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sábado, 14 de noviembre de 2020

"Debemos vivir en un estado de responsabilidad crónica: la vacuna somos nosotros"

Profesión
franciscogoiri
Dom, 15/11/2020 - 09:01
Fátima Trinidad, enfermera de UCI y escritora
Fátima Trinidad, enfermera intensivista en el Hospital Fundación Alcorcón y autora del libro "La última mirada".
Fátima Trinidad, enfermera intensivista en el Hospital Fundación Alcorcón y autora del libro "La última mirada".

"Hoy la muerte trajo silencio a la vida de una amiga de mi gran compañera. No es capaz de contener las lágrimas; necesita un rato de aliento para aliviar tanta tristeza. Se baja la mascarilla, nos cuenta que no ha podido acompañar a su familia, y yo, sin saber qué decir, le acaricio un hombro con mi mano enguantada". Esa mano, enfundada en guante azul de látex -mano que cuida, pero también escribe-, es la de Fátima Trinidad, enfermera de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario Fundación Alcorcón (HUFA)... y narradora en ciernes.

Su faceta profesional viene jalonada por más de veinte años de experiencia como enfermera intensivista y en temas relacionados con la humanización de los cuidados; su afición literaria ha germinado, de momento, en un libro de relatos, "La última mirada" (editado por La Esfera de los Libros), en el que Fátima restaña las heridas emocionales que le dejó la primera ola de la pandemia y narra las experiencias de pacientes, familiares, amigos y compañeros de trabajo durante esa primera fase de la sacudida socio-sanitaria que empezó el pasado mes de marzo.

"Soy enfermera en una UCI, pero también hija, madre, amiga, mujer enamorada... Escribir sobre lo que veía a diario era mi forma de gritar para descargar, para desahogarme al final de cada una de esas interminables jornadas de trabajo". Su rostro y el de su libro forman parte del homenaje que el Área de Salud de Unidad Editorial dedica a los #Admirables profesionales que estuvieron -y siguen estando- en vanguardia de un combate desigual.

Imagen eliminada."La última mirada" es un fresco de 96 relatos cortos, 60 protagonizados por personas que se cruzaron con Fátima en esos meses y "me regalaron sus experiencias", y el resto teñidos de sus vivencias personales y las de su entorno más cercano. "Yo no buscaba los relatos, sino que, en cierta forma, eran ellos los que me encontraban, cuando hablaba con pacientes anónimos y sus familiares, pero también con médicos, enfermeros, celadores, personal de limpieza... A todos les pedí permiso para plasmar por escrito sus experiencias, y aunque muchas están narradas en primera persona, los verdaderos protagonistas son ellos". Una suerte de autoficción vicaria.

Los ojos que narran son los de Fátima, pero la "mirada" que menciona en el título del libro es la que mana de otras pupilas. "Llevo más de dos décadas trabajando en unidades de intensivos y nunca había visto las miradas de pánico e incertidumbre que tenían muchos pacientes, las miradas perdidas de casos positivos de Covid-19 al enfrentarse solos a lo desconocido, sobre todo las primeras semanas, con tantas preguntas sin resolver. Mis compañeros también han sido testigos de esas miradas, y si hablo de "la última" es porque nosotros, los sanitarios, éramos los últimos a quienes miraban antes de dormirse..., farmacológicamente o para siempre. Las únicas manos que tenían para mitigar su soledad, sobre todo esas primeras semanas, eran las nuestras".

Lea las primeras páginas del libro "La última mirada"

Aunque siempre ha escrito, nunca lo había hecho sistemática y disciplinadamente, con la intención de publicar, y desde luego nunca como terapia. "Uno de los psicólogos que puso la Consejería de Sanidad para atender a los profesionales sanitarios me aconsejó que aprovechara esa afición para plasmar por escrito mis experiencias, para perder peso emocional. He aprendido a base de pesadillas y síntomas de estrés postraumático a transformar el dolor en valor, y aunque las heridas siguen latentes, poner negro sobre blanco mis pensamientos me ayudó mucho".

Y a las muchas experiencias acumuladas entre marzo y mayo, se sumaba el tiempo que tuvo para escribirlas, porque su voluntario encierro en un hotel la obligó a estar sola. "El 2 de abril me instalé en uno de los hoteles abierto exclusivamente para alojar a sanitarios. Dejé atrás a mi familia, para no poner en riesgo a mi madre, enferma de Alzheimer, y a mi padre octogenario, y se ocuparon de ellos mi pareja y mis dos encantadoras hijas adolescentes. En ese momento, la Comunidad de Madrid y el resto de España seguían en Fase 0, las UCI de los hospitales, incluido el mío, estaban saturadas de pacientes y la presión física y emocional era insoportable".

"Uno de los psicólogos me aconsejó que escribiera para perder peso emocional"

Cuando rememora esas semanas, no duda ni un segundo: "Trabajando en una UCI te debates a diario entre la vida y la muerte, pero lo de aquellos meses fue, sin duda, lo más duro que he vivido en más de veinte años de profesión, porque era continuo, un día tras otro, de forma atropellada y sin solución de continuidad: si a las urgencias llega habitualmente una media de 20 pacientes diarios, esos días rondábamos los 200. Hemos llegado a intubar a un paciente en una habitación que acababan de limpiar tras desalojar a los anteriores; todavía olía a lejía y desinfectante, y teníamos que trabajar con los ojos llorosos y conteniendo casi la respiración".

"Paleta emocional"

Ese fresco de 96 relatos no es monocolor, porque el pincel de Fátima se nutría de una imaginaria paleta de colores que la autora ponía a disposición de sus interlocutores. "Relacionaba cada color con un sentimiento o un estado de ánimo: el negro con la muerte, el rojo con el amor, amarillo con alegría, verde con esperanza, y gris con el poso de tristeza que me dejaban algunas de las historias. A casi todos los que me han regalado su historia, les he ofrecido esa paleta, para que eligieran de qué color querían que tiñera sus experiencias personales".

Las historias que coinciden con la fase más aguda de la pandemia, ésa en la que las UCIs seguían saturadas, están inevitablemente vestidas de un luto duro, oscuro y riguroso, "porque no podía huir de la realidad que vivía día a día". Pero el 30 de mayo Fátima Trinidad vuelve a su casa y, arropada por su entorno y rodeada de su gente, siente la necesidad de escribir textos más "amables".

Imagen eliminada."Aún tenía síntomas de estrés postraumático, pero necesitaba salir de ese agujero, y poco a poco aparecen la luz y el resto de los colores. Entre los últimos relatos, los hay incluso esperanzadores". En el libro, una vez editadas, las historias no aparecen ordenadas cronológicamente, porque, como dice su autora, "habría sido insufrible leer más de cinco relatos negros seguidos". Estrategia editorial, pero también de supervivencia.

A la etapa de la pintura más negra pertenecen Latido sin final, la historia de una compañera celadora que fallece de repente de un ictus y sus familiares donan sus órganos; Una vida más, que narra el monólogo de una joven cuya pareja muere de cáncer poco antes de enterarse de que está embarazada, tras varios intentos frustrados de inseminación, o Líneas, donde Fátima hace una peculiar lectura de los datos que le brindan a un profesional sanitario los monitores instalados en una UCI.

De colores mucho más vivos pinta la historia del recepcionista del hotel donde se alojaba, que se entera de que va a ser padre el 13 de marzo, el mismo día en que el Gobierno de España decreta el estado de alarma (la niña nacerá en diciembre); o la de aquella mujer que se reencuentra con su padre en el hospital, después de más de 30 años sin hablarse; o el relato titulado Un paréntesis, en el que rememora "la primera extubación que hicimos con éxito a un paciente. Llevaba más de siete semanas con nosotros, habíamos fracasado ya en tres intentos previos de extubación y pensábamos que tendríamos que hacerle una traqueotomía. Aún recuerdo cuando, apenas con un hilo de voz, me pidió un móvil para llamar a su hija. Es en momentos como ése cuando te despojas del traje de enfermera de intensivos y te pones sólo el de persona".

"Me recluí voluntariamente en un hotel dos meses para evitar contagiar a mis padres"

Paradójicamente, cuando llegaba al hotel después de un turno de trabajo especialmente extenuante era cuando más lúcida estaba, y cuando más fluida y productiva le resultaba la escritura. "Volvía literalmente de una guerra: jornadas de día o de noche de más de 12 horas, sin parar, en las que perdías la noción del tiempo y el espacio y no sabías ya ni con qué compañeros trabajabas ni a qué pacientes atendías. Era entonces cuando más necesitabas sacarlo fuera".

Turnos sin final, el relato que abre el libro, describe ese escenario:"Otro turno más deseando que no sea igual o peor que el anterior, que el primero, que el que quieres olvidar y no puedes, que los sucesivos, que todos...; cada uno de ellos se repite una y otra vez. Llegas al final y el siguiente solo es diferente porque ha cambiado la fecha del calendario".

"Mi Pablo"

Sus referentes literarios son varios y muy diversos, pero se anticipa impaciente a la pregunta y apenas deja que se la formulemos: el primero de todos es Pablo, "mi Pablo", Neruda.

De hecho, Luna de esperanza, que no duda en calificar como su relato favorito, es un poema, aunque vea muy osado decir que está inspirado en el estilo del chileno. "Nunca había escrito un poema y creo que es especialmente difícil, pero, más allá de su calidad, en éste he querido resumir la esperanza que alienta en las últimas narraciones que escribí. Quizás por eso es el más querido".

Inmersa en la segunda ola de esta inacabable pesadilla, sigue en la UCI de la Fundación Alcorcón, "porque amo lo que hago y no me veo haciendo otra cosa; soy enfermera vocacional de pies a cabeza". Lo que ahora no hace, al menos de momento, es escribir, porque "el único requisito que me pide el corazón para escribir es no estar enfadada, y ahora lo estoy, y mucho".

Enfadada porque "parece que no hemos aprendido nada durante todos estos meses"; enfadada con la gestión de la pandemia y con los políticos responsables de esa gestión, "que tenían que haberse puesto al frente, pero ninguno me representa"; enfadada con la eterna picaresca de este país, "porque acabo de escuchar por la radio que ya se han cursado 30.000 denuncias por fraude con los ERTEs", pero también, y sobre todo, enfadada con quienes se están comportando "de forma insensata", sean o no anónimos, tengan o no responsabilidades oficiales.

"Lo único que necesito para escribir es no estar enfadada, y ahora lo estoy, y mucho"

"Es lamentable que haya quienes intentan normalizar algo que no es, en absoluto, normal. Puedo entender que te canses de estar encerrado en tu casa, de no ver a tu familia o a tus amigos, de no ir a la playa o de vacaciones, de no tomarte una caña en una terraza, o incluso de tener que llevar mascarilla. Pero siempre que oigo quejas de ese tipo me acuerdo de un paciente que estuvo 200 días ingresado con nosotros; cuando por fin le dimos el alta y un periodista le preguntó qué era lo primero que iba a hacer, respondió: "beber un vaso de agua". Nos guste o no, de momento tenemos que vivir en un estado de responsabilidad crónica. Hasta que tengamos una vacuna, la única vacuna somos nosotros y nuestro comportamiento responsable".

Enfermera intensivista, Fátima Trinidad ha traducido en un libro de relatos su experiencia durante la pandemia. Dolor y esperanza a partes iguales. coronavirus Admirables Off Francisco Goiri. Madrid Profesión Off

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