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viernes, 27 de diciembre de 2024

‘Los médicos de Macondo’

Fernando Navarro
Fernando Navarro
Vie, 27/12/2024 - 08:27
Entrevista: Napoleón Candray y Juan V. Fernández de la Gala

El oftalmólogo y escritor salvadoreño Napoleón Candray entrevista al también médico y escritor Juan V. Fernández de la Gala con motivo de la publicación del último libro de este, Los médicos de Macondo: la medicina en la obra literaria de Gabriel García Márquez (Cartagena de Indias: Fundación Gabo, 2024).

¿Cuál fue su primer contacto con la obra de García Márquez?

Soy, como tantas personas, un lector apasionado. Siendo estudiante de medicina, en los años ochenta, solía recurrir a la lectura en un intento quizá de compensar el exceso de cientificismo de una formación tan exigente. Mi primer contacto fue La cándida Eréndira y su abuela desalmada. La forma de narrar era tan seductora que me embrujó al instante y eso me llevo a leer también el resto de la producción garciamarqueana. Con lo que no contaba en absoluto es que, en la obra de Gabo, volví a encontrarme de bruces con la medicina. Y yo lo que buscaba era huir de la medicina.

Ha escrito usted un ensayo de más de seiscientas páginas sobre los médicos de Macondo. ¿Tantos médicos hay en la obra de García Márquez?

Es algo asombroso: hay más de un centenar de personajes médicos; algunos con un carácter bastante protagónico, como es el caso del doctor Juvenal Urbino, el doctor Octavio Giraldo, el doctor Abrenuncio de Sa Pereira o el doctor Révérend, que atendió a Bolívar en sus últimas semanas de vida en la Quinta de San Pedro Alejandrino, muy cerca de Santa Marta. En este cómputo incluyo también a los curanderos, yerbateros y culebreros que aparecen en sus ficciones, así como a farmacéuticos, homeópatas, dentistas y personal de enfermería.

¿Cómo podemos estar seguros de que detrás de los médicos de la ficción se esconden profesionales de carne y hueso que Gabo usó como modelo o como molde? ¿No serán simples coincidencias o apreciaciones subjetivas por su parte?

Por fortuna, contamos con el propio testimonio de Gabo, que ya había señalado abiertamente la conexión entre el Juvenal Urbino de El amor en los tiempos del cólera y el médico cartagenero Henrique de la Vega, o entre el médico francés de Macondo y el doctor Antonio José Barbosa, primer médico titulado de Aracataca. En diálogo con la familia más directa de García Márquez (sus hermanos y sus hijos, quiero decir), hemos podido desvelar algunas conexiones más de las que el nobel colombiano habló en privado. En el libro se analizan al detalle estas coincidencias y el modo tan peculiar que Gabo tenía de trasladar a la ficción los sucesos y los personajes de su propia biografía, especialmente durante los años luminosos de su infancia y su adolescencia.

¿Algunos de estos médicos reaparecen en más de una obra?

La mayoría se circunscriben al ámbito de una sola novela, pero hay dos médicos que alcanzaron tal solidez y tal credibilidad como personajes que reaparecen en varias. Tal es el caso del médico francés de Macondo, personaje central en La hojarasca, que reaparecerá por dos veces en Cien años de soledad; y el doctor Octavio Giraldo, a quien encontramos nada menos que en tres de sus obras: La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba y en el cuento «La prodigiosa tarde de Baltazar».

¿Y hay alguna de ellas en la que no se cite a ningún médico?

Solo una: una obra de teatro breve llamada Diatriba de amor contra un hombre sentado. En ella se cita el boldo como remedio, pero no se menciona ningún personaje médico. En el otro extremo encontramos El amor en los tiempos del cólera y Cien años de soledad, en las que hay reunidos más médicos que en un congreso internacional, si se me permite la broma.

En su libro, usted afirma que en el origen de coordenadas de Macondo hay una farmacia ¿Cómo es eso?

Así es sin lugar a dudas. Cuando Gabo, siendo joven periodista, regresó a su aldea natal, Aracataca, en 1950, acompañando a su madre, se reencontraron con el doctor Barbosa, que les narró lo que había sucedido en el pueblo durante su ausencia. La compañía bananera se había marchado y el pueblo había quedado sumido en el mayor de los olvidos. A Gabito le pareció que Barbosa narraba una historia apasionante y lo hacía, además, en un modo tan seductor y vívido que los sucesos parecían materializarse delante de sus ojos. Gabito comprendió entonces que no necesitaba imitar a Kafka, ni a Faulkner, ni a Virginia Woolf, como había venido haciendo hasta ese momento en sus primeros relatos, sino que tenía que contar la historia de su propio pueblo, de su propia familia y de su propia casa; y hacerlo, además, del modo tan conmovedor con que lo hacía el doctor Barbosa. Gabo lo reconoció y lo contó así en un diálogo memorable con Vargas Llosa, en la Universidad de Lima, en 1967. De modo que podemos afirmar rotundamente que Macondo empieza en una farmacia. Y es más: contiene toda una farmacia en su seno.

En su libro me han impresionado especialmente esas imágenes tan impactantes de la autopsia de Santiago Nasar y el detalle de las armas homicidas o la intoxicación por cianuro que abre El amor en los tiempos del cólera. ¿Gabo sabía medicina como para resolver con tanta maestría esos pasajes?

Ciertamente no. Gabo tenía solo estudios de derecho y dedicó su vida al periodismo y a la literatura. Carecía de formación sanitaria, aunque tenía familiaridad con el tema: su padre fue homeópata y durante su juventud anduvo por la Guajira vendiendo libros y enciclopedias médicas. Pero eso es todo. Gabo debía de tener un asesor para este tipo de cuestiones. Cuando me encontré con Gonzalo, el hijo menor de Gabo, le pregunté sobre este punto y me lo aclaró de forma meridiana: mi padre no tenía un asesor médico; tenía todo un equipo de asesores médicos a los que daba la lata de día o de noche o llamaba por teléfono a horas intempestivas para preguntarles cómo dar muerte a un personaje o cuál era la utilidad concreta de cierto remedio. Hemos llegado a identificar a una docena de asesores y a precisar en qué punto intervino cada uno de ellos, sosteniendo la solvencia clínica de sus mejores pasajes de ficción. Quizá fue esta persecución la parte más apasionante del ensayo.

¿Cuál es su pasaje clínico favorito en el conjunto de la obra de García Márquez?

Coincido plenamente con los que usted ha citado: la intoxicación por ácido cianhídrico que abre El amor en los tiempos del cólera y el completo informe de autopsia que Gabo intercaló en las páginas de Crónica de una muerte anunciada. Y yo añadiría un tercero: las dos pruebas de laboratorio que el doctor Giraldo practica a un paciente diabético en la propia cabecera de su cama: la reacción de Benedict y la detección de cuerpos cetónicos en orina según el test de Lieben-Ralfe. Los encontramos, respectivamente, en La mala hora y en El coronel no tiene quien le escriba.

¿Cuál es la patología más citada en el conjunto de la obra?

Las picaduras de insectos, las fiebres y el insomnio son, con diferencia, las patologías más citadas. Y la especialidad médica que acapara mayor número de referencias es la dermatología y venereología, seguida por las patologías digestivas.

¿Y cuál es la patología que le parece mejor descrita?

Aparte de la intoxicación por cianuro, que parece extraída de un manual de toxicología, creo que el asma y la diabetes se tratan con una solvencia profesional impecable; incluyendo, como le decía, hasta pruebas bioquímicas de laboratorio. Hoy sabemos que fue el doctor Mohammed Tebbal, un médico argelino amigo de Gabo en los tiempos de París, el que le ayudó en este punto.

¿Todos los médicos que se citan son varones?

Sí, todos son varones si hablamos de médicos en sentido estricto. Pero si hablamos de actividades de sanación en sentido amplio, tenemos a Úrsula Iguarán en Cien años de soledad, que recoge los remedios de la tradición indígena wayúu y los aplica a su familia; o a la vieja curandera Sagunta, abortera y remiendavirgos, que trata de curar a Sierva María del mal de rabia y que es todo un guiño a la Celestina, en Del amor y otros demonios. El caso de Úrsula muestra bien el peso que la mujer ha tenido en la historia de la salud comunitaria.

¿Tendría el gitano Melquíades alguna inspiración en el místico ruso Rasputín?

A mí me parece muy interesante esta conexión. Sospecho que usted quiere resaltar, quizá, lo que ambos parecían tener de inmunidad a la muerte. No obstante, veo a Melquíades menos místico que Rasputín y más preocupado por la novedad perpetua de la ciencia que este. Gabo le atribuye a Melquíades un origen gitano y nómada que quizá queda lejos de la estepa rusa. Pero es una coincidencia interesante, sí. Tenemos la sospecha fundada de que el modelo para el personaje de Melquíades pudo ser el doctor Augusto Fernández Guardiola, un médico de origen español, exiliado en México, que creo allí una importante escuela neurofisiológica. Investigó en ratas y en gatos los fundamentos neurológicos de la memoria y el sueño; es decir, el olvido y el insomnio, en definitiva, que son los dos grandes males epidémicos que aquejaron a Macondo. Augusto fue asesor de Gabo en varias cuestiones, especialmente en la autopsia de Santiago Nasar, y ambos eran vecinos durante las breves vacaciones en Cuernavaca. Compartieron paellas y largas madrugadas de parranda.

¿Qué acogida ha tenido Los médicos de Macondo en Colombia, la tierra natal del escritor?

Extraordinaria y generosísima. A García Márquez se le tiene un gran cariño allá y todo lo que se publica sobre él se lee con atención. Con este pasaporte, la acogida es fácil. La Academia Nacional de Medicina de Colombia se ha mostrado especialmente agradecida por resaltar esta conexión de Gabo con la medicina y me acogieron amablemente como miembro. Todo un honor que agradezco. Lo mismo ha ocurrido con la Academia de la Historia de Maracaibo, en Venezuela, pues el doctor Barbosa, que ocupa todo el primer capítulo del libro, es la conexión perfecta entre Macondo y Maracaibo. Pero lo que más me ha honrado han sido, sin duda, las palabras de Gonzalo García Barcha, hijo menor de Gabo, durante el lanzamiento del libro en Bogotá. Me nombró «médico honorario y eterno» de su padre. ¿Qué más se puede pedir?

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Napoleón Candray es médico, oftalmólogo y escritor; Juan V. Fernández de la Gala es médico, antropólogo forense e historiador de la ciencia.

Off Napoleón Candray y Juan V. Fernández de la Gala Off

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