El 4 de marzo cayó una bomba en mitad de la reunión del Comité de Bioética de España. Nadie la oyó. Los nueve miembros del grupo, que ese día estaban debatiendo alrededor de una mesa tamaño consejo de ministros, permanecieron ajenos a lo que ocurría. Tres de ellos habían llegado con tos.
¿Quién no tiene un resfriado en invierno? Nada grave que les impidiera asistir a la asamblea de ese día, que concluyó con el anuncio de que el Comité empezaría a trabajar en un informe sobre la ley de eutanasia. Por fin.
El informe vio la luz el pasado 9 de octubre. Es decir, un siglo después en términos de transformación social obligada por una pandemia, un estado de alarma, la segunda ola de la pandemia, otro estado de alarma...
Todos afectados
El SARS-CoV-2 era la carga destructiva de la bomba. Afectó a todos en menor o mayor grado. Incluso llegó hasta el grupo de apoyo del Comité, situado en la misma sala, una sala grande, del Instituto de Salud Carlos III. Allí permanecieron alrededor de dos horas. ¿Abrieron las ventanas? Nadie se acuerda. ¿Quién iba a reparar en eso por entonces?
DM ha hablado con varios miembros del comité para escribir este reportaje que se enmarca dentro de la serie #Admirables, un homenaje que Correo Farmacéutico y Diario Médico están haciendo para reconocer la labor de los profesionales sanitarios contra la covid-19.
Primer impacto. Álvaro Gándara, vocal del Comité y expresidente de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, se llevó la peor parte. Fue desahuciado en varias ocasiones, dando por perdida la batalla que mantenía en el Hospital Fundación Jiménez Díaz de Madrid. El mismo hospital donde trabaja como responsable de la unidad de cuidados paliativos. Cree que se salvó gracias a la decisión del cirujano y jefe de servicio Damián García Olmos, experto en células madre.
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“A Damián se le ocurrió la brillante idea de pedir el uso compasivo de un medicamento de células madre que se aplica en fístulas rectales, para enfermos de la covid-19 muy graves. Fue ponérmelo y a las 24-48 horas, respiratoriamente, la cosa cambió. Me despertaron y el día 38 pasé a la unidad de cuidados intermedios respiratorios.
Gándara había ingresado en el hospital el 13 de marzo. Fue por su propio pie, acompañado de su hijo y su mujer, que también presentaba síntomas. A ella la enviaron a casa, pero él, se quedó. Eso es lo que le cuentan, porque no se acuerda de nada de esas horas anteriores a su ingreso en la UCI, en las que hizo una llamada a su mujer, que está registrada en el teléfono, pero no en su memoria. “Fíjate lo que hace el bicho”, apunta.
Permaneció 38 días en la UCI, en un coma inducido. “Manifesté una neumonía bilateral muy grave, con dos episodios en los que no daban un duro por mí, porque, incluso con respirador, no conseguía buenas saturaciones”.
“Desperté con un síndrome proscrítico brutal. No podía levantar ni un dedo de la mano. Era un muñeco de trapo, necesitaba que me hicieran absolutamente todo”, apunta Álvaro Gándara
Pudo contarlo. El 22 de mayo volvió a su casa. Salió de un mundo, al que no recuerda ni como entró, para aparecer en otro difícil de reconocer. “Cuando desperté con un agujero en la tráquea y sin poder moverme y me contaron que estaba enfermo de la covid-19, de una pandemia de la que no era consciente cuando la cogí. Es que no daba crédito. No tuve en ningún momento conciencia de la gravedad de mi situación. Toda persona que ingresa ahora por la covid-19 sabe de memoria la enfermedad, pero en aquella época [como si hubiera pasado un siglo] no sabíamos nada, era todo nuevo”, relata a este periódico.
Meses en rehabilitación
No podía andar, ni hablar bien. “Desperté con un síndrome proscrítico brutal. No podía levantar ni un dedo de la mano. Era un muñeco de trapo, necesitaba que me hicieran absolutamente todo”, asegura. Lleva meses en rehabilitación. Primero en casa y, cuando ya se pudo, cuando la sala de rehabilitación del hospital dejó de ser una UVI improvisada, en el centro sanitario. Está contento. Muestra una buena evolución. Mantiene su mochila de oxígeno de la que se desprenderá, como pronto, en marzo, en la próxima revisión con la neumóloga.
En contacto con el mundo, ya por mayo, Gándara se entera de que el Comité había sacado ya algún informe y de que “había sido una plaga bíblica”, la manera en cómo había impactado el SARS-CoV-2 en el órgano asesor del Gobierno en Bioética. En contra de los elementos, este grupo, durante las primeras semanas, actuó para encontrar las respuestas a los numerosos y vitales dilemas éticos que se estaban planteando en la pandemia.
Carta a Sanidad
El 18 de marzo, el órgano asesor del Gobierno envió una carta al Ministerio de Sanidad pidiéndole que tomara las riendas para unificar criterios de triaje que respondieran a la alarma sanitaria de la covid-19, en la que los recursos sanitarios se estaban viendo desbordados. Entonces, la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (Semicyuc) y la Sociedad de Medicina Interna (SEMI), entre otras, ya habían acordado criterios de priorización para la entrada en unas UCIs que empezaban a estar desbordadas. El Comité pensaba que correspondía al Ministerio de Sanidad ese papel.
Federico de Montalvo Jääskeläinen, presidente del Comité, llevó la batuta en la redacción de esa misiva y de los primeros informes que la siguieron. De Montalvo recuerda escribir en los ratos de tregua que le daba el coronavirus, después de que el 9 de marzo le notificaran el positivo en el SARS-CoV-2. Lo pasó muy mal.
Entonces, en una entrevista para este diario confesó: “He tenido un cáncer y nunca pensé que me iba a morir, pero de ésto, sí. Me cuido y tengo buena salud, pero ha sido muy duro. Cuando tuve el cáncer tenía la sensación de que el sistema estaba para ayudarme. Ahora me he visto solo, porque el sistema está desbordado, y te invade una sensación de desprotección horrible”.
La vida no es lo único a salvar. En esas primeras semanas tras la declaración del Estado de Alarma, De Montalvo Jääskeläinen dirigía una orquesta muy tocada por un virus que acababa de ser declarado pandémico. El vicepresidente del Comité y médico paliativista, Rogelio Altisent, estaba en la UCI, “en las clásicas condiciones de aislamiento con apariciones programadas del personal”. Cuando Altisent sospechó que podía tener la covid-19 llevaba tiempo sintiéndose mal y supo que varios compañeros del Comité habían dado positivo tras la reunión del 4 de marzo. “No se me había pasado por la cabeza. La verdad es que en mi inconsciencia me sentía inmune. Eran los demás quienes podían estar enfermos, y a mí me correspondía cuidarles”.
En los testimonios que ha dado sobre su experiencia de pasar la enfermedad, el médico y profesor de la Universidad de Zaragoza recuerda con nitidez el dolor y agotamiento que acompañan a la covid-19, pero también la necesidad de contar con el apoyo de los que quieres y te quieren y “el extraordinario” trato del personal sanitario. Montañero apasionado, confiesa que nota los efectos del bicho al salir a caminar.
Lecciones aprendidas
Pero Altisent prefiere proyectarse hacia el futuro. En su intervención durante el último congreso nacional de la Sociedad Española de Calidad Asistencial (SECA), celebrado a finales de octubre, decía: “Hay ancianos que no se mueren de covid pero se mueren de pena o pierden la cabeza de manera irrecuperable. Me gustaría que los dirigentes políticos dejaran de especular con la llegada de las vacunas y promovieran la calidad del cuidado humanitario. La angustia de las personas más vulnerables que no logran ponerse en contacto con su centro de salud necesita una respuesta más proactiva del sistema sanitario”.
Una de las declaraciones que el Comité deBioética de España consensuó en estas difíciles circunstancias sonó a un ruego: “Que por lo menos un familiar pueda acompañar a un paciente que está agonizando”. La declaración trata “sobre el derecho y deber de facilitar el acompañamiento y la asistencia espiritual a los pacientes con covid-19 al final de sus vidas y en situaciones de especial vulnerabilidad”, y lleva fecha del 15 de abril y la impronta reconocible del vicepresidente del Comité, Rogelio Altisent, que todavía se encontraba recuperándose de la embestida del virus.
Antes de este documento, contra viento y marea, el órgano asesor del Gobierno en Bioética había sacado un informe donde, además de razonar e insistir en la necesidad de que el Gobierno tomara las riendas en la priorización, rompió un lanza a favor de la labor de los sanitarios. Fue en el Informe del Comité de Bioética de España sobre los aspectos bioéticos de la priorización de recursos sanitarios en el contexto de la crisis del coronavirus, con fecha de 25 de marzo, y en el que se puede leer: “Es importante recordar que siempre que se produce un acontecimiento con grave impacto en la salud es habitual que la ciudadanía ensalce la labor de los profesionales sanitarios y de apoyo, pero también es cierto que dicho esfuerzo suele caer poco tiempo después en el olvido, no adoptándose medidas económicas, materiales y personales para dotar de verdadera dignidad a unas profesiones que, como estamos comprobando una vez más, cumplen un papel tan esencial para el sostenimiento de la vida de las personas y las sociedades. Estamos convencidos de que, en esta ocasión, no será así y los profesionales sanitarios recibirán en su momento el reconocimiento que merecen”.
Contra viento y marea
Otro informe que también vio la luz en esos tiempos convulsos fue sobre los requisitos ético-legales en la investigación con datos de salud y muestras biológicas en el marco de la pandemia de covid-19, con fecha de 28 de abril; y también la declaración en la que el Comité se adhería a la petición de una evaluación independiente e integral de los sistemas de atención social y sanitaria, del 11 de agosto.
Con estos trabajos en las peores de las circunstancia, la Bioética en España ha respondido a la pandemia y creado anticuerpos frente a la covid-19.
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