Seguro que todos hemos experimentado alguna vez el efecto del hambre en nuestra psique. El inglés, con su gran flexibilidad, ha acuñado el término hanger, combinación de anger (enfadado) y hunger (hambre), para aludir a la fiera que nos hace rugir más allá de nuestro estómago cuando manifestamos mal humor por la gazuza.
Pero el español tampoco es manco, y tiene un buen repertorio refranero sobre cómo nos transforma el apetito, y de ahí sabemos que “con la barriga vacía, ninguno muestra alegría”, pero también que “el hambre agudiza el ingenio”.
La ciencia ya ha sugerido que la grelina, la hormona del apetito, generada ante la falta de comida- ocasional, no desnutrición- se asocia a un potencial impacto positivo en la atención y la memoria.
Ahora, un nuevo estudio explora otro factor relacionado con la nutrición y los patrones alimentarios que puede estar implicado en una mejora de la función cognitiva: el perfil de la microbiota que genera el ayuno intermitente.
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