El pasado día 15 fue el Día Mundial sin Alcohol, y no sé si se han parado alguna vez a pensar que ‘alcohol’ es una palabra polisémica, que adopta significados distintos en función del contexto.
En el lenguaje de la química, un alcohol es cualquier alquilo con un grupo hidroxílico (–OH), como el glicerol y el colesterol: «Los alcoholes se clasifican en primarios, secundarios y terciarios, según el número de átomos de carbono conectados al átomo de carbono portador del grupo hidroxilo». En el lenguaje médico, no obstante, la palabra alcohol suele emplearse en el sentido más restringido de etanol (o alcohol etílico): al etanol al 99-100 %, por ejemplo, lo llamamos habitualmente «alcohol puro». Y muy frecuente es también el uso de ‘alcohol’ en el sentido más amplio de bebidas alcohólicas: «Encuesta epidemiológica para adolescentes con antecedentes personales y familiares de abuso del alcohol» (esto es, abuso de las bebidas alcohólicas en realidad).
Estos usos laxos están muy extendidos tanto entre la clase médica como en la población general, y solemos entendernos sin problemas porque el contexto ayuda a desambiguar el término. En ocasiones, no obstante, pueden dar pie a malentendidos. Es el caso, no sé, de una expresión como «consumo de alcohol», que habitualmente hace referencia al consumo o la ingestión de bebidas alcohólicas, pero en un servicio de urgencias no es raro atender a una persona intoxicada por la ingestión ―voluntaria o involuntaria― de alcohol propiamente dicho, ya sea etílico o metílico.
Fernando A. Navarro
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