En España, yo diría que es aceptable el grado de conocimiento de la diversidad patria en cuanto a riqueza lingüística. Si, por ejemplo, salimos a la calle y preguntamos por otras lenguas distintas del español que tengan reconocimiento oficial en nuestro país, la mayor parte de los españoles sabrían citar el catalán (cooficial en las comunidades autónomas de Cataluña, Islas Baleares y Comunidad Valenciana; en esta última, con el nombre de ‘valenciano’), el vasco (cooficial en las comunidades autónomas del País Vasco y Navarra) y el gallego (cooficial en la comunidad autónoma de Galicia). Aceptable, sí, pero no exhaustivo; porque muy pocos saben que el aranés ¾con menos de tres mil hablantes que lo tienen como lengua materna¾ goza también de reconocimiento oficial en Cataluña y que, desde el 23 de octubre del 2007, fecha de aprobación en el parlamento de la ley 27/2007 «por la que se reconocen las lenguas de signos españolas y se regulan los medios de apoyo a la comunicación oral de las personas sordas, con discapacidad auditiva y sordociegas», tanto la lengua de signos española (LSE) como la lengua de signos catalana (LSC) gozan también de reconocimiento oficial en el territorio español.
Como otras lenguas de señas en todo el mundo, la LSE tiene aún un carácter predominantemente coloquial y está poco desarrollada en lo tocante a los vocabularios de especialidad, lo cual dificulta y limita en gran medida su aplicación en ambientes universitarios, profesionales, laborales y de investigación, así como para expresar los avances científicos y técnicos del mundo actual. La mayor parte de los tecnicismos deben expresarse mediante deletreado con el alfabeto manual o dactilológico, que es un sistema lento y engorroso.
En tratar de mejorar la situación se esfuerzan instituciones como el Centro de Normalización Lingüística de la Lengua de Signos Española (CNLSE) y, sobre todo, la Confederación Estatal de Personas Sordas (CNSE). Poco a poco, se avanza en este terreno: disponemos ya, por ejemplo, de un diccionario normativo (el Diccionario de la lengua de signos española [DILSE]) que registra más de 10 000 señas, y la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes cuenta con una videoteca signada.
Cuando el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) emprendió un proyecto de accesibilidad para dar a conocer sus colecciones, sus responsables se dieron cuenta de que la LSE carecía de señas específicas para muchos contenidos científicos y pidieron ayuda al personal técnico de la CNSE. Con el apoyo económico del BBVA y la Fundación Española de Ciencia y Tecnología (FECYT), publicaron en 2022 un documento, Ciencia signada, que recoge 250 términos relacionados con los museos, la ciencia y la investigación para incorporarlos al DILSE: anisakis, biodiversidad, cambio climático, darwinismo, diorama, egagrópila, fármaco, genoma, mamut, marsupial, microbiota, orangután, parasitismo, pirita, polinización, renacuajo, talco, tiranosaurio, veneno, virología, zoonosis. Entre ellos, más de cuarenta aves y mamíferos, más de treinta invertebrados, veinte nombres de rocas y minerales.
Convendría hacer algo parecido con el lenguaje de la medicina, que es complejo y difícilmente comprensible por el lego, pero reviste gran interés social. El trato directo entre facultativos y pacientes obliga a comunicar contenidos especializados en lenguaje comprensible, ya sea con fines de divulgación, educativos o asistenciales. Sería bueno que la LSE amplíe también su vocabulario médico y se dote de un vocabulario suficiente para respaldar la labor de las intérpretes biosanitarias en lengua de señas y facilitar los estudios universitarios del área biomédica a las personas con deficiencias auditivas.
Off Fernando A. Navarro Offvia Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/nlAYwDa
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