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domingo, 1 de noviembre de 2020

Auge y caída de la cloroquina

José Ramón Zárate
Josezarate
Lun, 02/11/2020 - 07:00
El Escáner
Imagen de Donald Trump rodeado de coronavirus.
Donald Trump se convirtió en el promotor mundial de la hidroxicloroquina, pero no evitó su contagio.

Sintetizada en 1934 en Alemania por Hans Andersag y su equipo de la compañía Bayer como una alternativa más barata a la costosa quinina natural, su uso se extendió durante la Segunda Guerra Mundial y después se convirtió en el principal antipalúdico. A pesar de sus conocidos y manejables efectos secundarios, figura en la lista de Medicamentos Esenciales de la OMS.

Junto con su análogo sintético hidroxicloroquina (HCQ) ha sido el fármaco estrella frente a la covid-19 en los primeros meses, el más utilizado en todo el mundo: era barato, abundante y con propiedades antivirales. Y se había empleado en China con cierto éxito, al menos es lo que dijeron allí en sus primeros estudios, en especial uno publicado el 1 de marzo en Cell Research por M. Wang y su equipo del Instituto de Virología de Wuhan.

A este le siguieron con rapidez otros 20 estudios chinos, no muy amplios ni aleatorizados, pero sus resultados positivos indujeron a las autoridades sanitarias chinas a recomendar la cloroquina (CQ) y la HCQ para el tratamiento de la infección. Luego vino un estudio francés dirigido por el polémico Didier Raoult, del Instituto Mediterráneo de Infecciosas de Marsella, y publicado en International Journal of Antimicrobial Agents, que dio la vuelta al mundo: la HCQ había reducido o eliminado la carga viral en los pacientes, siendo su efecto reforzado por la azitromicina.

Debate no científico

En medio de los estragos pandémicos, los medios de comunicación y las redes sociales encumbraron al antipalúdico y convencieron de sus virtudes al presidente Donald Trump que se convirtió en un agente comercial de doble filo, pues politizó, con la ayuda del brasileño Bolsonaro, un debate que debería haberse circunscrito a hospitales y laboratorios.

Y así, como escribía en septiembre Ernesto Carafoli, del Instituto Veneciano de Medicina Molecular y de la Universidad de Padua, en Biochemical and Biophysical Research Communicationes, “en poco tiempo la CQ y la HCQ se convirtieron en el centro de una disputa que fue gradualmente corrompida por argumentos no científicos que dividieron a la comunidad científica de una manera similar a la de los partidarios de equipos deportivos”. El aspecto más desagradable “fue la prisa por publicar lo más rápidamente posible resultados que probarían, o refutarían, la eficacia de la CQ y la HCQ, su seguridad o sus peligros”.

Cuando The Lancet publicó en mayo los resultados de un macroestudio con 96.000 pacientes que tumbaba su eficacia y arremetía contra sus perjuicios, el antipalúdico pasó de la gloria al abismo. La OMS, que lo tenía entre sus favoritos, detuvo los ensayos que avalaba. Pero por poco tiempo. Enseguida se supo que los datos empleados por el estudio del Lancet y por otro del New England procedían de una pequeña empresa -Surgisphere- que no supo explicar de dónde los había sacado. El escándalo horadó el prestigio de esas cabeceras de referencia. La OMS, algo mareada, retomó los ensayos.

Escasa utilidad

Sin embargo, estudios y metanálisis posteriores, más pausados y amplios, han ido confirmando que el beneficio de la CQ y la HCQ es nulo o escaso y que sus efectos secundarios lo contraindican en esta infección. El 4 de julio la OMS decidió interrumpir los ensayos con HCQ, junto con los de lopinavir/ritonavir. Aun así, apuntaba que “esta decisión se aplica a la continuación del ensayo Solidarity en pacientes hospitalizados pero no afecta a la posible evaluación de los efectos de la hidroxicloroquina y de la combinación lopinavir/ritonavir en pacientes no hospitalizados como profilaxis previa o posterior a la exposición a la covid-19”.

Los últimos metanálisis, como uno internacional de este mes con 21.000 pacientes en The Journal of Antimicrobial Chemotherapy, el tan esperado ensayo Recovery aparecido hace poco en el New England y efectuado en 1.500 pacientes, otra revisión de septiembre en Journal of General Internal Medicine con 15 estudios y 11.000 pacientes, otra aún no publicada de 62 ensayos, o una italiana de 32 estudios de este mes en Journal of Critical Care, son casi unánimes en verificar la escasa utilidad del antipalúdico.

Aun así, como explica Carafoli, el debate no está cerrado. Si algo caracteriza a este coronavirus es la falta de certezas y las contradicciones que genera. Numerosas revistas científicas, con mayor o menor fundamento, siguen publicando ensayos positivos sobre la HCQ. En la web https://c19study.com/ que recopila 225 estudios de revistas con cierto prestigio sobre la CQ y la HCQ, hay desde febrero de este año 80 positivos y 30 negativos; el resto son revisiones o de conclusiones inciertas.

Al igual que con otros fármacos, se sigue discutiendo la dosis adecuada y la precocidad de la administración, junto a las combinaciones más eficaces. Y algunos han sugerido que la menor incidencia en África de la covid-19 podría deberse al uso allí del antipalúdico. Quién sabe. Al menos su vuelta a la normalidad no dejará desabastecidos a los pacientes de otras enfermedades que lo necesitan. “Tarde o temprano, de todos modos, el asunto de CQ y HCQ debe ser llevado de vuelta al ámbito limpio de la ciencia, donde las reglas del método científico, incorrupto por desviaciones emocionales o ideológicas, son la única opción posible”, concluye Carafoli.

Fue el fármaco más utilizado y 'politizado' en los primeros meses frente a la covid-19 y sobre el que más estudios se han hecho. Off José R. Zárate Off

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