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jueves, 5 de noviembre de 2020

"Cuando parecía que la Universidad salía de la UCI, hemos vuelto a ella de cabeza"

Grado
franciscogoiri
Jue, 05/11/2020 - 09:53
José Carlos Gómez Villamandos, presidente de CRUE

Preside la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) desde mayo de 2019, y cinco años antes ya se sentaba en el Rectorado de su "querida" Universidad de Córdoba (UCO). Doctor en Veterinaria y catedrático por vocación, a José Carlos Gómez Villamandos le toca lidiar con un inicio de curso marcado por una crisis coyuntural (la pandemia) y lastrado por otra estructural (la falta de dinero y, por ende, de profesorado). Poco amigo de llorar, prefiere reivindicar mejoras desde la convicción que le da una certeza: el nivel de un país es el nivel de su sistema universitario.

Pregunta. El curso 2020-2021 promete ser el más atípico de la universidad española por razones ajenas a las estrictamente académicas. ¿Cómo afrontan las 76 universidades que integran la CRUE (50 públicas y 26 privadas) el inicio de este año lectivo?
Respueta.
 De forma muy dispar, en función de la situación sanitaria y epidemiológica de cada provincia. En líneas generales, hemos optado por un sistema bimodal, que combina la docencia presencial con la virtual, intentando, además, brindar a los alumnos el máximo posible de enseñanza práctica. En aquellos lugares donde no hay confinamientos y las medidas en vigor lo permiten, la docencia práctica y presencial se desarrolla con normalidad y extremando todas las medidas de seguridad que marcan los protocolos. En otros lugares donde ha habido focos de contagios en el ámbito universitario, como la Comunidad Valenciana, Barcelona o Granada, se ha reducido al máximo la docencia teórica presencial y, en la medida de lo posible, se mantienen las prácticas.

Imagen eliminada.

P. ¿Tiene la sensación de que esos focos de contagio de los que habla, tan seguidos y tan mediáticos, han contribuido a estigmatizar el comportamiento de la comunidad universitaria?
R.
En cierto sentido sí, y los datos demuestran que esa estigmatización es injusta. En Granada, por ejemplo, hablamos de un porcentaje de contagios entre universitarios del 3 por 1.000, o de apenas 67 estudiantes en Córdoba, por ponerle dos ejemplos que me son muy cercanos. Es cierto que hablamos de una franja de población joven, con una vida social intensa y muchas posibilidades de contacto, pero, en general, son también muy, muy responsables. De no ser así, la universidad tendría que estar cerrada y nada más lejos de la realidad.

P. En suma, ¿la universidad española no es ni más ni menos insegura que otros entornos?
R.
Le diría incluso más: el entorno universitario es especialmente seguro. La comunidad universitaria y las autoridades académicas y sanitarias hemos trabajado mucho en los meses previos al inicio del curso para diseñar protocolos muy estrictos y concienciar a estudiantes y profesores de la necesidad de cumplir esos protocolos a rajatabla. Y se está haciendo.

P. Por mucha seguridad que haya, lo cierto es que algunas facultades optaron por aplazar sus prácticas antes del inicio del curso, y pienso especialmente en Medicina. ¿Adoptar esa medida no da mucha sensación de seguridad, no?
R.
Han sido decisiones puntuales, forzadas por las circunstancias y que, en general, ya se han revertido. Es verdad que la enseñanza práctica fue la parte docente que más se resintió durante el último cuatrimestre del curso pasado, durante la fase del confinamiento, pero ese impacto también hay que relativizarlo. En la mayoría de los grados universitarios, el grueso de las prácticas ya se habían cumplimentado cuando comenzó el estado de alarma y, además, muchas de esas prácticas se han podido recuperar posteriormente, en las semanas previas al inicio de este curso, o incluso hasta diciembre de este año, sin coste adicional en la matrícula del alumno. En puridad, sólo ha habido dos meses y medio de parón real y total de las prácticas, y creemos que ese obligado parón apenas ha hecho mella en la formación de los estudiantes.

P. El Gobierno de Pedro Sánchez se comprometió a destinar 400 millones del Fondo Covid de recuperación a la universidad española. ¿Ha llegado ya ese dinero? ¿En qué cuantía?
R.
No está llegando por igual a todas partes ni todo lo homogéneamente que debiera. En algunas comunidades, las universidades han tenido que pelear esos fondos euro a euro, cuando deberían ser finalistas y regirse por unos criterios de reparto claros y bien definidos. Algunas autonomías, por ejemplo, están planteando que se repartan al 50% entre la Universidad y la Formación Profesional de grado superior, cuando lo cierto es que el 70% de la educación superior en España es universitaria. Aunque sólo fuera por volumen de población, creemos que el 70% de esos fondos deberían ir destinados a las universidades, máxime cuando los centros de FP superior son los mismos que los de FP media y ESO, de forma que tienen una doble financiación.

P. ¿En qué medida servirá ese dinero para paliar la infrafinanciación de la universidad española que la CRUE lleva años denunciando?
R.
En ninguna medida. Esos 400 millones de euros adicionales para la universidad sirven para financiar parte de las medidas preventivas y de la infraestructura precisa para el desarrollo de la enseñanza online. Nada más. En absoluto palia las carencias presupuestarias previas.

P. ¿Cuando rectores y decanos hablan de infrafinanciación, de qué estamos hablando? ¿En qué nivel presupuestario está la universidad española comparada con nuestro entorno?
R.
Hablamos de un déficit muy, muy grave de fondos. Desde el año 2008, el presupuesto de la universidad pública española ha disminuido más de un 25%, cuando, por ejemplo, Portugal -por citarle al país más próximo a nuestro entorno- ha aumentado su presupuesto universitario en el mismo periodo en un 15%. Si a la bajada de la financiación directa se une la considerable reducción de las partidas destinadas a I + D, es evidente que estamos en una situación muy comprometida, y me parece el ejemplo más evidente de que en España no se ve al sistema universitario como la palanca de cambio fundamental que es.

P. ¿Cómo es posible que la universidad mantenga la calidad del servicio que presta en medio de ese desolador panorama financiero?
R.
Fácil de resumir y muy difícil de hacer: por la calidad y entrega de unos profesionales docentes tremendamente comprometidos y muy vocacionales. Ahora bien, no le voy a engañar: incluso la vocación tiene un límite. Cuando parecía que empezábamos a recuperarnos de la crisis anterior y encarábamos una senda de lenta mejoría, afrontamos ahora con otra crisis mayor.

P. ¿La vocación y entrega del profesorado es suficiente para que la universidad española mantenga unos niveles de calidad equiparables a los del entorno europeo?
R
. Los indicadores internacionales de calidad dicen que somos eficaces, eficientes y algo enormemente importante que a veces se olvida: el segundo o tercer país del mundo con una enseñanza superior más equitativa. Y todo ello pese a ser el sistema universitario europeo con menor nivel de autonomía y con una financiación más escasa. Si en los rankings internacionales de calidad nos fijáramos en la columna de presupuestos, veríamos que la media del de las universidades con las que nos comparamos es cinco veces superior al nuestro. Vamos, competimos contra el Madrid y el Barça con un presupuesto de segunda división. Y aun así, España está actualmente entre los 2 ó 3 países que más universidades tiene dentro del 5% de las mejores del mundo, concretamente 39, todas públicas y una privada.

P. Si el nivel medio es tan bueno como dice, ¿qué falla para que no tengamos universidades con el renombre internacional de Oxford, Cambridge o La Sorbona?
R.
Le traslado la pregunta: ¿Qué queremos, tener un hospital muy bueno en todas las provincias españolas o uno señero en una ciudad que dé cobertura a una zona muy amplia? En determinados campos de conocimiento, la universidad española es líder mundial, con estrechas y continuas colaboraciones en esos campos con la élite mundial. De hecho, hay mucha gente que viene de otros países a formarse e investigar en determinados campos. Quizás el verdadero problema tiene que ver con uno de nuestros pecados nacionales: no nos sabemos vender, y tienen que venir de fuera a decirnos lo buenos que somos en determinadas cosas.

P. Cuando dice que el sistema universitario español es el menos autónomo de Europa, ¿qué está pidiendo exactamente? ¿Tan maniatados están?
R.
Mayor autonomía tiene que ver, claro, con mayor asunción de responsabilidades directas. Y ahí entra desde el establecimiento de un sistema más laxo y flexible de contrataciones y mayor capacidad de autogestión y organización hasta un modelo de financiación que no sea tan rígido como el actual. En muchos países, la fórmula de trabajo se rige por el siguiente principio: déjennos hacer las cosas a nosotros y luego, en una evaluación posterior, pídannos cuentas. Pues bien, eso es lo que nosotros pedimos; hemos crecido, somos mayorcitos. Aquí, sin ir más lejos, para abrir un nuevo grado o aprobar la creación de un máster estás sometido a un ingente periplo burocrático que, en el mejor de los casos, dura un par de años.

P. ¿En qué medida cree que pueden afectar la crisis sanitaria y sus consecuencias económicas a las dotaciones, infraestructura y plantillas de las universidades españolas?
R.
Por recurrir a una imagen muy apropiada a la naturaleza de esta nueva crisis, cuando parecía que estábamos saliendo de la UCI, hemos vuelto a ella de cabeza. No quiero parecer tremendista, pero esto puede ser la puntilla de un sistema que ya estaba muy resentido, y no hablo sólo de medios, dotaciones, infraestructura… -que también-, sino del necesario relevo generacional de los docentes. La media de edad de catedráticos y titulares de universidad está ya en los 55 años y no se prevé cómo podemos hacer el relevo ordenado, sereno e intentando captar a los mejores que necesita la universidad española para su horizonte más inmediato.

P. Con ese panorama financiero que describe, ¿qué puede ofrecer la universidad para captar a ese talento que dice que necesita? ¿Cómo puede competir con el sector privado?
R.
Siempre he dicho que el que quiera ganar dinero que no se dedique a la enseñanza universitaria. El verdadero aliciente de la enseñanza superior es otro y tiene que ver, claro, con la vocación que antes le mencionaba. Pero, insisto, no se vive sólo de vocación, por fundamental que sea.

P. Al margen de los problemas financieros, ¿no cree que la propia estructura universitaria, en ocasiones muy rígida, jerarquizada y un tanto endogámica, puede influir en esa dificultad para generar vocaciones docentes?
R.
 De entrada, modificar la estructura interna no depende de nosotros, sino de medidas que se tienen que poner en marcha desde el Gobierno central, y en ello estamos: el futuro estatuto del Personal Docente Investigador (PDI), que incluye el diseño de una nueva carrera investigadora, o el establecimiento de las figuras de contratación más flexibles que planteamos desde CRUE son iniciativas que van en ese sentido. Ahora hace falta impulso político y financiación. Con respecto a esa presunta endogamia, me gustaría que alguien me aclarara qué se entiende por endogamia. Si alguien se forma en una universidad, cursa en ella el doctorado, se marcha uno o varios años a hacer estancias internacionales y a formarse e investigar en el extranjero y luego, su universidad de origen, le recupera en un programa de captación de talento, ¿eso computa como endogamia? A mi modo de ver, en absoluto; le aseguro que raro es el profesor titular o el contratado doctor de una universidad española que no haya tenido un periplo similar antes de ser recuperado por la universidad en la que se formó. La endogamia casposa que todos tenemos en mente es muy, muy residual en la universidad y nosotros somos los primeros interesados en combatirla.

P. Le veo especialmente molesto con esas críticas...
R.
Es que creo que las acusaciones de inmovilismo y las críticas que arrecian contra la universidad desde determinados sectores son bastante infundadas. Los primeros interesados en mejorar somos quienes trabajamos desde dentro.

P. ¿A qué sectores críticos se refiere?
R.
No quiero entrar en personalizaciones, pero basta con ver algunos titulares de prensa. Parece que hay grupos cuyo único argumento es "lo estáis haciendo mal", en lugar de plantearse "vamos a trabajar juntos, mano a mano, por la mejora de la universidad española". Criticar sin aportar soluciones, no me parece especialmente edificante. Se me ocurren pocas instituciones que tengan una relación tan estrecha con el entorno social, cultural, industrial y empresarial del lugar donde están ubicadas. La universidad está tan imbricada con su entorno y es un elemento dinamizador de tal magnitud que, si desapareciera de ese lugar, ocasionaría un agujero tremendo.

P. ¿Quizás eso explique en parte porque cada autonomía, cada provincia y casi cada localidad quieren tener su propia facultad de Medicina?
R.
A ver, se nos acusa a la universidad de que abrimos grados a lo loco, y el caso de Medicina es paradigmático de esas críticas. La apertura de nuevos grados no depende de nosotros, o no exclusivamente, porque hay muchos otros agentes; o todos somos culpables o todos inocentes. Con respecto a Medicina, a nadie se le oculta que en el contexto actual el debate sobre la falta de médicos en España ha vuelto a ponerse sobre la mesa. Probablemente, el problema no es que formemos excesivos médicos, sino que aquellos a los que formamos no tienen ni el reconocimiento ni las oportunidades profesionales que merecen en nuestro país. Y ya no hablo sólo de médicos, hablo de ingenieros, arquitectos, abogados, maestros..., y no hablo sólo como rector, sino también como padre preocupado por esa falta de oportunidades y perspectivas.

P. Si la responsabilidad de aprobar nuevos grados recayera exclusivamente en la universidad, ¿cree que la proliferación de facultades no sería tal?

R. No sé si sería mayor, menor o igual, pero sí le aseguro que los criterios de apertura serían muy responsables. El sistema se contendría más que en la situación actual, entre otras cosas porque la financiación no estaría vinculada sólo al número de estudiantes, sino que sería un modelo variable sujeto a resultados. Una vez garantizadas las partidas imprescindibles para abrir la persiana de la universidad y pagar las nóminas, el resto del presupuesto debería estar ligado a la mejora de la competitividad, y nosotros seríamos los primeros interesados en rendir cuentas.

P. ¿De qué competitividad estamos hablando cuando uno de sus ejes, la investigación universitaria, topa con los problemas de financiación que viene denunciando en esta entrevista?
R
. Le respondo con una frase. En la cisis económica de 2008, la mayoría de los países europeos decidieron apostar por la investigación, y el grueso de la producción investigadora se genera en la universidad. España no, y ojo, porque aquí la responsabilidad es compartida entre el Gobierno central y los autonómicos. Cuando traemos talento de fuera, una de las cosas que más les llama la atención son las trabas burocráticas que existen en España. El primer paso sería que la Agencia Estatal de Investigación fuera un verdadero elemento dinamizador, y no un órgano de pura gestión, poco menos que la prolongación de un ministerio.

Si la universidad venía lastrada por el sempiterno déficit financiero, la crisis derivada de la Covid la aleja de la senda de la recuperación, según la CRUE. Off Off

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