Montserrat González Estecha no es psicóloga ni psiquiatra, y eso es lo primero que quiere dejar claro. Montserrat González Estecha es jefa del Servicio de Bioquímica Clínica en el Hospital Universitario Gregorio Marañón, y dice que, ante todo, no le gustaría parecer una impostora. De ahí, su insistencia en lo que no es. De ahí que recalque hasta la saciedad que su interés por el llamado síndrome del impostor no es académico, sino personal. No en vano, lo padeció.
La literatura científica lo describe como un problema que impide al paciente reconocer sus logros y su valía personal, achaca sus éxitos a factores externos y se instala en un miedo permanente y casi obsesivo a ser tildado de mentiroso por su entorno profesional.
El abordaje académico de este problema es más propio de psicólogos y psiquiatras, pero González Estecha se ha apoyado en su experiencia personal y en el asesoramiento de dos colegas, la psiquiatra Ángeles Martínez-Hernanz y la ginecóloga María Herrera de la Muela, para coescribir un artículo que, bajo el título de "Síndrome del impostor como factor de riesgo en el desarrollo de síntomas psiquiátricos en mujeres médicas", se ha incluido en la publicación "Equidad de género en la profesión médica".
Montserrat González Estecha no es psicóloga ni psiquiatra, pero sí es miembro de la Federación temática de género, diversidad e inclusión de la Unión Europea de Médicos Especialistas (UEMS) y hoy, Día Internacional de la Mujer, nos habla de un síndrome que afecta especialmente al colectivo femenino, particularmente a mujeres brillantes y muy bien preparadas, y que, en el caso de las mujeres médico, tiene, por la elevada competitividad y alto nivel de exigencia de su profesión, una incidencia muy acusada.
Pregunta. ¿En qué consiste exactamente el síndrome del impostor?
Respuesta. Es un término que acuñaron a finales de los 70 dos psicólogas clínicas que hicieron un estudio entre mujeres universitarias con expedientes académicos especialmente brillantes. A pesar de sus logros académicos y de su brillante rendimiento, esas mujeres achacaban sus logros más a factores externos que a sus propias habilidades o capacidades intrínsecas. "He tenido suerte", "he aprovechado una oportunidad concreta", "he trabajado de forma especialmente dura"... eran algunos de los argumentos que esas mujeres usaban para explicar su éxito. Está descrito como un síndrome y se ha estudiado fundamentalmente en el entorno académico y entre mujeres, pero se da en todos los ámbitos y hay gente muy relevante del entorno social que ha reconocido tenerlo, como la actriz Meryl Streep.
Gente como Meryl Streep o el CEO de Starbucks confesaron en su día que lo padecían
P. ¿Por decirlo de manera llana, quien lo padece se ve a sí mismo como un fraude?
R. Sí. En esencia, cree que sus logros profesionales o académicos son fruto de la suerte, y el problema añadido es que, además, está permanentemente a la defensiva porque piensa que es un fraude y teme ser descubierto. Hablamos de personas que, por definición, tienen ya un alto nivel de exigencia, pero ese miedo interior a ser desenmascarados deriva, además, en mayores cotas de autoexigencia y una preocupación permanente.
P. ¿Puede afectar también al rendimiento y mermar las capacidades reales de la persona?
R. Sí, claro, puede suceder que a la hora de preparar un trabajo o exponerlo públicamente, en lugar de focalizar tu esfuerzo en aspectos centrales del trabajo, te disperses en otros más irrelevantes o accesorios, por el falso afán de tenerlo todo controlado, de forma que, al final, el trabajo no sea tan productivo. A veces, este círculo vicioso se puede traducir en ineficiencia laboral o absentismo, e incluso degenerar en enfermedades, cuadros de ansiedad, depresión y/o síndrome de burnout.
P. ¿Pero está catalogado como una enfermedad mental?
R. Inicialmente se describió como un síndrome, pero años después de su primera definición, alrededor del año 2000, se vio que más que un síndrome o una enfermedad mental es un constructo social que está relacionado con rasgos de la personalidad emocionales y cognitivos, y que además es muy típico del entorno laboral y/o académico.
P. ¿Y por qué afecta sobre todo a la mujer?
R. Le hago un matiz. Se describe más en la mujer, que, a tenor de las estadísticas existentes, es quien más lo visibiliza. Es un síndrome que, por definición, aparece cuando se alcanzan determinadas cotas profesionales o académicas, unas cotas que, en muchos ámbitos, han estado más vedadas a las mujeres. Cuando ellas acceden a esos puestos, es cuando más se verbaliza el síndrome, pero eso no quiere decir que no se dé entre hombres, o entre mujeres que no saben ponerle nombre a lo que padecen, como, de hecho, me pasaba a mí.
P. ¿De forma que la incidencia del síndrome puede ser similar entre los hombres?
R. Entre los hombres, desde luego, también se da, y en algunos muy relevantes del mundo profesional o empresarial. Me acuerdo, por ejemplo, de un CEO de Starbucks, que confesó en su día que tanto él como otros CEOs que conocía lo padecían. Ahora bien, creo que la incidencia es mayor en las mujeres, y los estudios que hay a nivel internacional así lo atestiguan, porque, en general, la mujer es más crítica consigo misma y quizás menos reacia a mostrar debilidad y pedir ayuda.
"La mujer es más crítica consigo misma y menos reacia a mostrar debilidad y pedir ayuda"
P. ¿No es un tanto paradójico que afecte sobre todo a personas brillantes y muy bien preparadas? ¿No deberían estar esas personas especialmente pertrechadas, mental y emocionalmente, para situar las cosas en su justo término?
R. Pues mire, aquí también le hablo, en gran medida, de mi experiencia personal. Hay unos logros objetivos y, como tales, el afectado los reconoce, pero otra cosa es a qué atribuya el origen de esos logros, y aquí tiene mucho que ver la educación y la estructura socio-cultural en la que una está inmersa. Mi generación lleva décadas oyendo hablar de roles e interiorizando que cada persona tiene uno más acusado: el inteligente, el gracioso, la sociable... En el caso de las mujeres, además, el rol asociado al cuidado de la casa y de los familiares ha estado, al menos en mi generación, claramente asociado a nuestro sexo; aunque ya nuestras madres nos insistían en que estudiásemos y fuésemos independientes, de una forma u otra, tenías que ser también perfecta en el otro aspecto. Incluso en el ámbito de la Medicina, yo estoy harta de oír que sí, que al MIR se presentan más mujeres, pero que los puestos más altos los ocupan los hombres... Pues bien, todos esos mensajes, tendencias y roles interiorizados acaban siendo muchas veces una especie de losa de la que resulta muy difícil sustraerse, y para las mujeres, además, con los factores añadidos que le comento.
P. De forma que cuando una llega a determinado puesto o saca una nota especialmente brillante, piensa que ha sonado la flauta...
R. Bueno, tiende a atribuirlo a la casualidad, y en gran medida porque ese logro no encaja con el rol que inconscientemente ha interiorizado durante años. Y además de las implicaciones que tiene para la persona afectada, el problema es que todo esto puede suponer, además, una pérdida de potencial académico, profesional o científico valiosísimo para el desarrollo de la sociedad, porque corremos el riesgo de perder por el camino a personas que, quizás, sean mucho más válidas que quienes ocupan determinados puestos.
P. Supongo que cada caso es un mundo, ¿pero hay alguna forma de afrontar el síndrome e intentar superarlo?
R. En mi caso, con muchísimo sobreesfuerzo y amplificando el nivel de autoexigencia, como le decía antes. Yo me dedico mucho a metales y en un momento dado mi sociedad científica me propuso para estar en la Federación Europea, algo a lo que yo me resistía, porque mi inglés no es especialmente bueno. Al final, accedí y eso me supuso un sobreesfuerzo de clases adicionales de inglés y una permanente obsesión: si escribía un correo en inglés, ese correo debía ser perfecto, no debía traslucir una debilidad que debía quedar para mí. Tal fue mi obsesión y tan pulcros eran mis escritos que al final me propusieron ser secretaria general de la Federación, que, entre otras cosas, se encarga de redactar las actas, íntegramente en inglés. Ahora mismo soy la presidenta, no le digo más.
P. ¿Como ocurre con muchos problemas, el primer paso sería reconocerlo?
R. En efecto, porque ahí te sorprendes, y mucho, de cuánta gente lo sufre sin ni siquiera saberlo. Al principio, yo pensaba que solo me pasaba a mí, por mi carácter y mi permanente afán de perfeccionismo, y luego te das cuenta de que está descrito, de que le pasa a mucha gente y de que, muchas veces, tu percepción no encaja con la realidad. Volviendo al ejemplo del inglés, mi dominio del idioma era malo, pero quizás no tan malo como yo pensaba, porque iba a reuniones, hablaba y la gente me entendía. Al fin y al cabo, me servía para comunicar y comunicarme, y quizás no es tan importante hacerlo de forma perfecta.
P. ¿Y termina por superarse?
R. Yo, desde luego, ahora lo sufro mucho menos, y creo que tiene que ver con la asunción del problema y con intentar mentalizarte de que si tienes una serie de logros objetivos, alguna capacidad tendrás. Y es, precisamente, esa capacidad la que te ayuda a superarlo.
P. En el caso de las mujeres médico, ¿está cuantificado si les afecta más a ellas que a sus colegas de otras profesiones?
R. Hasta donde yo sé, no hay datos concretos, pero insisto en la idea de que no es un síndrome privativo del colectivo médico, sino que se da en todas las profesiones. Lo que sí es cierto es que, en el caso de la mujer médico, el campo de estudio es quizás más amplio, porque la creciente feminización de la profesión está permitiendo que las mujeres lleguen, poco a poco, a puestos relevantes y que el problema, como decíamos antes, se visibilice más. Pero eso no quiere decir que haya más que en otras profesiones.
"Es muy frustrante que, pese al esfuerzo, la mujer médico no llegue a puestos relevantes"
P. ¿La ausencia de referentes femeninos en puestos médicos relevantes ha podido contribuir a que el síndrome afecte más a la mujer? ¿Ayudará la progresiva incorporación de mujeres médico a esos puestos a las futuras generaciones?
R. Mire, esos referentes son clave, y en el caso de Medicina, especialmente importantes. Si una ve que, pese a la espectacular feminización de la profesión, los puestos relevantes siguen ocupados por hombres, se puede generar un efecto disuasorio: para qué me voy a esforzar tantísimo, si no sirve de nada. Tener cerca a referentes inspiradores siempre es importante, pero también lo es, no nos engañemos, la flexibilización laboral, las facilidades para conciliar y algo tan importante como cuidar el entorno laboral más cercano. Uno de los síntomas de este síndrome es que la persona, muchas veces, no se atreve a exponer sus ideas por miedo a ser criticada; me parece vital que en las sesiones clínicas, en las secciones y servicios haya un entorno lo suficientemente amigable para que todo el mundo pueda exponer sus ideas con comodidad y sin miedo a que le juzguen; de lo contrario, corremos el riesgo de no escuchar opiniones que pueden ser especialmente brillantes e interesantes.
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