«No hay espectáculo más terrible que la ignorancia en acción» (Johann W. Goethe). Los últimos meses han sido, digamos, “intensitos” en redes sociales en el terreno de la proliferación de desinformación contra la salud. Una desinformación a sumar a la que ya venía campando tradicionalmente sobre todo tipo de pseudociencias, como cada semana recopilan los “Premios Brandolini”.
Alberto Brandolini dejó dicho en 2013 que la energía necesaria para refutar una patraña es, como mínimo, un orden de magnitud superior a la necesaria para crearla. Este principio de asimetría de la estupidez es más patente que nunca en las últimas semanas, donde los focos de producción de pseudociencias (los “por la Verdad”, los “reveldes”, y toda la fauna aullante que se puede encontrar por ahí) parecen jugar a tomar términos al azar que no comprenden ni conocían media hora antes, como el grafeno, y empiezan a combinarlos con las vacunas, para ver qué sale y cómo pueden intentar asustar a las viejas. Vacunas esterilizantes, vacunas magnéticas, vacunas transgénicas, vacunas “terapia genética”, vacunas ADE, vacunas con chips, vacunas con “cosas”. No deja de sorprender que se preocupen tantísimo sobre lo que llevan estas vacunas, cuya composición está detallada en los prospectos normativos, y no les importe en absoluto aplicar esas suspicacias a, qué sé yo, las hierbas que cualquiera les embuta en infusiones o supuestos “batidos detox”.
En estas semanas, donde incluso me he cruzado ya no con un terraplanista, sino con uno que cree que la tierra tiene forma toroidal, he visto varias veces el argumento de que hay que desconfiar de las vacunas y atender a otras supuestas terapias porque “la ciencia no lo sabe todo”; que no podemos saber los efectos a medio y largo plazo de las mismas y, al mismo tiempo, que en tres meses noséqué porcentaje de los vacunados morirá, y el resto lo hará el año que viene a eso de la hora del té. En definitiva, la falacia ad ignorantiam usada a conveniencia para negar la seguridad de las vacunas y afirmar efectos secundarios arbitrarios.
Evidentemente, la ciencia no lo sabe todo, pero sabe cómo son algunas cosas, y cómo no son otras. Sabe que la homeopatía no puede funcionar, independientemente del color del post-it en el que la prescriban. Sabe que la Tierra tiene forma geoide, y sabe el mecanismo de acción de una cadena de ARN mensajero dentro de nuestras células. Sabe que el problema, más que los raros efectos secundarios graves que se pueden dar a corto plazo y que se estudiarán y mejorarán, es conseguir la virguería técnica de mantener estable una molécula tan precaria el tiempo suficiente para que cumpla su cometido.
El segundo lugar común es el de apelar a “los dogmas de la ciencia”. Que, viniendo de gente que repite como loros los mantras de sus gurús, no deja de ser gracioso, o lo sería si no escondiera un fenómeno tan peligroso, a tenor de la radicalización que están mostrando (y que preveo que antes o después terminará en una desgracia personal, vistos los calificativos de “genocidas” y “asesinos” que están inculcándoles contra el personal sanitario e investigador). La ciencia trabaja, precisamente, al borde de lo desconocido, siempre con las miras abiertas a lo que se vaya a encontrar en esa frontera. E investigando poniendo a prueba sus hipótesis, no buscando confirmarlas. Haciéndose preguntas honestas, del estilo de “Si me estuviera equivocando en mis hipótesis, ¿cómo podría saberlo?”, no como las tendenciosas de estos grupos conspiranoicos, que bajo la estructura de “¿Sabías que X?”, esconde en su enorme mayoría una X falsa o tergiversada, ante la que no se han tomado la menor molestia de contrastar. Y muchas, puedo asegurarlo, se desmantelan con menos de cinco segundos de búsqueda en un navegador, como la manida supuesta ausencia de autopsias de fallecidos por covid-19.
En resumen, cuando esta gente dice “la ciencia no sabe esto”, a menudo deberían decir “yo no sé esto”, y dejar de proyectar su ignorancia. Pero, como he insistido en esta columna, el problema del afectado por Dunning Kruger es la incompetencia en la constatación de su propia incompetencia.
La ciencia no lo sabe todo, pero sabe muchísimas cosas. Y sigue averiguando otras nuevas. Pese a todo, no dejará de haber quien intente usar esa supuesta debilidad como un argumento en contra de sus avances o a favor de todo tipo de supercherías (como el reiki, otra de las que “algún día la ciencia demostrará cómo funciona”, aunque ya haya demostrado que no lo hace).
via Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/3wSLv5a
No hay comentarios:
Publicar un comentario