Una situación socioeconómica desfavorable es de esperar que contribuya en la incidencia de trastornos mentales como la ansiedad, la depresión y el abuso de alcohol y tabaco. De hecho, expone Víctor Pérez Sola, director del Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del Hospital del Mar, “por lo que sabemos de anteriores crisis, cada punto de aumento en la tasa de paro en un país, aumenta otro punto porcentual en el riesgo de suicidio”. Esas malas perspectivas podrían contrarrestarse con factores protectores, en esencia sostenidos sobre una sociedad civil bien articulada y cohesionada y sensible al problema, ha puntualizado Mercedes Navío, de la Oficina de Salud Mental de la Comunidad de Madrid.
Ambos psiquiatras han participado en la presentación a los medios del Libro Blanco “Depresión y suicidio 2020. Documento estratégico para la promoción de la Salud Mental”, obra de la que so coordinadores. El documento está impulsado por la Sociedad Española de Psiquiatría y la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, con el apoyo de Janssen, y analiza en detalle la epidemiología, el impacto y los abordajes de la depresión y del suicidio desde múltiples perspectivas.
Sobre la relación concreta entre la primera ola de la pandemia y la salud mental, Pérez Sola ha destacado el comportamiento ejemplar de la sociedad española ante el confinamiento, “sobrellevado con entereza y valentía”. Durante esos duros momentos, la prevalencia y el tratamiento de pacientes con enfermedad mental han sido positivos e incluso “parece por los datos de que disponemos que las tasas de suicidio han disminuido durante ese tiempo”.
Sin embargo, el coronavirus ha dejado secuelas en la salud mental de gran parte de la población. Son secuelas que se están vigilando estrechamente, con programas específicos, como ha recordado Mercedes Navío. Así, las personas con enfermedades mentales, aquellos que han padecido la Covid-19 con sintomatología más grave, las familias de fallecidos por este virus y los trabajadores sanitarios que están en primera línea son los grupos con mayor riesgo de padecer depresión y otras enfermedades mentales.
En la atención a los familiares de fallecidos por Covid-19, los expertos coindicen en la importancia de una atención temprana, y también recuerdan que no se debe psiquiatrizar ni psicologizar el sufrimiento, sino poner el foco “en los factores protectores que permiten la construcción de la resiliencia: una priorización de acciones para la cohesión social, junto con el compromiso y las fortalezas de los ciudadanos, va a ser determinante para reducir el impacto de esta situación en la salud mental”, destaca Navío, quien resume que las líneas de actuación en esta situación pasan por “prevenir, tratar cuando sea necesario y, en la medida de lo posible, aprovechar cuando se identifique una oportunidad de fortalecimiento”.
De igual forma, preocupan los profesionales sanitarios que están en primera línea frente a la pandemia, cuyo cuidado es de especial relevancia para toda la sociedad en su conjunto. Pérez Sola alude a una escasa demanda de atención por parte de estos trabajadores, atribuible a la gran resiliencia y vocación que suele exhibir este sector profesional. Un análisis que comparte Mercedes Navío. La especialista también apunta, a tenor de los datos aportados por los programas de cuidado específicos para estos profesionales que se han desplegado con la pandemia, que en general la gran mayoría de los afectados por lo que ha sido una situación estresante con potencial traumática se están recuperando.
Si bien el libro blanco ha dedicado un capítulo especial a analizar el impacto de la Covid-19 en la depresión, los contenidos del documento son mucho más amplios, motivados por el problema que supone la depresión y el suicidio en nuestro país.
En España, la depresión afecta a 1 de cada 5 mujeres y 1 de cada 10 hombres, ha recordado durante su intervención Ana González-Pinto, presidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica. “Cada año 3.500 personas mueren por suicidio en nuestro país, representando la segunda causa de muerte en población entre 15 y 29 años”.
Las tasas de suicidio en España se mantienen desde hace 15 años. Para reducirlas, los expertos han apelado a la necesidad de contar con un Plan Nacional de Prevención del Suicidio, liderado por las autoridades sanitarias nacionales en coordinación con todas las comunidades autónomas. También consideran esencial la sensibilización de la sociedad civil ante este problema sanitario.
Asimismo, el Libro Blanco recoge la experiencia de algunos programas europeos que se están llevando a cabo en los colegios para trabajar la resiliencia y prevenir el suicidio. “Los centros educativos son el lugar apropiado para desplegar programas universales de prevención de trastornos mentales y de promoción de la salud mental porque proporcionan acceso a un gran número de jóvenes. Intervenir en la escuela permite prevenir e identificar de forma temprana problemas mentales precursores de posibles casos de suicidio. Proporcionar una adecuada atención a estos casos puede conducir a mejorar el curso vital de estos jóvenes, su capacidad de aprendizaje, resultados académicos y futuro laboral”, explica González-Pinto.
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