No somos únicos. La ciencia destierra la vieja idea de que las cuatro letras del ADN llevan el sello de todas nuestras singularidades. Ya no. Acaso nunca lo fuimos. Al final, biológicamente somos la suma y producto de los microorganismos con los que convivimos y, socialmente, la prueba de que la relación con el entorno acaso nos deja una huella que nos cambia y nos moldea.
El microquimerismo postula que nuestro organismo cuenta con una pequeña cantidad de células o ADN de individuos genéticamente diferentes. O sea, que no somos únicos, pero sí transferibles. El vientre materno es un punto en común con nuestras madres y con otras generaciones pasadas. El paso inexorable por allí facilita que ellas vivan en nosotros y nosotros en ellas. También supone el lugar de encuentro con esos otros que nunca nacieron, pero que tuvieron un momento de existencia celular en el útero; son hermanos y hermanas que viven en alguna parte de nuestro cuerpo, del mismo modo, la identidad de los donantes persiste en quienes reciben un cheque de vida gracias sus órganos.
"Los seres humanos somos mosaicos porque derivamos de células que son genéticamente indistinguibles, pero hay pequeñas diferencias que hacen que partes de nuestro cuerpo sean de una manera y otras de otra", afirma Lluís Montoliu, investigador en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC) y en el CIBERER-ISCIII, quien pone en contexto los fenómeno biológicos que están detrás de esas combinaciones de identidades genéticas en los organismos: el mosaicismo y el microquimerismo. "Son dos formas que definen el intercambio de células de diferentes personas y que confluyen en una", sostiene Montoliu.
Lluís Montoliu: "Los humanos somos mosaicos porque derivamos de células que son genéticamente indistinguibles, pero hay pequeñas diferencias que hacen que partes de nuestro cuerpo sean de una manera y otras de otra"
Todo suena extraño, casi a ciencia ficción, pero sucede. "Es más común de lo que parece", sostiene José María Millán, investigador del Instituto de Investigación La Fe (Valencia) y director científico del CIBER de Enfermedades Raras. Dar con las otras células en muchos casos será fortuito. Puede ser a través de un análisis de sangre que desvele que hay ADN femenino, cuando el que pone el brazo es un hombre. O que, en algún momento, se hallen células de la madre en el ser que alumbró hace años y del feto en quién albergó sus primeros momentos de vida. O puede que una prueba revele que una persona tiene la genética de un gemelo que nunca nació. O quizás, esa identidad sea visible en una parte del cuerpo.
Material más que de sobra para un guion de Hollywood, si no fuera porque todo esto describe casos reales. "La primera observación de este fenómeno se hizo hace más de un siglo, pero aceptar el cambio de dogma que supone esto ha llevado tiempo", explica Lise Barnéoud a través de la pantalla en una videollamada. "El hecho de que el sistema inmunológico no deba permitir su presencia impidió su asunción. ¿Dónde queda la misión de un sistema de defensivo que ataca todo lo ajeno? Si no es así, o hay peros, debemos replantarnos este concepto. Además, había otro obstáculo: no existían las herramientas que permitían rebuscar y caracterizar esas células diferentes".
Ahora, bajo el título Las células errantes. La fascinante biología del microquimerismo (Alianza Editorial), Barnéoud recopila, analiza y expone todo lo que rodea a este misterioso fenómeno biológico. La periodista francesa, que ha conseguido convertir esta obra en una referencia en su país, confiesa que empezó a escribir sobre ello por un motivo: "Todos hablamos ya con naturalidad de la microbiota, pero no sobre los microquimerismos". Y de ahí su empeño en dar luz a quienes dieron esos primeros pasos y a los científicos actuales que "compaginan sus investigaciones en otras enfermedades, con demostrar teorías e hipótesis sobre este fenómeno".
via Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/meAR6rz
No hay comentarios:
Publicar un comentario