Por fuera, a simple vista, parece un edificio normal. Nada llama especialmente la atención de este complejo situado a las afueras de Valdeolmos (Madrid), al que se llega tras recorrer kilómetros de campos de cultivo donde algunos almendros ya están en flor.
Sin embargo, nada más poner un pie en sus instalaciones resulta evidente que el Centro de Investigación en Sanidad Animal (CISA) es un lugar especial.
Todo se rige por estrictos protocolos en esta instalación de alta seguridad biológica, que, por sus características y dimensiones, es única en España. En su interior se investigan patógenos capaces de poner en jaque nuestra salud y nuestra economía. Y, por eso, las medidas de control son extremas.
"Para mantener la contención biológica, es necesario utilizar distintas barreras de seguridad", explica, mientras abre una puerta con su huella dactilar, María Luisa Arias, directora en funciones del centro, que pertenece al Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA) y en 2021 se integró en el CSIC.
"La estructura es de hormigón armado, las ventanas están blindadas, las tuberías selladas, una capa de pintura de resina epoxi cubre el interior del edificio. Todo el aire se filtra con filtros HEPA, se trabaja en presión negativa, se esterilizan los efluentes, se incineran los residuos, se descontamina el material... Nada puede salir del centro sin un adecuado tratamiento", explica Arias. Y eso, por supuesto, incluye a las personas.
La entrada al área de seguridad ya es particular. Para acceder a las zonas donde están los niveles de contención biológica NCB3 y NCB3+, el máximo nivel de seguridad que existe en España, hay que desprenderse absolutamente de toda la ropa y accesorios. "Nada de pendientes, piercings, o prótesis de ningún tipo. Ni siquiera unas lentillas si quieres recuperarlas después, porque no se pueden descontaminar", recuerda Arias en el vestuario.
Para ella, franquear completamente desnuda la estructura de doble puerta que conduce a la 'zona biocontenida' es algo rutinario. En cambio, esta periodista, que tiene que revisar varias veces que no se olvida nada, nunca antes había empezado una entrevista sin más indumentaria que la obligada mascarilla.
Cruzamos el umbral y llegamos al otro lado, donde podremos ponernos ropa y calzado acondicionados para su uso en zonas de biocontención.
El CISA es el laboratorio de referencia de la Unión Europea y la FAO para peste porcina africana y el único laboratorio autorizado en España para manipular 'in vivo' virus de la fiebre aftosa.
Pero además de patógenos de alto impacto en el mundo veterinario, como los citados, en su interior también se investigan virus que afectan a las personas, como virus de la fiebre del Valle del Rift, virus del Nilo Occidental o, desde hace dos años, SARS-CoV-2.
Esther Blanco es una de las científicas que nos recibe en su laboratorio, donde lleva un buen rato ultimando los detalles de un experimento para estudiar la eficacia de un antiviral contra el nuevo coronavirus.
A su paso, la puerta se cierra, hermética
Va a trabajar con el virus vivo y "al ser un patógeno zoonótico, que puede afectar a las personas y que se transmite por vía respiratoria, tenemos que manipularlo en unas condiciones de seguridad muy altas", explica Blanco, mientras se dirige a un laboratorio NCB3+ cuya puerta, de ajuste neumático, recuerda a la de un submarino.
Para evitar cualquier contacto con el virus, tiene que ponerse un traje ventilado, que, como si fuera un buzo, le proporcionará aire filtrado, libre de ningún patógeno, mientras esté trabajando. Lo ha hecho muchas veces, pero aún así, el proceso le lleva tiempo. Hay que comprobarlo todo, asegurarse de que nada queda en manos del azar.
Desde el exterior, una pantalla muestra en blanco y negro todo lo que sucede en el habitáculo, como si fuera el 'trailer' de una de esas películas apocalípticas donde todo comienza en un laboratorio.
La llegada de la covid-19 supuso una auténtica sacudida en el CISA. Los investigadores quisieron volcarse desde el primer momento tanto en las tareas de diagnóstico -realizaron más de 10.000 PCR para detectar positivos en los servicios esenciales del Ayuntamiento de Madrid-, como en investigación.
Así, en el centro se están haciendo actualmente estudios en animales con todas las vacunas del CSIC, se evalúan métodos de diagnóstico, virucidas, antivirales, modelos aptos para experimentación animal... Pero el camino para llegar hasta aquí no ha sido fácil, lamenta Arias.
"En los primeros momentos de la pandemia apenas se contó con la colaboración del mundo veterinario. En España tenemos grandes expertos, con mucha experiencia en combatir epidemias y pandemias en animales, que habrían podido volcar sus conocimientos para ayudar a combatir la covid-19. Pero nadie les abrió la puerta cuando se ofrecieron a colaborar".
Señala que "nosotros nos enganchamos a un operativo del Ayuntamiento de Madrid, pero otros muchos laboratorios también se ofrecieron. Todos estábamos deseosos de ayudar porque sabíamos cómo. Pero, lamentablemente, aunque está claro que tienen que trabajar unidas, la salud animal y la salud pública humana siguen siendo en España, a diferencia de otros países de la UE, todavía dos mundos muy separados".
Además de la investigación con antivirales en la que la hemos dejado trabajando, Esther Blanco tiene un proyecto de desarrollo de estrategias vacunales basado en el uso de VLP quiméricas, partículas que se asemejan a las de un virus pero que no tienen material genético, no replican, por lo que son muy seguras.
"Llevamos más de 20 años trabajando con estas estrategias para virus de la fiebre aftosa. Todo este trabajo anterior es lo que nos ha proporcionado una base para luego poder adaptarlo a otros patógenos de interés, como el SARS-CoV-2. Los desarrollos previos se pueden ir adaptando para estar más preparados y dar mejor respuesta a virus que están emergiendo", reclama.
También Javier Ortego, investigador en el CISA, cuyo equipo colabora, por ejemplo, en los estudios de respuesta celular de la vacuna que han desarrollado Isabel Sola y Luis Enjuanes en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC), ha volcado toda su experiencia anterior con un virus animal, el de la lengua azul, en la lucha frente al coronavirus.
"Soy biólogo, hice la tesis con virus del sarampión y nunca he entendido ni que los médicos nos dieran de lado a los biólogos ni que la investigación en veterinaria se hiciese al margen de la medicina humana. Creo que esto que ha pasado ha servido para que todos nos demos cuenta de que no somos muchos y tenemos que trabajar todos de la mano, intercambiando información".
Estructura tipo 'sándwich'
Cuesta mucho abrir las puertas del CISA, por la presión negativa en la que se trabaja. Lo comprobamos varias veces al recorrer los largos pasillos de este centro que, aunque fue construido en 1993, destila cierto aire soviético. Por todas partes hay carteles que recuerdan los riesgos biológicos a los que se enfrentan los investigadores y cuáles son las medidas de seguridad para evitarlos.
Diseñado con una estructura tipo 'sándwich', el centro de 10.824 metros cuadrados tiene una planta intermedia destinada al área de alta seguridad biológica, con 40 laboratorios NCB3; otros tres laboratorios de acceso aún más restringido que se destinan a trabajos específicos con fiebre aftosa, priones (encefalopatías espongiformes transmisibles) o coronavirus y tres laboratorios con doble filtración HEPA NCB3+ -"categorizados como NCB4 por la Organización Mundial de Sanidad Animal el máximo nivel", subraya Arias-, donde hay que trabajar con equipos de protección individual.
Toda la planta de arriba del 'sándwich' se destina a las estructuras necesarias para la filtración del aire, mientras que la inferior está diseñada para el tratamiento y gestión de los desechos, como los líquidos residuales.
Lo explica David Garrido, jefe de equipo de Seguridad Biológica del centro: "Una de las características más importantes del CISA, como en todos los niveles 3 de contención biológica, es la filtración de todo el aire. Filtramos tanto el aire que entra como el que sale y lo hacemos a través de cajas de filtración con prefiltros y filtros HEPA H14 que nos retienen el 99,995% de las partículas de entre 0,10 y 0,22 micras, donde están todos los virus que manejamos. Contamos con 29 cajas de filtración y en algunos boxes incluso hay doble filtración", detalla Garrido.
El profesional aclara que en el CISA también se trata todo el efluente que se produce en el centro. Tras separar los sólidos en suspensión, todos los líquidos se envían a unos enormes tanques donde se someten a un tratamiento térmico-químico.
"Subimos la temperatura a 137ºC durante 20 minutos. Y añadimos tratamientos específicos si se está trabajando con priones para asegurarnos de que se destruya cualquier posible patógeno". El objetivo, remarca, es evitar cualquier posibilidad de escape. Ningún virus o bacteria o proteína prión con los que se investiga en el centro puede, de ninguna manera, salir al exterior.
Su equipo, además, también es responsable del control de las medidas de seguridad en todo el centro y de descontaminar adecuadamente un laboratorio una vez que se han finalizado los experimentos que se hayan realizado en él.
Una computadora central controla, 24 horas al día, 365 días al año, que todos los parámetros de temperatura, presión negativa, apertura y cierre de válvulas o puertas de emergencia sean los correctos.
Entramos con la investigadora Noemí Sevilla en el animalario del centro, situado en el área de alta seguridad y donde, entre otros experimentos, se están haciendo actualmente ensayos con las vacunas españolas contra la covid-19. El animalario cuenta con 19 habitáculos de nivel NCB3, siete de ellos con condiciones de máxima seguridad (nivel NCB3+).
El equipo de Sevilla trabaja en colaboración con el de Vicente Larraga, del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB-CSIC) para la consecución de una vacuna de ADN frente al Covid-19. "El equipo de Vicente ha generado el plásmido y nosotros vacunamos a los animales y testamos si la vacuna es eficaz", explica Sevilla.
"Tenemos datos bastante prometedores. La vacuna expresa otra proteína viral, además de la S, y lo que estamos viendo es que proporciona una protección del 100% en ratones. Una vez que publiquemos los datos, el siguiente paso sería movernos a macacos, pero esos estudios habría que hacerlos fuera de España, porque no existe ahora mismo un centro en España preparado con especialistas en esta especie para trabajar en nivel NCB3+".
Si todo sale adelante, continúa, "esta vacuna tendría una gran ventaja frente a las existentes y es que no requiere cadena de frío", subraya Sevilla. "Desde los países desarrollados quizás no nos demos cuenta de lo que esto supone, porque tenemos disponibles congeladores a -80º, pero hay muchísimos países en el mundo donde no poder mantener la cadena del frío es un problema muy importante. Mientras que los países del tercer mundo no estén vacunados, la pandemia no se va a terminar, por lo que es fundamental poder solventar problemas como este", recuerda la investigadora, quien augura todavía varios años de investigación antes de poder contar con el producto en el mercado, incluso si todos los resultados son positivos y los estudios pueden contar con la inversión necesaria.
"Si algo ha demostrado esta pandemia ha sido la urgente necesidad de invertir más en ciencia", interviene María Luisa Arias. "Los políticos y autoridades competentes deberían tener siempre presente que las cosas no se improvisan. Si no nos preparamos antes, llegaremos siempre tarde", desliza.
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