Vamos a plantearle un dilema. Si tuviera que prescindir de un sentido, ¿cuál elegiría? Piénselo bien. No se precipite. ¿Listo? Si ha escogido el olfato sin dudarlo, debería darle una vuelta a su elección. El más desconocido -y a menudo desdeñado- de los sentidos es una poderosa herramienta clave para su seguridad, su conexión con el entorno y gran parte del deleite que experimenta. Además, a juzgar por las últimas investigaciones, podría convertirse en un importante aliado de la medicina. ¿Le parece poco? "Si el sentido del olfato no fuera imprescindible para nuestra supervivencia, ¿por qué iban a ocupar nuestra nariz y nuestros orificios nasales un espacio tan destacado en nuestra cara?", plantea Bill Hansson, director del Instituto Max Planck de Ecología Química de Jena (Alemania) y autor de Cuestión de olfato (Crítica), una obra sobre el asombroso mundo de los olores que se publica el 23 de este mes.
"Cada vez que respiramos, el olfato monitoriza lo que está pasando a nuestro alrededor. En cada inspiración hace un análisis desde el punto de vista químico de lo que hay en el ambiente. Incluso cuando estamos dormidos. Y nos avisa de si hay peligros, como un fuego, o de si eso que nos vamos a comer no está en buen estado. Pero además también nos proporciona los delicados matices del placer, por ejemplo cuando comemos una fresa, bebemos nuestro vino favorito o nos acurrucamos junto a la axila de una persona amada".
Pensamos que el olfato no es importante porque, en general, no somos conscientes de lo que significa perderlo. "Con la pandemia, nos hemos dado cuenta un poco más. Millones de personas han experimentado, la mayoría de forma temporal, lo que significa quedarse sin la capacidad de oler", subraya por teléfono Hansson, convaleciente estos días por covid y con su propio olfato "algo mermado pero todavía funcionando".
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