No puede esconderlo. El investigador español Pedro Alonso lleva África en las venas. Así es incluso antes de aterrizar por primera vez en estas tierras (Gambia, en septiembre de 1984), donde dio sus primeros pasos como médico general y enseguida tomó conciencia de cuál era la principal amenaza en salud pública a la que se enfrentaba la población que atendía. Sin duda, la malaria, una enfermedad que a día de hoy mata a unas 400.000 personas al año y casi el 70% son pequeños que no llegan ni a los cinco años de vida. Esta realidad tan dura no sólo se tatuó en la retina de Alonso, sino también en el sentido de su vida como investigador.
Desde entonces, vive volcado en esta causa global que ha adoptado como propia. Hasta tal punto, que sus mejores momentos personales están estrechamente ligados a sus mayores alegrías laborales. Recuerda con un tono claramente feliz cuando nació su primera hija. Coincidió precisamente con su primer gran éxito en la lucha contra la malaria. Todo un hito. Por aquel entonces, "estábamos haciendo los primeros ensayos a gran escala de las mosquiteras impregnadas de insecticida. Nadie creía en ellas, se cuestionaban mucho". Un día, quiso comprobar los primeros datos y... Sorpresa: "Nos dimos cuenta de que estaba teniendo un impacto sobre la muerte de niños tremendo".
Los resultados fueron publicados en la prestigiosa revista The Lancet en 1991 y se convirtieron en columna vertebral del control de la malaria en el mundo. "Fue una alegría enorme". Sus 35 años de investigación han dado para mucho, en parte, reconoce Alonso, gracias a su mujer, con quien puede compartir su pasión por la medicina, la ciencia y la tierra africana. Es médica e investigadora de primera línea y su ámbito de trabajo es la salud materna infantil y neonatal. Se puede decir que para ambos, Mozambique también es casa. Por eso, cuando le nombraron director del Programa Mundial sobre Malaria de la OMS, abandonó Mozambique con "pena", pero también con "ilusión", porque sólo desde una plataforma así "se pueden hacer cosas que serían imposibles desde otro ámbito".
Que Pedro Alonso es uno de los científicos que más ha trabajado en una vacuna contra la malaria es un hecho. Los primeros datos sobre su eficacia vieron la luz en 2004. Ahora que la OMS ha dado respaldo a su uso para prevenir la enfermedad.
Pregunta. ¿Se podría decir que ha sido la guinda a su trabajo?
Respuesta. La guinda puede significar el fin y no lo es. A título personal, me supone satisfacción ser el director del programa mundial de malaria y ser testigo activo de lo que el New York Times o la BBC han calificado como un hecho histórico. En su día pensé que si utilizábamos vacunas en otras enfermedades infecciosas, por qué no contra la malaria. Han sido esenciales para erradicar la viruela y lo serán para eliminar a corto plazo la polio. Una vacuna se me antojó como una herramienta clave y, por lo tanto, he trabajado durante muchos años en esta línea. Tuvimos la fortuna de ser (nuestro grupo del Hospital Clínico de la Universidad de Barcelona y del centro de investigación en salud de Manhiça en Mozambique) los primeros que demostramos la capacidad de esta vacuna de proteger a niños africanos. Por lo tanto, a ese nivel personal, una gran satisfacción. Sin embargo, no es la guinda porque no es el final, se abre una nueva era, la era de las vacunas para el control y la eventual erradicación de la malaria en el mundo y esta es una excelente primera generación de vacunas, con una eficacia moderada (del 40%), pero que tiene que ser el estímulo para desarrollar vacunas mejores y más eficaces.
Efectivamente, el pasado mes de julio, la farmacéutica alemana BioNTech, que junto a Pfizer creó una vacuna anticovid, anunció que empezaría a aplicar la tecnología del ARN mensajero a un inyectable contra la malaria y los ensayos podrían iniciarse en 2022.
Durante los últimos 30 años, todas las grandes empresas farmacéuticas se han retirado del mundo de la malaria y ahora, BioNTech ha sido la primera que ha vuelto. Es un giro de 180 grados. Cambia el ritmo, la orientación, el panorama y reafirma mi sensación de que se abre una nueva era.
P. En esta iniciativa, ¿cómo está apoyando Pedro Alonso?
R. De momento, como director del programa de malaria de la OMS. Está entre mis obligaciones estimular y apoyar. De momento, esa es mi función.
P. ¿Le resulta tentador volver a la investigación en esta nueva era que se abre?
R. Algún día, yo quisiera volver a las raíces, a África, a formar, a ayudar directamente en el terreno, a pie de obra, a tratar de avanzar la investigación, aprovechando esta nueva conciencia ahora con los éxitos de las nuevas vacunas (contra la malaria y covid-19). Es una oportunidad para poder contribuir a dar otro paso adelante. Espero poder seguir dando todavía un poco más de guerra. Diría una frase de Goya con la que siempre me he sentido muy identificado: sólo la voluntad me sobra.
P. ¿Cómo cree que ha influido la pandemia en la conciencia sobre la malaria?
R. Creo que ha vuelto a poner en la agenda política global algo que llevábamos toda la vida diciendo. Las enfermedades infecciosas no son del pasado ni una cuestión menor. Sólo hay una cosa en la salud que puede suponer un riesgo sistémico a la humanidad y eso es una enfermedad infecciosa. covid-19 lo ha demostrado. Si algo puede paralizar el mundo en semanas es una enfermedad infecciosa. La segunda derivada de esto es que el mundo de la ciencia ha tenido la capacidad de responder de forma extraordinaria y desarrollar vacunas que nos han cambiado la vida. Esto, de nuevo, sólo lo logra una vacuna, que tiene capacidad transformadora.
Tenemos que repensar nuestra gran agenda de enfermedades olvidadas, la mayoría infecciosas. La covid nos recuerda nuestras fragilidades y que las enfermedades infecciosas siguen afectando desproporcionadamente y de forma dañina especialmente a zonas muy pobres y la capacidad que tiene la ciencia y la tecnología para responder en tiempos rápidos, siempre que haya la inversión adecuada.
P. El respaldo de la OMS a la vacuna contra la malaria se lleva esperando desde 2015. Ha tardado más de lo previsto, ¿por qué?
R. Hay que hacer una autopsia. Es cierto que la OMS pudo haber tomado una decisión en 2015 porque fue cuando la Agencia Europea del Medicamento (EMA) dio su visto bueno. En otras circunstancias, esto habría sido suficiente para dar el paso adelante. Hay dos elementos que lo explican. En aquel momento se estaba viviendo una época dorada de lucha contra la malaria. Con las herramientas que teníamos, nos estábamos encaminando hacia un mundo libre de malaria. No había sensación de urgencia y desesperación por una vacuna cuya eficacia era moderada. Por otro lado, había dos o tres señales de seguridad que podían estar o no relacionadas con la vacuna: un exceso de malaria cerebral, un exceso de meningitis y un diferencial de eficacia por el que las niñas podían estar menos protegidas que los niños. Ante esto, se dispara la precaución por el principio de no hacer daño.
P. Han pasado seis años desde entonces. ¿Las dudas han quedado resueltas?
R. Se organizaron programas piloto en Kenia, Ghana y Malawi para resolver la cuestión de seguridad, implementabilidad y para confirmar el impacto. Ya hay más de 800.000 niños africanos vacunados con Mosquirix. Las respuestas son todas favorables. En cuestión de semanas se llegó al 80% de la población a la que se quería llegar, no hay reticencias. En cuanto a la seguridad, no hay mayor riesgo de meningitis ni de malaria cerebral y la eficacia es la misma en niños que en niñas. Podemos decir con total rotundidad que la vacuna es segura.
Respecto al impacto, se han reducido en más de un 30% los ingresos con malaria severa (niños que están a punto de morirse) y la mortalidad absoluta en niños se reduce alrededor del 10%. Los datos demuestran que aun teniendo una eficacia moderada, la vacuna tiene un impacto en salud pública enorme. De ahí que la OMS haya dado un paso adelante y ya la recomiende con rotundidad.
P. Señalaba que la OMS es una plataforma desde donde se pueden gestionar "operaciones gigantescas" que desde ningún otro escenario podrían realizarse. En sus siete años de mandato, ¿qué objetivos ha podido desarrollar o cumplir que "a pie de obra" hubiera sido imposible?
R. Las guías de cómo controlar la malaria en el mundo las hemos escrito en la OMS, son las únicas realmente válidas y sin duda, otro de los hitos, el último, impulsar el desarrollo de la vacuna de la malaria. Hay ejemplos macro y micro, de mayor y menor visibilidad. Cuando llegué a la OMS, las cifras indicaban que posiblemente estaríamos a las puertas del desarrollo de un programa de erradicación. Empezamos a analizar toda la información en detalle y vimos que esa realidad empezaba a ralentizarse a gran velocidad y la narrativa de ir lanzados a una posible campaña de erradicación no se sostenía. Era el momento de despertar porque nos estábamos atascando a unos niveles inaceptablemente altos. Más de 200 millones de casos y más de 400.000 muertes cada año. En respuesta, tuvimos que aprobar en 2015 una estrategia global de lucha contra la malaria para los siguientes 15 años. Era la primera vez que se hacía un documento de este tipo avalado por la asamblea mundial. Pasamos de un traje para todos a tener en cuenta datos para hacer diseños a medida no sólo para cada país, también a nivel de regiones. Es lo que llamaríamos salud pública de alta precisión en los lugares más pobres del mundo.
P. ¿De qué otros logros se siente especialmente orgulloso?
R. La eliminación de la malaria en ciertos países y la repercusión global que esto tiene. Reactivé de forma muy decidida y creé una unidad específica para ello, recuperando lo que llamamos la certificación de países, que ha sido realmente exitoso. Así, hemos certificado países como Argelia, que tenía malaria hasta hace dos días, varias naciones de Asia central, Paraguay o Argentina. Este mismo año, se la hemos concedido a El Salvador. Es el primer país del centro de América que consigue eliminar la malaria a pesar de ser pequeño, con fronteras muy abiertas y rodeado de países con transmisión de malaria. Hace unos meses, hemos conseguido certificar al país más grande del mundo con malaria, China, que ha pasado de tener 30 millones de casos a tener 0.
Personalmente, me ha permitido conocer realidades de malaria muy distintas, me ha resultado muy enriquecedor y ver cómo estos países sienten un orgullo tremendo. En el caso de Paraguay, tenían un programa de eliminación de malaria desde hace más de 40 años y finalmente, eliminan la malaria y se les certifica.
Ahora seguimos teniendo malaria en 86-87 países del mundo. La mitad están muy cercanos a la eliminación, con menos de 10.000 casos por año. En los próximos años, podrían llegar a la eliminación. En el otro lado de la moneda está la otra mitad de países, donde hay mucha malaria. El grueso sigue siendo en África.
P. Ahí es donde la vacuna podría marcar la diferencia...
R. Estimamos que con un despliegue amplio de la vacuna se podrían evitar hasta 80.000 muertes anuales de niños africanos, combinándola con otras herramientas que ya se usan, no estamos hablando de sustituir, sino de complementar.
P. ¿De qué factores depende alcanzar tal avance?
R. Depende ahora mismo de la voluntad de los países, de los gobiernos, de los donantes y la solidaridad internacional. El cuello de botella ahora mismo es saber si Europa y Estados Unidos van a comportarse con la solidaridad que merece y garantizar el acceso o si va a ocurrir como con covid-19, que está costando tanto pasar de las palabras a los hechos. Para mí, esto va a ser una prueba clave de habilitar de forma urgente los medios financieros para garantizar que muertes evitables por la vacuna no ocurran.
P. Por su parte, la compañía responsable de Mosquirix (GSK) se comprometió a mantener un precio reducido...
R. Sí, a coste de producción más 5%. Alrededor de cuatro euros, aunque cabe recordar que el precio de las vacunas cae de forma muy acelerada en cuanto se empieza a usar a gran escala. Bajan de promedio un 80 o un 90%.
P. Cuando habla de Mosquirix, siempre remarca que tiene una eficacia moderada, del 40%. ¿Qué complejidad entraña la malaria para que no sea tan sencillo hacer una vacuna con altos porcentajes de eficacia?
R. Creo que hemos sido razonablemente mal acostumbrados por ejemplo por la vacuna de la viruela, que tiene alta eficacia. Luego vinieron la difteria, el tétanos, la tos ferina... que funcionan muy bien. El marco mental de una vacuna es que estás ya plenamente protegido y no es así para la mayoría de las vacunas. La del sarampión no protege a los menores de 9 meses de edad, la del virus del papiloma humano funciona frente a unos genotipos, no todos, la del rotavirus tiene una eficacia parcial que debe rondar también el 50%.
Por otro lado, hablamos de organismos muy distintos. Un virus, una bacteria o, en este caso, un parásito, que es más complejo. Hay inyectables contra virus y bacterias, pero esta es la primera vez que tenemos una vacuna contra un parásito.
Añadido a la complejidad, hay otro factor clave: la apuesta económica. Cuando una enfermedad afecta al mundo más rico, como hemos visto, se abre el 'grifo', y bien hecho. Yo he leído que durante los primeros 10 meses del año pasado se invirtieron más de 20.000 millones de dólares en impulsar el desarrollo de vacuna anticovid. En toda la historia de la humanidad no se han invertido ni 1.000 millones en vacunas de malaria.
P. ¿Cómo funciona la vacuna?
R. La vacuna está fundamentalmente mediada por anticuerpos dirigidos contra fragmentos de la proteína que envuelve al parásito cuando invade al organismo. Que la eficacia sea moderada, posiblemente está debida a que el parásito infectante apenas está unos minutos en el torrente sanguíneo antes de invadir células hepáticas, donde ya se pone a salvo de los anticuerpos. La inmunidad inducida por la vacuna tiene minutos para actuar. Esto es complicado. Se administra en regímenes de cuatro dosis, las tres primeras separadas por un mes y la cuarta, 12 meses después de la tercera dosis y se puede administrar a partir de los 5 meses de edad. Lo que buscamos es proteger a los grupos de alto riesgo, niños menores de 5 años, que es donde se produce el grueso de las muertes por malaria. La vacuna nos puede ayudar mucho, junto a otras herramientas. A la malaria la tenemos que atacar con todas las ayudas posibles: el diagnóstico y tratamientos rápidos, la prevención de la picadura con las mosquiteras, en zonas de alta incidencia con fármacos de forma regular para evitar la infección y ahora, con la introducción de las vacunas.
P. Sin duda, la vacuna es un motivo de satisfacción enorme. Los primeros resultados sobre su eficacia los observó en 2004, en Mozambique, y fueron publicados en la revista The Lancet. Otro hito en la historia de la malaria. ¿Qué sintió cuando 17 años después escuchó a Tedros Adhanom, el director general de la OMS, anunciar su recomendación oficialmente?
R. Fue uno de esos momentos en los que eres consciente del momento histórico que estás viviendo y recuerdas que el estímulo de todo mi trabajo siempre lo he sacado de un único sitio, el que más echo en falta ahora mismo: África; es donde puedo compartir la realidad de los problemas de las poblaciones de los países desfavorecidos afectados por la malaria y por lo tanto. Con todas sus alegrías, tristezas, desafíos y complejidades, pero el estímulo intelectual y vital viene de ahí. He tenido la suerte de poder compartirlo con mi mujer. Mucho de ese estímulo ha venido de ella también.
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