Aquí, una noche de invierno de hace siete años, este hospital salvó la vida de mi hijo. Y yo, sin más deudas que mil cofres de gratitud, pude cumplir el temerario deseo de mi infancia. La sanidad pública me hizo libre, me permitió hacer realidad el sueño. Gracias al esfuerzo de todos, al trabajo de muchos, aquel síndrome raro no encadenó nuestras vidas. Hoy, mi hijo respira y yo escribo.
La primera vez que entré supe que no lo olvidaría nunca. La puerta se abrió a una jungla eléctrica con sus lianas de cables y sus palmeras de goteros. Como animales encaramados en ramas, los monitores silbaban alarmas agudas y parpadeaban. Los bebés ―pequeñísimos― descansaban en sus burbujas. En la selva de la UCI Neonatal, esos niños diminutos centelleaban como orquídeas rojas. Y no lo he olvidado.
Viví en este hospital. Donde está la cuna de tu niño, está tu casa. Aprendí palabras desconocidas y nuevos sentidos de palabras corrientes: ‘coma’ dejó de ser solo un signo de puntuación. Aspiré el olor a desinfectante, esperé mi turno en el lactario, clavé los ojos en el monitor durante horas suplicando a aquellos dígitos feroces que mi hijo no volviese a desaturar.
Aunque yo no estaba enferma, me sentí constantemente cuidada: recibí en vena palabras terapéuticas contra la angustia, miradas amables, regalos felices como ese transistor que una enfermera trajo de casa para que el niño, aislado, escuchara música, y sus constantes empezaron a bailar a un ritmo más alegre. En el páramo de las noches, si me despertaban las pesadillas, una voz serena confirmaba que el pequeño respiraba y dormía.
Mi hijo conoció la sonda nasogástrica antes que el chupete, los palos de gotero antes que los árboles, la anestesia antes que la luna. Pero superó el peligro, y todas las noches estrelladas y todos los bosques de su vida futura son el regalo de aquellos profesionales y de aquellas máquinas de aspecto hostil. Mis ojos han visto la fabulosa alianza de medios humanos, científicos y tecnológicos para salvar las vidas, minúsculas y frágiles, de niños ricos o pobres. La decisión colectiva de no abandonar a nadie. Y no voy a olvidarlo.
Irene Vallejo Moreu
discurso pronunciado el 8 de mayo de 2021 con ocasión del 50.º aniversario del Hospital Materno-Infantil de Zaragoza
Continúa en: «Cincuenta años de hospitalidad (y III)»
Segunda parte del discurso de la filóloga y escritora Irene Vallejo con motivo de las bodas de oro del Hospital Materno-Infantil de Zaragoza. Off Fernando A. Navarro Offvia Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/2S6lL6n
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