Unos meses atrás les hablaba del médico, botánico y zoólogo Alexander Garden, en cuyo honor se bautizó el género Gardenia. Un aptónimo de libro, pues. ¿Aptónimo? Así llaman los ludolingüistas al nombre propio de una persona que se ajusta como anillo al dedo a su ocupación profesional. Ciertamente, Garden (‘jardín’ en inglés) es un apellido que ni pintado para un botánico que prestó su nombre a una hermosa flor.
Nomen, omen (un nombre, un destino) decían los latinos. ¿Influye el nombre en la vida que elegimos?, ¿estamos predestinados por nuestro nombre? Tal vez sí, tal vez no; pero llama la atención la relativa abundancia de aptónimos.
Cuando uno toma consciencia de su existencia, empieza a verlos por doquier, pues no son tan raros como en principio cabría pensar. Les pongo tres ejemplos bien recientes que me tocan de cerca. El pasado mes de mayo viajé a Las Palmas de Gran Canaria para participar en el Congreso XX Aniversario de la Asociación Española de Traductores (Asetrad) e intervine en una mesa sobre divulgación científica: «Volcanes, virus, océanos y estrellas: cómo comunicar conceptos complejos de actualidad con un pie en la ciencia y otro en las letras». Estábamos convocados un médico ―porque la pandemia de covid-19 seguía estando muy reciente―, un vulcanólogo ―reciente también la erupción del volcán de la Palma―, un astrofísico ―el Observatorio del Teide se cuenta entre los principales del mundo― y una oceanógrafa ―para hablar del océano y la vida marina, tan presentes en las Canarias―. Pues bien, esa oceanógrafa con quien tuve el placer de departir en Gran Canaria se llama Mar Fernández, y no me digan que Mar ―María del Mar― no es un nombre precioso y que ni pintado para una oceanógrafa. A principios de junio, la Real Academia Española (RAE) eligió para ocupar la silla A al filólogo y medievalista Pedro Cátedra, catedrático de la Universidad de Salamanca. Y tan solo una semana después pronuncié, en Salamanca, la contestatio al discurso de ingreso del alergólogo Juan Manuel Igea como socio numerario de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas (Asemeya). Si, en medicina, la forma abreviada de la palabra ‘inmunoglobulina’ es Ig (i-ge), ¿no les parece curioso IgA, nuestra abreviatura habitual para la inmunoglobulina A, como aptónimo o apellido de un alergólogo e inmunólogo clínico?
Continúa en: «Aptónimos (y II)»
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