Científicos españoles que en agosto reclamaron una “evaluación independiente e imparcial” sobre la gestión de la pandemia de covid-19 en España han publicado este mes en la misma revista, The Lancet, la propuesta de cómo debería de ser ese estudio sobre la actuación del Gobierno y las 17 comunidades autónomas. La idea no es en absoluto descabellada: como hemos indicado en este mismo espacio en ediciones previas, el estado de alarma se decidió y se aplicó tarde en nuestro país y, muy probablemente, se levantó demasiado pronto (al menos las restricciones a la movilidad, especialmente entre provincias, que se autorizaron mucho antes que otros países de la Unión Europea).
En algunas zonas la tercera fase de la desescalada, ya bajo el control de los gobiernos autonómicos, no duró ni 24 horas. Mientras aquí estábamos en ésas, en la disyuntiva entre la salud pública y salvar en lo posible una temporada turística ya en ciernes, otros países se afanaban en controlar su curva y mantenerla bien abajo.
El mensaje que caló entre la ciudadanía española tras el fin del estado de alarma fue: esto ya está casi resuelto. La población de las grandes ciudades, aprovechando el teletrabajo y que los niños no tenían clases presenciales, empezó a dispersarse por la geografía nacional (a la costa, a los pueblos...) y a relajar sus hábitos, en una impropiamente llamada nueva normalidad, ya en manos de los gobiernos regionales. Y, a partir de ahí, cada autonomía a lo suyo y con lo suyo, mientras el Gobierno central, aparentemente, se concentraba únicamente en una gestión de datos centralizada difícil de entender -¿por qué nunca han cuadrado los datos de las autonomías con los que hace públicos el ministerio?- y en reuniones de coordinación de cuyo resultado no hay evidencias claras.
Es decir, que todo el país, tras sufrir la primera ola de la mayor crisis sanitaria de su historia reciente, se fue a la playa y la montaña dejando sin resolver el clamoroso fallo del modelo de salud pública nacional; los sistemas sanitario y social abandonados a su suerte ante la amenaza de adelanto de una posible segunda ola a agosto (con plantillas en mínimos por vacaciones y bajas y con los profesionales exhaustos intentando paliar en lo posible las listas de espera disparadas en el resto de patologías); sin haber resuelto los criterios comunes para una vuelta a las aulas segura (a principios de septiembre aún no había directrices), ... .
Es importante una evaluación detallada de lo sucedido, sí, y también de los resultados obtenidos, especialmente en términos de mortalidad, por doloroso que resulte. Sólo de esa evidencia saldrán argumentos como, posiblemente, los favorables a conceder el mando único, en caso de crisis de salud pública nacional como la actual, a un organismo autónomo especializado y con recursos.
Por otro lado, los gobiernos central y autonómicos tiraron, claramente, por la borda el sacrificio de los ciudadanos durante los largos meses del estado de alarma, pero no todo es culpa suya: por un lado, tenemos el movimiento de los negacionistas y el fenómeno de los ‘objetores’ de mascarillas -ya ha dado de sí episodios de violencia física, con apuñalamientos incluidos- y, por el otro, el de los inconscientes que no respetan la distancia física en establecimientos públicos o no tienen inconveniente en participar en citas multitudinarias (botellones en espacios públicos, macrofiestas en discotecas o domicilios particulares, reuniones familiares y de amigos...) sin miedo a lo que les pueda suceder a ellos y a sus familiares (especialmente a los de mayor riesgo por edad o patologías) y a un colapso del sistema sanitario, que si algo ha demostrado tener bueno son sus profesionales, a los que a pandemia ha golpeado doblemente (en lo laboral y lo personal).
Hemos fallado claramente: España está a la cabeza de la segunda ola de covid-19 en la UE que aquí nos resistimos a ver oficialmente, ya sea porque la mortalidad está lejos de la alcanzar los niveles de la primera (que no los contagios e ingresos hospitalarios, que están subiendo claramente), ya sea porque la enquistada estrategia partidista de los partidos políticos lo impide o porque la ciudadanía, ahíta de crisis sanitaria y temerosa de la grave crisis económica que se avecina, prefiere mirar hacia otro lado y hacer la misma vida que hacía no hace tanto, a principios de este mismo año.
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