En octubre de 1922, el rey Víctor Manuel III de Italia nombró primer ministro a Benito Mussolini, quien pocas semanas después estableció una dictadura fascista, en un principio de carácter no especialmente racista. Por presiones de la Alemania nazi, a partir de 1938 empiezan a aprobarse en Italia las primeras leyes abiertamente antisemitas, pero ni siquiera durante la II Guerra Mundial ―a la que Italia se incorpora en junio de 1940 como aliada de Alemania― hubo cooperación con el plan nazi de exterminar a los judíos europeos, y tanto los funcionarios como los militares y gobernantes italianos se negaron por lo general a permitir la deportación de los judíos en Italia o los territorios ocupados por italianos.
El escenario cambió de modo radical tras la invasión aliada de Sicilia en julio de 1943. El rey destituye a Mussolini, el nuevo primer ministro firma el armisticio con los aliados el 8 de septiembre, Italia entra en guerra civil y el ejército alemán ocupa rápidamente todo el norte y el centro de Italia, así como los territorios italianos de Francia, Yugoslavia y Grecia. Desde ese momento, y hasta la rendición de las tropas alemanas en Italia el 2 de mayo de 1945, las autoridades nazis deportaron unos 8.000 judíos de Italia a Auschwitz-Birkenau y otros campos de exterminio, donde la inmensa mayoría de ellos fueron asesinados.
Durante los nueve meses en que la capital de Italia estuvo ocupada por las fuerzas alemanas, varios médicos católicos del Hospital de la Orden de San Juan de Dios (popularmente conocido como Hospital de los Fatebenefratelli), próximo al gueto judío de Roma, urdieron un plan para engañar a los nazis y salvar la vida de varias docenas de judíos italianos. Dicho plan, según parece, fue ideado por un estudiante de medicina, Vittorio Sacerdoti, un jovencísimo médico, Adriano Ossicini, y el jefe de servicio Giovanni Borromeo (a quien el Yad Vashem de Jerusalén concedería en 2004 el título de «Justo de las Naciones»), con la connivencia de los frailes juandedianos.
La idea era bien sencilla: ingresar en el hospital, con nombre falso, a judíos sanos a los que diagnosticaban de morbo di K («enfermedad de K»); esto es, la enfermedad de Koch o tuberculosis, muy prevalente en la época, de pronóstico sombrío (mortal a menudo) y contagiosísima. Cuando la policía nazi hacía alguna inspección de control en el hospital, el profesor Borromeo, que hablaba bien el alemán, les explicaba lo peligroso que era entrar siquiera en el pabellón de los tuberculosos y conseguía que pasaran de largo. Los pacientes permanecían ingresados los días necesarios hasta recibir ―de una imprenta conchavada― la documentación falsificada que hiciera posible su huida, momento en el cual los médicos emitían un certificado de defunción con su verdadero nombre.
Según parece, para distinguir a los verdaderos enfermos de tuberculosis de los falsos, en la historia clínica de aquellos anotaban morbo di Koch, y en la de estos, morbo di K. Posiblemente, a modo de guiño en clave para referirse a los judíos perseguidos como «enfermos de Kesselring» o «enfermos de Kappler». El mariscal de campo Albert Kesselring era entonces el comandante en jefe de todas las fuerzas alemanas desplegadas en el sur de Europa; el teniente coronel Herbert Kappler, el jefe de la policía alemana y los servicios de seguridad en Roma, encargado de arrestar a los judíos para su traslado al campo de concentración de Fossoli, desde donde luego eran enviados a Auschwitz.
Fernando A. Navarro
Durante la ocupación de Roma por las fuerzas alemanas, un grupo de médicos católicos del Hospital de los Fatebenefratelli consiguieron salvar la vida de varias docenas de judíos, a quienes diagnosticaban 'morbo di K'. Off Fernando A. Navarro Offvia Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/3l3yNuO
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