Por sus extraordinarias hazañas médicas, Cosme y Damián son hoy los santos patronos protectores de médicos, boticarios, barberos, bañeros, sangradores, cirujanos y hospitales. Y a lo largo de los siglos se los invocó con fervor contra la peste, el muermo, los bubones, la tiña, las afecciones renales, los cálculos de todo tipo y la incontinencia urinaria infantil. Nacidos en Arabia en el siglo III, estos dos santos sanadores eran mellizos y tenían otros tres hermanos: Antimo, Leoncio y Euprepio. Huérfanos de padre a muy temprana edad, fue su madre, cristiana virtuosa, quien los educó a todos en la fe.
Según parece, Cosme y Damián aprendieron medicina en Siria y la ejercieron luego en Egea, ciudad portuaria de Cilicia (hoy Ayas, en la provincia turca de Adana). Allí aplicaron sus conocimientos médicos tanto a personas como a animales y con gran pericia curaban todo tipo de enfermedad. Su don para sanar atrajo a muchas personas ¾tanto cristianas como paganas¾ deseosas de curarse.
Corrían los tiempos del emperador Diocleciano, quien ordenó la mayor y más sangrienta persecución oficial del Imperio romano contra los cristianos. Lisias, el gobernador de Egea, hizo llamar a los cinco hermanos y, siguiendo el edicto de Diocleciano, les dio la opción de apostatar o morir. Ninguno de ellos renegó de su fe, y sus torturadores intentaron sin éxito ahogarlos, quemarlos, descoyuntarlos, crucificarlos y lapidarlos; solo la decapitación acabó con su vida.
Después de muertos, no obstante, los dos mártires médicos siguieron obrando curaciones prodigiosas. Uno de sus milagros póstumos más portentosos lo narra Jacobo de la Vorágine en la Legenda aurea. Hacia 1270, una úlcera cancerosa corrosiva había destruido por completo la pierna de un sacristán que prestaba servicios en Roma, en la iglesia de los santos Cosme y Damián. En sueños se aparecieron al doliente los dos galenos, llevando consigo su instrumental y sus ungüentos. Se preguntaban dónde podrían obtener carne fresca para reparar el miembro dañado y recordaron que en el cementerio de San Pedro acababan de enterrar a un hombre de raza negra cuya pierna, todavía tierna, podría servir a sus propósitos. Amputaron la pierna gangrenada al paciente, colocaron la pierna negra sana en su lugar y aplicaron sus ungüentos al trasplante. Cuando el sacristán despertó, no sintió dolor alguno, saltó lleno de alegría en su lecho y contó a todo el mundo su milagrosa curación.
Me interesa destacar ahora que, en vida, los santos Cosme y Damián concebían su pericia sanadora como un don del Espíritu Santo, por lo que ejercían su profesión de forma caritativa, negándose a recibir ninguna forma de pago. Ello les valió el sobrenombre de άγιοι ανάργυροι (santos anárgiros, término formado por la anteposición del prefijo privativo an- a la palabra griega árgyros, plata o dinero). Cito al jesuita Pedro de Ribadeneyra en su Flos sanctorum (1761): «No tenían [san Cosme y san Damián] puestos los ojos en interés temporal, ni curaban por dineros, sino por misericordia y puro amor de Dios, en cuya virtud sanaban; y por esto los llamaban los “anargirios” en griego, que es lo mismo que “los sin dinero”, porque no le tomaban».
Algunos argumentarán que no es el vocablo el que está olvidado, sino la costumbre de ejercer la medicina de manera anárgira. No lo veo yo así: todavía en el siglo XXI, conozco muchos médicos con clientela privada que atienden gratuitamente a personas sin recursos ¾desde indigentes hasta monjas de clausura¾ y a otros médicos.
Off Fernando A. Navarro Offvia Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/VdEF4CN
No hay comentarios:
Publicar un comentario