Si algo aprendí durante la pandemia es la escasa importancia que tiene la ciencia para la sociedad y, consecuentemente, para el poder político y la administración. Por desgracia, esto no es un descubrimiento, la historia nos demuestra que a la ciencia se recurre cuando las circunstancias aprietan y basta un leve respiro para volver al abandono.
Tampoco es culpa directa de los políticos, ellos surgen de la sociedad y buscan implantar medidas que sean efectivas en los próximos comicios. Por lo tanto, la ausencia de un puro interés por el desarrollo científico aportando financiación y flexibilidad a la ciencia es un resultado directo de la poca relevancia en términos generales que tiene esta para la población, no nos engañemos.
Volviendo a la pandemia, es nítido el recuerdo que tengo de aquellos días -difíciles- en los que un número significativo de científicos reclamamos la constitución de un comité asesor independiente para recomendar las medidas que el gobierno y las comunidades deberían aplicar. Un trabajo complejo debido a la situación cambiante dictada por un virus desconocido.
Ese comité independiente debería estar integrado por personas expertas no sólo en inmunología y epidemiología, también economistas, sicólogos y otras especialidades. Todo para tener una visión integradora y recomendar las mejores medidas posibles de acuerdo a los datos, las predicciones y la evaluación de la situación socioeconómica.
¿Existió? Dicen que sí, de hecho, en alguna web se pudo leer un compendio de expertos nombrados por no se sabe quién, ni en base a qué. Mas ahora todo parece indicar que nunca fue funcional o simplemente jamás se convocó.
No he sido el único que se ha sorprendido al escuchar que durante la pandemia el ejecutivo central se sintió desamparado por la falta de consejo científico. Suelo tener buena memoria y recuerdo a una pléyade de investigadores -me incluyo- aportando día a día su mejor saber para orientar a la sociedad en la oscuridad de una pandemia que todos sufrimos. Además, siempre estuvo el reclamo de ese comité asesor independiente -me repito en la independencia, lo sé- que hoy parece que nunca existió.
No es momento, ni es mi intención, de echar leña a un fuego ya casi extinguido sobre la gestión de un período tan enmarañado en el que predecir devino tarea hercúlea. Soy consciente de la complejidad de aquella situación totalmente nueva para nuestra generación. Sin embargo, todo pudo ser algo mejor con el apoyo de la ciencia.
Quizá por mi propia historia vital que no tiene sentido explicar aquí, soy de los que busca mirar al futuro aprendiendo del pasado. Por ello, sinceramente aplaudo la iniciativa de crear una oficina que asesore sobre temas científicos al gobierno central. Algo que se debería replicar en las comunidades autónomas para tener en cuenta las peculiaridades de cada región, pero, repito, ha de ser independiente, sin colores políticos ni tonos suavizados y con una vida programada que superen los cuatro años.
¿Por qué insisto en la independencia? Porque somos humanos y hemos vivido lo suficiente para saber que en cuanto un político te designa como asesor, la mayoría de las veces, quiere escuchar lo que ya ha pensado y decidido. Desviarse, no es aceptado y al final todo queda en una comparsa que baila al ritmo de un solo tambor.
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