En el Día de las Escritoras, tengo por costumbre acercarme a la figura de alguna médica escritora; en esta ocasión, peruana.
«De niña, mis actividades favoritas eran leer todo, dibujar y pintar. […] Mi padre amaba los libros y nos animaba a amarlos. En casa, cada hijo tenía su propia biblioteca y una máquina de escribir. […] La literatura, escribir y leer, me resultan tan necesarias como comer y dormir. Es decir, me sería difícil imaginarme la vida sin ello». Nacida en Lima de padre de ascendencia italiana y madre vallisoletana, María del Pilar Dughi Martínez tenía claro desde pequeña que quería ser escritora, y estudió medicina en busca de un oficio que le permitiera escribir.
Empezó la carrera en España, pero regresó a su país año y medio después descontenta con la formación recibida. De regreso a Lima, simultaneó la carrera de letras en la Pontificia Universidad Católica del Perú con la carrera de medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Posteriormente se especializó en psiquiatría, obtuvo la maestría y el doctorado en literatura peruana y latinoamericana, y completó un posgrado en ciencias sociales en la Sorbona de París.
Como psiquiatra, fue consultora del Unicef (donde publicó la monografía Salud mental, infancia y familia: criterios de atención para niños y familias víctimas de la violencia armada [1995]) y asesora de diversas ONG feministas como el Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán y la Asociación Civil Manuela Ramos.
Como escritora, publicó en vida tan solo dos libros de cuentos ¾La premeditación y el azar (1989) y Ave de la noche (1996)¾ y una novela policíaca ¾Puñales escondidos (1998)¾. Su labor como psiquiatra la nutría de historias muy humanas para sus relatos, y esta simbiosis vital entre medicina y literatura puede apreciarse también en la tesina de maestría que presentó en 2004 en la Universidad Mayor de San Marcos: Mario Vargas Llosa y el proceso de creación literaria: Un estudio psicocrítico de El pez en el agua.
Diagnosticada de cáncer avanzado de páncreas a principios del 2006, antes de morir solo tuvo un mes para dar las últimas instrucciones a su hijo Sebastián: publicar de forma póstuma una tercera recopilación de cuentos, La horda primitiva (2008), y destruir sus diarios personales, que consideraba demasiado íntimos para su publicación.
En su obra literaria, de estilo muy variado, aparecen de forma reiterada el realismo urbano, el terror y lo fantástico; los personajes solitarios que atraviesan una crisis existencial o viven sumidos en un estado de desesperación causada, a menudo, por un sistema económico opresivo; la vida familiar, los lazos sociales, la descomposición del cuerpo, la naturaleza de la soledad.
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