Asumiendo el riesgo de que mis análisis resulten escasamente científicos, intentaré llegar a alguna conclusión de lo que nos sucede como individuos, como colectivo o como circunscripción geopolítica. A los humanos nos ha tocado vivir en un planeta maravilloso, y a los españoles en un continente rico y desarrollado en el que convivimos algo más de 500 millones de personas (un 6% de la población total en el mundo) responsables de un 20% del PIB global. Habitamos un país irregular, duro y cambiante en lo geopolítico que ha determinado ampliamente nuestros particulares desarrollos vitales y devenir histórico. Ello nos ha llevado como colectivo a protagonizar grandes gestas hasta situarnos a la cabeza del mundo y colonizar todo un enorme y maravilloso continente en el que arraigaron nuestra cultura, nuestras costumbres e idioma. Pero también a despertar los recelos o antagonismos propios hacia el colonizador y los celos o envidias de otros que vieron en los españoles el competidor a superar y batir. Todo ello facilitado por el afloramiento interno de disputas y rivalidades seculares que nos llevaron hace 80 años al capítulo más penoso de nuestra historia.
Pues bien, nos hallamos en un momento poco halagüeño tanto en los aspectos social, político y económico como en el sanitario azotados por la covid-19. Y, caben dos alternativas como miembros de ese privilegiado grupo de ciudadanos europeos: una, aceptar que la situación es fruto de un devenir condicionado por nuestra liberalidad, modo de entender la vida y particular uso de nuestras capacidades intelectivas y conformarnos. Otra, analizar los hechos que nos han traído hasta aquí y plantearnos qué hacer para rebelarnos contra un determinismo negacionista que nos impide reaccionar como sociedad organizada y vertebradora de colectivos aunados por un objetivo común.
Obviamente en la Fundación Gadea por la Ciencia apostamos por la segunda. A través de sus 280 Consejeros (pronto 400), científicos todos del máximo prestigio y representantes de todas las áreas del conocimiento, y nuestro decidido propósito de acercar la Ciencia a las empresas para la creación de riqueza y bienestar, somos conscientes de nuestras enormes capacidades como país para obtener en el concierto internacional reconocimiento y posiciones en los ámbitos científicos, empresariales y económicos que hoy se nos niegan. Pero, seamos conscientes que en gran parte ello es así porque nuestras instituciones con las universidades a la cabeza, nuestras empresas, y sobre todo nuestros gobiernos sucesivos, no han querido o no han sabido hacer lo necesario porque así sea.
“El nobel hubiera sido un gran estímulo para la ciencia española”
El último agravio o desprecio lo sufrimos los españoles el pasado 8 de octubre en la persona de un científico alicantino que hizo el mayor y probablemente más importante descubrimiento de las ciencias de la vida: el del mecanismo por el que unas primitivas bacterias se defienden de la agresión de los virus, al que bautizó como CRISPR (en inglés clustered regularly interspaced short palindromic repeats; en español repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas).
El descubrimiento permitió el desarrollo de una tecnología conocida como CRISPR/Cas9 que efectiva y específicamente es capaz de cambiar la configuración de los genes dentro de los organismos. Se trata de la base para la edición de genes y la ingeniería genómica de incalculables aplicaciones en biología y en el tratamiento de numerosas enfermedades de base genética en un próximo futuro.
“¿Cuáles fueron los apoyos de las instituciones a F. Mojica desde España?”
Me refiero a Francisco Martínez Mojica, microbiólogo, investigador y profesor titular del Departamento de Fisiología, Genética y Microbiología de la Universidad de Alicante. Su premio Nobel hubiese sido un gran estímulo y reconocimiento para la Ciencia Española, un revulsivo sin parangón para nuestra industria química, bioquímica, farmacéutica y sanitaria. Y, por si fuese poco, un ejemplo ilusionante para nuestras numerosas generaciones de estudiantes universitarios y una demostración al mundo de cómo somos capaces de grandes hazañas, a pesar de los pesares propios y ajenos.
Pero lo sucedido tampoco fue casual. Ni siquiera fruto de la “inquina” hacia lo español. Todos sabían la historia y quién es el padre del invento. Al menos todos lo supieron y valoraron en los países en que se postulaban candidaturas por el CRISPR y en todos los casos se pusieron en marcha las maquinarias de apoyo correspondientes. ¿Cuáles fueron los apoyos institucionales a M. Mojica desde España? ¿Qué hizo el gobierno español con nuestro flamante y anhelado ministerio de Ciencia e Innovación por reforzar su posición? ¿Qué lobbies españoles se implicaron en la decisión?
¿Alguien se ha parado a valorar el daño causado, no ya por el incalculable “lucro cesante de todo tipo”, sino por la imagen de pobreza y debilidad trasmitida como país y el deplorable mensaje a los que en España siguen afanándose cada día por que el Sistema Español de Ciencia, Tecnología e Innovación y Empresa (SECTIE) sea lo que puede y debería llegar a ser?
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