Umberto Eco las pasó canutas par ponerle nombre a una de sus obras más memorables. Originalmente iba a llamarse La abadía del crimen y en una segunda instancia, Adso de Melk. Ninguna de esas opciones dejaron satisfecho a Eco, que terminó decantándose por El nombre de la rosa tras inspirarse en un verso del De contemptu mundo, una obra de un monje benedictino del siglo XII, Bernardo Morliacense: Stat rosa prístina nomine, nomina nuda tenemus. De la rosa solo queda el nombre, nombres desnudos tenemos. Esta idea de que cuando todo desaparece solo quedan los nombres tiene muchas lecturas. Una de ellas, la importancia de elegir bien el nombre, porque es lo que permanece.
Ese arquetipo permite que el significado de la rosa sea entendido y compartido por todos. Todo nace y se construye desde la palabra bien elegida.
Les confieso que a mi el nombre de la Ley de Garantías y Uso Racional del Medicamento me parece muy adecuado, ya que nos remite de inmediato a un marco muy específico: el recorrido del fármaco hasta que llega al paciente, con todas sus estaciones intermedias. Y en ese marco, desarrolla cuál es el lugar que la Farmacia tiene dentro del Sistema Nacional de Salud (SNS). Poniéndole nombre definimos y acotamos. Explicamos y ayudamos a entender. Ponemos en valor lo que importa.
Más allá del irregular desarrollo legislativo de la reforma de la Ley, de sus arranques de caballo y sus paradas de burro, tenemos todos la esperanza de que en 2024 vea la luz el nuevo texto. Es cierto que los antecedentes no tranquilizan mucho, porque llevamos unos años viendo como en este tema se anunciaban plazos inquebrantables para ver cómo, casi a continuación, la realidad los quebraba. En cualquier caso, esta vez parece la buena; salvo inesperado plot twist en el guión de la legislatura (porque a estas alturas parece ingenuo descartar nada) antes de que el año se extinga, tendremos reforma.
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