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jueves, 22 de octubre de 2020

Dos poemas de ayer para una pandemia de hoy

Fernando Navarro
Fernando Navarro
Jue, 22/10/2020 - 09:20
Citas literarias
poema noche triste
«Noche triste de octubre» (1959), poema de Gil de Biedma.

En este mes de octubre, con una España anegada por la segunda ola de contagios covidianos (¡más de un millón ya!), atemorizada y paralizada ―otra vez― ante la posibilidad de un invierno dominado por el mortífero y temible SARS‑CoV‑2, no puedo dejar de pensar en que los poetas, sapientes lunáticos, son los únicos capaces de expresar con palabras lo inefable: ansiedad, amor, locura, dolor, dicha, muerte… El poema «Noche triste de octubre», que el barcelonés Jaime Gil de Biedma dedicó a Juan Marsé, se escribió en el otoño de 1959, pero podría haberse escrito anoche mismo:

Definitivamente
parece confirmarse que este invierno
que viene será duro.
Adelantaron
las lluvias, y el Gobierno,
reunido en consejo de ministros,
no se sabe si estudia a estas horas
el subsidio de paro
o el derecho al despido,
o si, sencillamente, aislado en un océano,
se limita a esperar que la tormenta pase
y llegue el día, el día en que, por fin,
las cosas dejen de venir mal dadas.

En la noche de octubre,
mientras leo entre líneas el periódico,
me he parado a escuchar el latido
del silencio en mi cuarto, las conversaciones
de los vecinos acostándose,
todos esos rumores
que recobran de pronto una vida
y un significado propio, misterioso.

Y he pensado en los miles de seres humanos,
hombres y mujeres que, en este mismo instante,
con el primer escalofrío,
han vuelto a preguntarse por sus preocupaciones,
por su fatiga anticipada,
por su ansiedad para este invierno.

Mientras que afuera llueve.
Por todo el litoral de Cataluña llueve
con verdadera crueldad, con humo y nubes bajas,
ennegreciendo muros,
goteando fábricas, filtrándose
en los talleres mal iluminados.
Y el agua arrastra hacia la mar semillas
incipientes, mezcladas en el barro,
árboles, zapatos cojos, utensilios
abandonados y revuelto todo
con las primeras letras protestadas.

Casi por esa misma época, en 1962, Gloria Fuertes―para algunos poco más que una tierna y naïf autora de poesía facilona para niños― era capaz de describir así de crudamente los efectos del dolor, que nos envejece más que el tiempo:

El dolor envejece más que el tiempo,
este dolor dolor que no se acaba,
y que te duele todo todo todo
sin dolerte en el cuerpo nada nada.

A tantos días de dolor se muere uno;
ni la vida se va
ni el corazón se para;
es el dolor acumulado el que,
cuando no lo soportas,
él te aplasta.

Mi accidente será un buen epitafio:
Cuando una calle bajo el sol cruzaba,
de dolor ―o de amor, es lo mismo―
murió desbaratada.

Si leer poesía puede ser en cualquier momento un soplo de aire fresco, una ventana abierta a la esperanza, música verbalizada que invita a la reflexión, una trova a la divina grandeza del ser humano, más aún lo es en mitad de una pandemia de tos, virus, óbitos, sudor y lágrimas.

Fernando A. Navarro

Dicen que los poetas son los únicos capaces de expresar con palabras lo inefable; el barcelonés Jaime Gil de Biedma escribió en el otoño de 1959 un poema que podría decirse firmado anoche mismo. Off Fernando A. Navarro Off

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