En el inicio de curso académico, año tras año, un grupo de estudiantes de Medicina cambian radicalmente de aula: de la facultad al hospital. Edificios distintos, desempeños y culturas profesionales distintas. Cualquier paso adelante que alumnos y profesores damos en una facultad de Medicina es un pequeño momento histórico en la esforzada trayectoria de la educación médica en España, que tiene siglos de solera y varias décadas recientes de esplendor.
Los que formamos parte de ese hito ordinario, pero extraordinario, en el arranque de una nueva aventura formativa y vital, somos una pequeña representación de la vanguardia de una preparación médica avanzada.
Hoy, en muchas aulas de los hospitales, palpitan la Medicina del presente y del futuro que recogen el testigo de la creatividad y del compromiso de generaciones anteriores de médicos-maestros que, en su estilo docente, no se han conformado con una educación rutinaria, repetitiva y cómoda.
Estos grupos pequeños, esforzados, mayoritariamente anónimos para la sociedad, forman a los futuros gigantes de la ciencia médica y los cuidados profesionales del futuro. La formación exigente nos hace grandes. El nuevo curso que afrontamos puede ser la ocasión más propicia para hacer un pacto colectivo para trasformar la aparente debilidad de nuestra realidad pequeña, en algo grande. Un objetivo emocionante: convertir este año en una experiencia grandiosa de interiorizar la Medicina como es: como un arte y como una ciencia.
Un hospital es un lugar de emoción e imperfección. Es una encrucijada donde se gestionan muchos actos profesionales cada día, en diferentes grados de complejidad, ejecutados por humanos y, por tanto, intrínsecamente ligados a la falibilidad de la naturaleza humana. Por eso, la medicina de precisión también es incompleta. La contribución de la precisión, en el acto médico, debe contemplar al "enfermo que tiene una enfermedad" por la que consulta y muchas más necesidades de alivio que afectan a la salud de su persona.
En este contexto hospitalario, los alumnos se van haciendo médicos, poco a poco, lentamente, si consiguen ir aceptando la imperfección -individual y colectiva-, con espíritu de mejora. y si admiten la falibilidad del acto médico con la humildad del artista que sabe que no siempre está suficientemente inspirado…, y lo asume con espíritu de superación buscando mejorar: alcanzar el bien en sí mismo.
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