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martes, 3 de octubre de 2023

‘La razón del mal’ (1993) [I]

Fernando Navarro
Fernando Navarro
Mar, 03/10/2023 - 09:00
Firma invitada: Antonio Díez Herranz
‘La razón del mal’ relata una extraña epidemia en una cosmopolita ciudad occidental a orillas del mar.
‘La razón del mal’ relata una extraña epidemia en una cosmopolita ciudad occidental a orillas del mar.

La novela se desarrolla en una cosmopolita ciudad occidental junto al mar, con un régimen político similar al de una ciudad-estado (Consejo de gobierno y Senado), y en un aparente «buen estado de salud» (al comienzo del libro abundan las metáforas relacionadas con la salud y el cuerpo).

Está relatada por un narrador omnisciente, y se nos presentan los hechos desde la perspectiva del personaje principal, Víctor Ribera, un fotógrafo. A su alrededor giran una serie de personajes, los más importantes de los cuales son su pareja, Ángela, una restauradora de obras de arte, y su amigo, un personaje fundamental, el psiquiatra David Aldrey.

El problema que aqueja a la ciudad se desvela con un comentario aparentemente casual de David sobre un fenómeno insidioso, el aumento de los ingresos en su planta del hospital por un cuadro de intensa apatía y desgana de aparición brusca, aparentemente progresivas (los familiares llevan a los enfermos al hospital cuando ya no aguantan más), que afecta de manera aleatoria a personas que previamente no presentaban ningún trastorno psiquiátrico y llevaban una vida normal y aparentemente satisfactoria (de nuevo las apariencias; esta palabra seguirá figurando en el libro, y añade incertidumbre a la situación). En opinión del doctor Aldrey, es como una epidemia, y aparentemente actúa como una infección, aunque tiene claro que no lo es. Se describe gráficamente el aspecto de los enfermos a raíz de un encuentro que tiene Víctor con uno de ellos en la calle: «Eran unos ojos opacos, sin brillo, portadores de una repulsión anclada en fondos lejanos. Causaban repugnancia. También pedían, aunque de un modo indefiniblemente desagradable, piedad». Los análisis y pruebas realizados en todos los casos son normales. En lo referente al tratamiento, se limita a cuidados generales: lavarlos a la fuerza y alimentarlos con suero, poco más se puede hacer ante un trastorno cuyo origen se desconoce.

Tras los intentos iniciales del gobierno local de ocultar esta situación, y el posterior intento de normalizar la situación pese a haberse desvelado ya la epidemia (un hito en este sentido, dirigido esencialmente a quitar el temor a la población, es la asignación de un nombre a los enfermos, a los que se empezó a denominar «exánimes»), asistimos a una descomposición progresiva de la sociedad, proceso que pasa por varias fases, desde la negación por parte de las autoridades a la posterior negación por parte de la población, que continúa su vida como si nada pasara (o que, en un intento de huida hacia delante, prefiere continuar con su vida normal, o tal vez con una alegría desmedida), y después, conforme se agrava la situación, autoconfinamiento de los ciudadanos (sin que se las autoridades decreten medidas extraordinarias) y una espiral de delación, miedo, sospecha, asesinato de los enfermos en los hospitales en que se encuentran internados (por considerarlos responsables de la situación en la que se encuentra toda la población), «caza de brujas», superstición y magia (que lleva a la población a pensar que la situación actual de desórdenes se debe exclusivamente al mal moral que encarnan los exánimes), actos violentos de diversa magnitud contra la propiedad, caos (frente al que las autoridades nada pueden o quieren hacer) y aparición de «salvadores», como Rubén, el más famoso, que aseguran que tienen los medios para poner fin a la situación;  junto a este proceso de declive hay actuaciones altruistas, como la de David, que, pudiendo huir de la ciudad, prefiere quedarse y seguir trabajando hasta la extenuación en el hospital, a pesar de que sabe que sus esfuerzos valen de poco.

Finalmente, casi de la noche a la mañana se resuelve el conflicto (no se nos dice cómo; la versión oficial es que se ha trasladado a los enfermos a otro lugar), tras lo cual, también de la noche a la mañana, cae en el olvido la catástrofe que se ha producido, de tal manera que no queda ningún rastro, ni físico ni aparentemente mental, de lo vivido en ninguno de los habitantes de la ciudad, y se vuelve a una «nueva normalidad» que probablemente represente un equilibrio tan precario como el que se describe al comienzo del libro.

 ¿Todos los habitantes han olvidado lo sucedido? No. Víctor sí recuerda, y tiene carretes fotográficos sin revelar que probablemente puedan atestiguar lo vivido (carretes que decide destruir antes de procesarlos), y en sus paseos por la ciudad se reencuentra con un anciano al que conoció en mitad del caos generado por los actos vandálicos y que también recuerda; tal vez este contraste entre el olvido generalizado y el recuerdo selectivo añada más angustia al libro.

A través de los pensamientos, las conversaciones y los hechos de Víctor se nos desvela poco a poco la magnitud del problema que se vive y la angustia que va atenazando cada vez más al protagonista (y, con él, al lector).  Es probable que lo único que lo mantiene cuerdo y atado a la realidad sea su relación, cada vez más profunda, con Ángela, quien, mientras se desarrollan todos estos acontecimientos, avanza en la restauración de un cuadro sobre el tema mitológico de Orfeo y Eurídice, proceso que dura lo que dura la epidemia: comienza a restaurarlo cuando empiezan los primeros signos de la epidemia (antes de que se hagan públicos) y finaliza cuando las autoridades ya han decretado el final de la catástrofe.

 

Continúa en: «La razón del mal (1993) [y II]»

Antonio Díez Herranz es médico especialista en neumología y traductor médico profesional.

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