El delicado equilibrio entre la investigación y la comunicación pública de sus resultados es, muchas veces, trasunto de otro equilibrio más complejo aún: cómo compaginar el rigor científico con la domesticación del ego; cómo evitar que el divulgador fagocite al investigador. No hay fórmulas para resolver esa compleja ecuación, pero el genetista Lluís Montoliu se ha arriesgado hoy, en El Escorial, con un consejo: "Hablemos solo de lo que sepamos, por favor". Un aviso a todólogos de todo pelaje y condición, pero más peligrosos, si cabe, cuando su campo es el científico.
De eso ha ido en parte la decimoséptima edición de la Jornada Medes (Medicina en Español), que la Fundación Lilly organiza cada año en los cursos de verano de la localidad madrileña: de mantener el equilibrio sin caerse, y para eso, dice Montoliu, "tienes que tener la cabeza muy bien amueblada", porque el "síndrome de la alcachofa" acecha. "Durante la pandemia, fui presidente del Comité de Ética del CSIC y ahí emitimos un comunicado recordándoles a nuestros colegas la importancia de que cada uno hablara de lo que sabía, máxime en un contexto tan difícil".
Eso, "que puede resultar una obviedad", no lo es tanto cuando al divulgador, a algunos divulgadores, les ponen un micrófono delante y les piden que opinen: "La tentación es grande, porque nadie es inmune a ese requerimiento, pero nosotros, como investigadores, como científicos, tenemos una responsabilidad: divulgar y comunicar sobre lo que sabemos, y mucho más desde la ciencia pública", dice el investigador del CSIC y vicedirector del Centro Nacional de Biotecnología.
Recogiendo el guante de su colega en el CSIC, Elea Giménez, científica titular del centro de investigaciones y coordinadora de la Plataforma ES-CIENCIA, apunta que saber decir que no a esos requerimientos -al menos, a los que no atañen a tu campo-, y delegar la respuesta en los especialistas en la materia, es también "una oportunidad de oro para crear cultura científica, para transmitir a la gente qué es la ciencia y la buena práctica científica. Claro que es importante comunicar los resultados de nuestras investigaciones, pero también hacer ver cómo trabajamos, qué método es el correcto y cuál no lo es, y que la progresión científica se logra, entre otras cosas, con un enfoque holístico, con la estrecha colaboración entre disciplinas y comunidades científicas".
Elea Giménez: "Saber decir que no es otra forma de crear cultura científica, de hacer ver cómo se trabaja"
Algo más escéptica, Estrella Montolío, catedrática de Lengua Española en la Universidad de Barcelona y asesora en comunicación, conviene en que ese enfoque holístico suena muy bien sobre el papel, pero alerta de la pervivencia de "ciertas resistencias" -entre los propios investigadores y en su entorno de trabajo- que lo dificultan, y demanda "una estructura de investigación que favorezca el trabajo de equipos multidisciplinares y normalice una forma de hacer las cosas que solo puede ir en beneficio de la ciencia".
Ahora bien, puestos a hacer equilibrios sobre el alambre, la palma se la lleva la "Oficina C" u Oficina de Ciencia y Tecnología del Congreso de los Diputados, una iniciativa conjunta de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) y la cámara Baja, que se puso en marcha en 2021, emitió su primer informe de recomendaciones en noviembre de 2022 y persigue poner de acuerdo a políticos y científicos. Su coordinadora, Ana Elorza, explica cómo se puede servir a dos señores a la vez... y no estar loca.
"A propuesta de un comité asesor, donde hay representantes de las principales instituciones científicas, los grupos políticos del Congreso eligen varios temas sobre los que la oficina trabaja durante meses para elaborar sendos informes. En la redacción de esos informes, consultamos a decenas de expertos en cada campo, y muchos de ellos están encantados de colaborar, de ir, incluso, al Congreso para explicarles a los políticos pormenores de sus respectivos campos".
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