdo, le replica Walsh, pero ¿qué es eso con lo que se identifica? La objeción es válida aunque aceptemos que mujer es una condición psicológica inescrutable que únicamente la interesada puede proclamar para sí. Porque aceptar la definición que ofrece Grzanka es vaciar de contenido la palabra. Poniendo un símil profesional, si dijéramos que es médico quien se autodefine como médico, entonces nos faltaría decir, por lógica, como qué se autodefine: como una persona dedicada a prevenir, diagnosticar y tratar las enfermedades.
Como ha dicho Amelia Valcárcel, todas las religiones ponen a prueba la fe de sus creyentes exigiéndoles fe en dogmas indemostrables. La ideología de género hace algo parecido, y lo hace alterando el lenguaje, que es lo primero que tiene a su alcance. Pero los humanos somos mamíferos anisogámicos, con dos categorías inmutables de individuos que aportan sendos gametos a la reproducción. Los sexos no son ni uno, ni tres, ni un espectro; son dos. Mujer es, según el Diccionario de términos médicos, el «ser humano de sexo femenino».
En última instancia, sin embargo, si acabamos aceptando que mujer (y hombre) son sentimientos o roles sociales, será preciso encontrar nuevos términos para designar esas dos categorías biológicas. Así es como han brotado engendros léxicos del estilo de «menstruadores», «uterohabientes» o «cuerpos vaginados», que muchas feministas consideran ultrajantes y deshumanizantes, cuando no directamente monstruosos.
Y es que, por mucho que nos empeñemos en retorcer la lengua, la realidad de la biología no la vamos a cambiar.
Lorenzo Gallego Borghini
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