Una de cada cinco muertes en el mundo es causada por una infección grave. “¿Hasta qué punto somos conscientes del problema y de lo poco que ha bajado la mortalidad con todo lo que hacemos? Los resultados son pobres”. Con esta reflexión ha iniciado su intervención Juan Pasquau Liaño, médico internista del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Virgen de las Nieves de Granada, en la mesa redonda “Nuevos antibióticos, nuevas soluciones”, celebrada en el marco del congreso virtual de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI) y que ha estado moderada por Javier De La Fuente Aguado, presidente ejecutivo del Comité Organizador y de la Sociedad Gallega de Medicina Interna.
Pasquau ha dado pie a la que es una de las principales conclusiones de la mesa. Los nuevos antibióticos son una buena herramienta para luchar contra las bacterias multirresistentes; antibacterianos como la dalbavancina permiten sacar al paciente del hospital y aseguran la adherencia al tratamiento. Sin embargo, se están desaprovechando, por lo que el experto ha sido rotundo cuando ha conminado a médicos e instituciones sanitarias a potenciar su utilización: “Un médico puede transmitir estos beneficios con una simple prescripción y se tiene que potenciar desde las instituciones”.
Abundando en su razonamiento, ha señalado que uno de los caminos para ser más resolutivos con las infecciones graves es mejorar la eficacia del tratamiento antimicrobiano y en los últimos veinte años se han podido desarrollar procesos de optimización farmacológica frente a las bacterias Gram positivas. “Pero no sé si la comunidad médica ha utilizado con suficiente rapidez esta optimización”, ha añadido.
La dalbavancina es un ejemplo. Se trata de un lipogluopéptido semisintético activo frente a la gran mayoría de las bacterias Gram positivas. Posee algunas propiedades distintivas que derivan de su estructura molecular: una actividad intrínseca mayor y una vida media prolongada que posibilita la posología semanal. “Podemos confeccionar dosis semanales y que los pacientes se curen en su casa. Estas herramientas nos permiten abordar retos como la infección cutánea”, ha significado Juan Pasquau.
Miguel Salavert Lletí, del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital La Fe de Valencia, también ha destacado el papel de la dalbavancina, junto a la oritavancina, aún no aprobada en España y que igualmente facilita la administración en una dosis semanal. No obstante, ha matizado que el control del foco de la infección es esencial, por lo que en muchos casos se amerita la cirugía: “No debemos ir por detrás de la infección”.
En línea con los argumentos esgrimidos por Juan Pasquau, este ponente ha aludido al editorial de una conocida revista científica que ponía de manifiesto una realidad contradictoria, en la que las autoridades sanitarias lamentan la muerte de pacientes por la ausencia de antibióticos, la industria farmacéutica saca nuevas fórmulas pero, como tienen un mayor coste económico, se ponen restricciones a su utilización.
Bacilos Gram negativos
Por último, Carlos Lumbreras Bermejo, especialista del Servicio de Medicina Interna del Hospital 12 de Octubre de Madrid, ha coincidido en que las infecciones por bacterias multirresistentes constituyen uno de los principales problemas de salud pública: “Y cuando termine la pandemia por la Covid-19, seguirá ahí”. Se ha referido específicamente a los bacilos Gram negativos: las pseudomonas, las bacterias productoras de betalactamasas y las bacterias productoras de carbapenemasas.
Como causas del aumento de las bacterias Gram negativas multirresistentes ha señalado la ausencia de nuevos antibióticos durante las décadas de los 90 y los 2000, lo que provocó que las bacterias estuvieran expuestas a los mismos antibióticos durante muchos años; el aumento de pacientes frágiles sobre los que se ha ejercido una gran presión antimicrobiana; cierta sofisticación propia de los bacilos Gram negativos y el incremento de la movilidad de la población entre distintos países.
Lumbreras ha considerado primordial conocer la microbiología local, que cada hospital tenga su mapa de gérmenes. También que la relación entre los clínicos y los microbiólogos sea fluida y la acción de los equipos PROA en los hospitales, que optimizan los tratamientos con antibióticos en tiempo, dosis y duración.
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