El trabajo durante la pandemia de Marta Castellà Rovira, médico del Servicio de Urgencias del Hospital de Sant Pau, de Barcelona, representa para su centro la labor admirable de toda su plantilla durante este 2020 aciago. El relato de su experiencia profesional y personal, como ella dice, es el de muchos otros profesionales que, de un día para otro, se ven sobrepasados y obligados a reaccionar ante una adversidad insólita. Esta entrevista forma parte de la iniciativa #Admirables, un homenaje con el que el Área de Salud de Unidad Editorial, con sus cabeceras de salud al frente, Diario Médico y Correo Farmacéutico, quiere rendir homenaje a la respuesta de los profesionales sanitarios ante la pandemia.
“En urgencias siempre vamos sobrecargados, por encima del 100%, día, tarde y noche; a menudo con epidemias como la de la gripe. Empezamos a principios de año a oír hablar de un virus chino y, en febrero, comenzó a venir gente preguntando si lo tenía. Al principio no teníamos información; sabíamos que había algo que rondaba por aquí, pero no sabíamos qué, había mucha incertidumbre. De China pasó a Italia, luego a Madrid… Nos preparamos dedicándole personal y parte del espacio de Urgencias, pero muy rápidamente las previsiones superaron todos los pronósticos y llegó la avalancha. Sin embargo, Urgencias y todo el hospital se reordenaron, se flexibilizaron espacios y profesionales y en muy poco tiempo pasamos de la desorganización inicial y el caos a arremangarnos todos para remar en una sola dirección. Fue espectacular”.
¿Cómo llevó ese tsunami asistencial emocionalmente? “Con mucho miedo. En mi caso, además, mi padre, médico que trabaja en una residencia, un día nos dijo que tenía fiebre, sensación de ahogo… y luego dio positivo. Como tenía neumonía, lo ingresamos aquí, en el Sant Pau, y en su caso todo fue bien. Pero lo cierto es que no sabíamos nada del virus y veíamos a los pacientes caer como moscas. En mi caso, después de dejar toda la energía en el hospital, llegaba a casa y me ponía a llorar de impotencia. Cuando con los compañeros de la universidad hablábamos de lo que estaba sucediendo también acabábamos todos llorando. Poco a poco, nos hicimos expertos. El momento de absoluta emoción fue cuando vimos a todo el hospital, con equipos de todas las especialidades, trabajando por la misma causa. Todo el mundo preguntaba, sin importarle lo que había hecho hasta entonces o quién era: ¿qué tengo que hacer? ¿A dónde voy? Ver, por ejemplo, a residentes de Ginecología trabajar con nosotros viendo patología respiratoria en Urgencias... . Y se hizo una labor de organización desde dirección brutal; te sorprende, con una medicina tan segregada. Éramos un único superequipo”.
¿En qué contribuyó usted, para que el hospital destaque su aportación como admirable durante esta pandemia? “No tengo nada de especial respecto a mis compañeros. Soy una foto de todos ellos: médico y mujer, que ha reventado el horario, madre que se ha llevado el miedo a casa, mi pareja médico también, los niños con el colegio cerrado... , y la angustia por la salud de la familia y la nuestra propia. Yo también me infecté y pasé en casa la enfermedad, donde a pesar de hacerlo todo bien, contagié a mi pareja. Con otro positivo dentro de casa se te cae el mundo encima pero dejas de pensar en ti; piensas: “Por favor, que no le pase nada a él”. Como mi caso, hay muchísimos entre los sanitarios y no todos acabaron bien".
¿Pudo descansar algo en verano? “Se me permitieron vacaciones, creo que las que más he necesitado de toda mi vida, pero sin poder bajar la guardia en ningún momento”.
En el pico de la segunda ola
¿Qué está pasando ahora, en el pico de la segunda ola? “En el hospital no se paró de trabajar tras la primera ola porque la covid-19 ha estado siempre entre nosotros. Hemos aprendido a trabajar diferente y en todos los pacientes que vienen a Urgencias, aunque sea por diversos motivos, es necesario descartar que no tengan la enfermedad. Eso enlentece y dificulta el trabajo, necesitamos más tiempo y espacios complementarios. Pero sí vemos diferencias en el perfil de los pacientes: en la primera ola la gente joven y con pocos síntomas se quedó sin diagnosticar porque así lo establecieron los protocolos vigentes; es gente que no cuenta y que pasó la enfermedad en su casa. Todos los que llegaban entonces e ingresaban estaban muy mal. La gran mayoría eran pacientes con neumonía grave y muchos de ellos requerían ingreso en la UCI. Ahora, por el contrario, se diagnostica todo: mucha gente con cuadro vírico sin criterios de gravedad que se recuperan sin secuelas. Pero siguen llegando pacientes con neumonía y que necesitan oxígeno e ingreso. Al principio de la segunda ola eran efectivamente más jóvenes que en la primera, pero en las últimas 3 semanas la edad ha vuelto a aumentar y vemos también muchos mayores. De hecho, hemos alcanzado una ocupación máxima de nuestra área de críticos y de una buena parte de la hospitalización. Así que, por un lado, siento optimismo con el gran esfuerzo diagnóstico que se está haciendo, con la intención de que no se nos escape nadie; pero, por otro lado, preocupación por la ocupación y el pico hospitalario actuales".
¿Cree que viviremos una tercera e, incluso, una cuarta ola? "Creo que tenemos virus para un buen tiempo. Sin duda en los hospitales nos hemos preparado para convivir con él y es importante que nos mentalicemos. La normalidad tardará en volver a Urgencias y al hospital, pero también a casa".
¿Está preparada para un sobreesfuerzo tan sostenido en el tiempo? "Estoy preparada para intentarlo. Somos un gran equipo, humano y profesional. Nos encanta nuestro trabajo, pero se está tensando mucho la cuerda. La atención primaria está sobrecargada, en los hospitales hay mucha gente trabajando lejos de su zona de confort y eso sin un claro fin es agotador. Volveré a tirar de familia, compañeros y amigos y seguiré para adelante, pero sin duda este virus marca un antes y un después para todos los sanitarios".
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