¿Qué entendemos por sistema innovador? Esta pregunta es pertinente si observamos los sistemas de salud de nuestro entorno. Como sistemas complejos que son, podrían parecer a priori estructuras poco dadas a un enfoque de gestión innovador, pese a que, especialmente tras la crisis global de 2008 y sobre todo de la covid-19, la necesidad de mejorar servicios, atender nuevas necesidades y especialmente optimizar recursos, ha obligado a los gobiernos de todo el mundo a buscar soluciones innovadoras en sus sistemas de gestión.
Un sistema innovador es todo aquel que, con independencia de su naturaleza pública o privada, tenga la capacidad de utilizar el conocimiento producido, tanto dentro como fuera de él, con el objetivo de transformarlo en valor. ¿Y qué entendemos por valor? Pues Muir Gray modifica y amplía el alcance de este término con el concepto de “valor personalizado y poblacional”, que define como el (beneficio - daño) x (resultados que importan a los pacientes x experiencia del paciente) / costes (euros + tiempo + CO2). Y este valor debe obtenerse para toda la comunidad.
“CP, renta y estudios siguen siendo determinan-tes en salud”
De acuerdo con un mundo en cambio permanente, los sistemas públicos de salud están hoy obligados a reconsiderar su ámbito de actuación y su misión. Al igual que muchas empresas y organizaciones están haciendo en estos tiempos, necesitan reflexionar sobre su propósito. Hoy, la sociedad entiende la salud de forma amplia, no como la mera ausencia de enfermedad.
Esto es todo un reto porque los sistemas actuales deben mejorar en la solución de los problemas de salud de los pacientes y en las nuevas demandas sociales, no son capaces de desarrollar una visión integral del concepto salud que rompa con los silos derivados de la, por otro lado, inevitable hiperespecialización técnica.
Las personas en el centro
Los sistemas han crecido en un modelo industrial de prestación de servicios y de agentes involucrados en producirlos, y no en un modelo de orientación al resultado y las personas con enfermedad en el centro. La consecuencia final es que todavía hoy el código postal, el nivel de renta y el nivel de estudios siguen siendo más determinantes en nuestra salud que el código genético.
Los grandes problemas que afectan a todos los sistemas sanitarios, independientemente de su modelo, han sido resumidos por Muir Gray en cinco aspectos: la variabilidad no justificada en calidad y resultados, el daño ocasionado por los efectos adversos, el desperdicio de recursos en intervenciones inútiles, la inequidad y desigualdad, con sobreuso de recursos en quien menos se beneficia e infrauso en quien más lo necesita y la falta de prevención de la enfermedad.
Sistemas complejos, abiertos y ‘blandos’
Los responsables de los sistemas públicos de salud tienen que lidiar, en su día a día, con las ineficiencias de modelos organizativos obsoletos y a menudo con las resistencias internas para adoptar nuevos modelos más eficientes. Y no es fácil. Se requieren cambios profundos, tanto de modelo de negocio como culturales, y es necesario entender que los sistemas públicos de salud son sistemas, además de complejos, abiertos y blandos. Como tales, están conformados por múltiples interconexiones y se encuentran altamente condicionados por muchos factores externos, que escapan de su control y retroalimentan al propio sistema.
Además, confluyen en ellos distintas visiones o intereses, que pueden llegar a ser contrapuestos, a la hora de dar respuesta a un mismo problema; y todavía está pendiente superar la obsesión por proveer más servicios en lugar de más resultados que en muchos de los casos no se miden, o no se quieren compartir. No se puede gestionar la complejidad incrementando constantemente la complejidad.
Pero no todo es negativo. Los sistemas sanitarios son también capaces de cambiar y aprender y desaprender de la experiencia y siempre han demostrado una alta capacidad adaptativa. Potenciar esta cualidad representa una vía exploratoria para transformar el modelo actual de producción de servicios sanitarios en un sistema de valor que conjugue la necesidad de maximizar el retorno social de la inversión, con una evaluación rigurosa de la relación coste-efectividad.
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