A día de hoy, en torno al 27% de los adultos estadounidenses siguen sin vacunarse contra la covid-19. De ellos, un 15% se resiste con fuerza a la vacunación, pero el 12 restante no alberga posturas ideológicas y puede considerarse una parcela de indecisos. Llegar a ellos es un reto importante frente a la covid-19, pero también para futuras pandemias y para cualquier tipo de vacunas. “En medio de un ruido, en gran parte odioso, lleno de falsedades y puramente político, creemos que la salud pública no debe perder la voz”, reclaman varios expertos desde el New England Journal of Medicine.
Firman el artículo Robert Bazell, profesor de Biología Molecular en la Universidad de Yale y dos profesores de la Universidad de Harvard: Howard Koh, experto en Liderazgo en Salud Pública, y Barry Bloom, emérito del departamento de Epidemiología y Enfermedades Infecciosas.
Estos autores plantean que las lecciones aprendidas de las guerras del tabaco iniciadas en los años 60 podrían extrapolarse a lo que sucede hoy con las vacunas. Relatan los importantes esfuerzos de salud pública realizados durante más de 40 años para conseguir contrarrestar los mensajes de “glamour y normalidad” con que las compañías tabacaleras influían en millones de personas. Por entonces casi la mitad de los adultos estadounidenses fumaban, frente al 12,5% que lo hacen hoy día.
La fuerza de los datos
La evidencia científica de los daños del tabaco se recogió por vez primera en un informe gubernamental de 1964, pero sus efectos fueron mínimos porque la industria tabacalera se encargó de desmantelar los datos. No fue hasta 1986 cuando C. Everett Koop presentó datos epidemiológicos y biológicos que demostraban que el tabaquismo es una de las principales causas prevenibles de cáncer y muerte, a la vez que se desvelaban los daños asociados del fumador pasivo.
Koop y otros fueron vilipendiados por la industria tabacalera, que montó una campaña agresiva y sostenida para difundir información errónea sobre el consumo de tabaco, recalcando su importancia económica y posicionándose contra las restricciones de la libertad individual. Dos estudios de 1981 cambiaron las tornas al documentar que las esposas no fumadoras de fumadores tenían un mayor riesgo de cáncer de pulmón que las esposas no fumadoras de no fumadores. Al menos una docena de otros estudios en los años siguientes demostraron los peligros del humo de “segunda mano”, y lo que inicialmente era una preocupación específica de los fumadores se convirtió en un problema de todos. La gente empezó a entender que lo que una persona hacía ponía en peligro la vida de otras. Sin embargo, en 2000 la Corte Suprema rechazó los esfuerzos de la FDA para restringir la nicotina y los productos de tabaco y no fue hasta 2009 cuando se le permitió restringir las ventas a los jóvenes y exigir etiquetas con advertencias de salud.
Durante esa batalla se ha demostrado que las estrategias sociales han sido más influyentes que las políticas, entre ellas los mensajes para dejar de fumar de los profesionales de la salud y las restricciones en lugares públicos, trabajo, escuelas, restaurantes, bares y aviones. También han sido importantes los mensajes mediáticos de atletas, artistas y actores, así como una contrapublicidad contundente. La campaña “Consejos de Exfumadores” iniciada en 2012 por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), sigue en pie para ayudar a dejar de fumar. Otras medidas reductoras han sido las subidas de impuestos y las restricciones publicitarias del tabaco.
“Los esfuerzos realizados por el movimiento antivacunas, que no es nuevo, están prosperando durante la pandemia de covid-19 y se parecen mucho a las estrategias utilizadas durante la guerra del tabaco”, explican los autores del artículo, recalcando que, aunque no está financiado por una sola industria, ese movimiento cuenta con el apoyo de ciertas figuras políticas, médicos y empresas de comunicación que siembran dudas y desconfianza en la ciencia y en el gobierno. A ello se suma la gran cantidad de información errónea disponible en Internet sobre la seguridad y la eficacia de las vacunas. “Mientras que las guerras contra el tabaco involucraron inicialmente campañas publicitarias y de relaciones públicas, actualmente las redes sociales y los medios de comunicación de derecha promueven teorías conspirativas como que las vacunas introducen microchips para controlar el comportamiento, esterilizan a los vacunados o dañan a los fetos”.
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