Desde el sábado día 26 de junio el uso de la mascarilla al aire libre ha dejado de ser obligatorio en España, algo que no parece justificarse con la situación epidemiológica ni con el porcentaje de población vacunada sino con la oportunidad política del momento: por un lado, se indulta a los líderes del proceso independentista catalán en prisión; y en paralelo, por el otro, se baja el IVA de la electricidad del 21% al 10% hasta final de año y se concede la gracia de las mascarillas.
Había varias comunidades autónomas a favor de restringir la obligatoriedad del uso de las mascarillas a los espacios cerrados, pero que la decisión del Gobierno fue oportunista lo demuestra que su anuncio por parte del presidente, Pedro Sánchez, el 18 de junio, no fue comunicado previamente a las comisiones técnicas y de coordinación, y los borradores técnicos al respecto ni siquiera habían sido discutidos en ellas. El Consejo Interterritorial lo abordó días más tarde, el 23 de junio.
Es cierto que lo de las mascarillas está regulado por el Gobierno central y que este es competente, lo mismo que sucede con los indultos y con el IVA de la luz, pero hay que volver a insistir en que la gestión de la pandemia tendría que apoyarse en criterios estrictamente técnicos.
Mientras tanto, avanzamos rápidamente hacia la normalidad prepandémica, incluyendo la reapertura del ocio nocturno, cuando el 31,1% de la población tiene la pauta completa de vacunación y, por tanto, no tenemos inmunidad de rebaño; y cuando la incidencia acumulada a nivel nacional en los últimos 14 días por cada 100.000 habitantes es de 77 pero la variante delta (la india) del SARS-CoV-2 puede provocar repuntes en nuevos positivos. Por si eso fuera poco, India ha alertado de la aparición de una nueva cepa, la Delta plus, posiblemente aún más contagiosa.
Por qué debemos seguir alerta
Que no deberíamos relajar medidas básicas de prevención lo indica lo que está sucediendo en Israel, el más adelantado a nivel mundial en vacunación, que se plantea volver a usar la mascarilla en interiores; en Australia, que lucha contra brotes persistentes de covid-19 de contagiados sin haber tenido contacto físico con infectados; en Reino Unido, que vuelve a la cifra diaria de positivos más elevada desde mediados de febrero, y en Portugal, con la más alta desde abril.
En Reino Unido y Portugal la variante delta es ya la dominante. Se considera que es un 60% más contagiosa que la alfa (la británica), afectando a los no vacunados o a los que no tienen aún la pauta completa. Lo más preocupante es que las vacunas de AstraZeneca y Pfizer sí pierden efectividad ante esa variante (en el caso de las de Moderna y Janssen no hay datos concluyentes).
Llevamos luchando contra esta terrible pandemia desde marzo de 2020 y parece que no hemos aprendido que, en lo tocante al SARS-CoV-2, no hay que dar nada por seguro, hecho y solucionado. Por cierto: aún no tenemos un tratamiento eficaz para la covid-19. Es decir, que la prudencia, a pesar de la imperiosa necesidad de poner la economía nacional a toda máquina, debería guiar cualquier paso del Gobierno y de las comunidades autónomas y, hay que insistir, apoyarse únicamente en argumentos científicos.
El debate, en este preciso momento, no debería ser qué hacer con las mascarillas sino cómo acelerar, a pesar de las vacaciones y la consiguiente movilidad de la población, la campaña de vacunación en las próximas semanas, y cómo conseguir hacerlo de manera homogénea en todo el territorio nacional y en todas las zonas, al margen del nivel socioeconómico. Se echa de menos también segmentar la campaña nacional en estrategias específicas para jóvenes, pacientes crónicos y agudos no vacunados, población en la cincuentena desmotivada, colectivos fuera del radar sanitario…, y una campaña aclarando que el Certificado COVID Digital de la UE, que ya se está emitiendo y estará disponible en todos los Estados miembros a partir del 1 de julio, sirve estrictamente para identificar y eximir de las restricciones a la libre circulación a los que ya están vacunados, los que tienen una prueba negativa reciente o los que han superado la infección.
“Las epidemias han tenido más influencia que los gobiernos en el devenir de nuestra historia”, dijo en su día George Bernard Shaw (1856-1950, dramaturgo, crítico y polemista irlandés), dejando de lado el importantísimo papel que tienen los gobiernos en la labor de minimizar en lo posible el impacto individual y colectivo de las epidemias y las pandemias.
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