La guerra es la experiencia traumática por excelencia, un crimen elemental de cuya monstruosidad cobran conciencia quienes la viven, en palabras del escritor Thomas Bernhard, marcado por una infancia de conflicto bélico mundial. La guerra es un caso paradigmático, pero no es el único: cualquier situación en la que una persona se ve expuesta a escenas de muerte real o inminente, lesiones físicas graves o agresión sexual, ya sea en calidad de víctima directa, cercana a la víctima o como testigo es una experiencia traumática que puede desequilibrar la salud mental, en especial, si se produce en la infancia. De hecho, se estima que el trauma constituye un factor de desarrollo de trastornos psiquiátricos, en concreto de depresión, durante la edad adulta.
Los efectos negativos neurobiológicos, físicos y psicosociales, entre otros, del trauma infantil, han sido analizados por el psiquiatra Guillermo Lahera Forteza, profesor titular de Psiquiatría en la Universidad de Alcalá, vinculado al Hospital Universitario Príncipe de Asturias, en la Jornada de Trastornos Afectivos, recientemente organizada por Lundbeck. Lahera, que es también miembro de la junta directiva de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental, aborda para Diario Médico algunas cuestiones sobre la desgraciada exposición al trauma que viven muchos niños, y que hoy visibiliza esta guerra.
PREGUNTA: Con la guerra de Ucrania, asistimos a una tragedia humanitaria con un impacto claro en los niños. ¿Cuáles pueden ser las consecuencias en la salud mental en los más pequeños?
RESPUESTA. El impacto de una guerra sobre la salud mental de los niños es incalculable. Supone la destrucción de su mundo de seguridad y vínculos, de sus rutinas y del entorno que les permite crecer y desarrollarse. En estos momentos los niños ucranianos afectados están viviendo un estrés agudo de alta intensidad, en el que es muy frecuente el miedo, el insomnio, las pesadillas, la irritabilidad, un estado de hiperalerta y una preocupación obsesiva. Es simplemente una manera de adaptarse a una situación extrema de supervivencia. La violencia se impone en sus vidas, arrinconando la esencia de la infancia: el juego, la ternura, la creatividad, la despreocupación. La experiencia de ser refugiado supone miedo al futuro, romper con la vida anterior y muchos duelos.
Su salud mental obviamente dependerá de cómo se sucedan los acontecimientos, pero es indudable que el paso de invadir un país y entrar en guerra tiene un coste humano terrible, especialmente en la población infantil. La dinámica de la guerra consiste en resolver los conflictos y las diferencias a través de la fuerza bruta, lo que reconfigura los esquemas mentales de la población. Los niños aprenden a vivir entre la violencia y el miedo.
P. ¿Qué traumas infantiles se asocian con más frecuencia a depresión en la edad adulta?R. El haber tenido varias experiencias traumáticas en la infancia multiplica por cuatro el riesgo de depresión en la edad adulta. Las experiencias más dañinas son aquellas crónicas, repetidas, perpetradas por personas concretas (más que, por ejemplo, catástrofes naturales) y vivenciadas con indefensión total. Globalmente, el 24% de niños y adolescentes expuestos a trauma cumplen los criterios de depresión, siendo el trauma por violencia interpersonal el de mayor prevalencia e intensidad de depresión . Este grupo de población cuenta con 2,6 veces más de probabilidad de desarrollar depresión que aquellos niños y adolescentes no expuestos al trauma. Sin olvidar que el trauma psicológico aumenta el riesgo de suicidio de 2 a 5 veces.
P. ¿Influye la edad en que se sufre el trauma?
R. El impacto del trauma en la edad infantil es mayor que en etapas posteriores. El trauma infantil provoca cambios directos en la neurobiología del cerebro, disparando por ejemplo marcadores inflamatorios, reduciendo el tamaño de algunas estrcuturas cerebrales o limitando le neuroplasticidad. En la vida adulta vemos que estos pacientes tienen más consumo de sustancias, más conductas de riesgo y más conflictos interpersonales. Y no sólo desarrollan más depresión, sino trastorno de estrés postraumático, trastornos de alimentación o psicosis. El antecedente de trauma multiplica por 3 el riesgo de psicosis.
P. ¿Cómo detectar lo antes posible la presencia de un trauma en un niño?
R. En el contexto de guerra, evidentemente, la prioridad es la seguridad y la protección del niño. Hay que normalizar la experiencia emocional y desarrollar redes de conexión en el grupo. Es importante trasladar que el concepto de resiliencia es básicamente social, no individual.
En otros contextos, detectamos la presencia de trauma infantil con cambios bruscos de comportamiento o de ánimo. Es frecuente el niño que se encierra, se aísla, trata de distanciarse de la realidad, o en otros casos la desafía. El trauma no produce una psicopatología específica, es el gran generador de psicopatología.
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