Su despacho, no muy grande, en la cuarta planta del Hospital Gregorio Marañón, es un álbum de fotos: de las promociones MIR, de sus amigos, maestros y discípulos, de sus viajes, de sus premios... Desde ahí ha supervisado un año de locura pandémica, “para el que parece que me hubiera estado preparando durante toda mi carrera profesional”.
Estuvo infectado sin enterarse: ”Creo que confundí los síntomas con el cansancio de aquellos días”. Casi mitad del centenar de médicos a su mando resultaron contagiados. A sus 69 años ya vislumbra la jubilación, aunque no piensa quedarse ocioso: en octubre, pasará a ser catedrático emérito de la Complutense, y seguirá presidiendo la Sociedad Española de Educación Médica, entre otras muchas actividades que le ocupan.
Al recordar los últimos catorce meses, su voz se entrecorta: “Era salir de casa sin saber si ibas a volver. Y así un día tras otro. Con centenares de pacientes ingresados, que se te mueren por decenas, por decenas…”. Mira los datos del día en el ordenador: “Ahora -es el 11 de mayo- tenemos 150 pacientes ingresados con covid y 40 en la UCI”.
Comparado con lo que ha vivido, es una situación manejable: “En los meses críticos, todo el hospital, con sus seis plantas y sus 1.200 camas, se llenó de personas con covid. Aunque la organización correspondía a la dirección, desde Medicina Interna llegamos a atender 19 controles, más los pacientes del hotel medicalizado, del centro de rehabilitación en Francisco Silvela, más la unidad de hospitalización a domicilio”.
P. ¿Qué conserva su sistema inmune psicológico de aquella primera ola?
R. Fue una situación inédita, explosiva, por su velocidad de implantación. Puso a prueba la capacidad de respuesta del sistema sanitario, sus recursos humanos y materiales. Lo pasamos muy mal. Estábamos solos, acompañados por el temor a contagiar. Mi mujer se quedó en Cádiz hasta el verano, cuando nos juntamos con nuestros tres hijos, uno de ellos, también médico, en Inglaterra.
P. ¿Cómo reaccionó su equipo?
R. Al principio había mucha tristeza y desgaste: ‘No puedo más’, me decían; ‘es el cuarto paciente que tengo que sedar hoy’... Un residente que analizó la situación anímica de los profesionales cifró en un 60% el número de los que habían pensado en abandonar la medicina. Y eso que se supone que los internistas estamos preparados para la patología de urgencia y las decisiones rápidas.
P. ¿Qué les decía?
R. En medio de la desazón y los disgustos, les tienes que recordar que nos hemos hecho médicos para esto, que estamos cumpliendo con nuestro deber. Luego ves que esas reacciones de ‘tirar la toalla’ no se materializan, aunque sí quedan muchas heridas psicológicas. ‘La PCR ha salido negativa; mañana a las 8 estoy allí’, me dijo un compañero. Junto a los lógicos desánimos, hubo esfuerzo, dedicación, entrega, generosidad… todos a una.
P. Y llegó cierta calma...
R. Cuando a medida que pasaba lo peor íbamos sacando más pacientes adelante, veíamos que se podía conseguir. El primer día que das cien altas, avanzado abril, te reconforta y te da fuerzas, pero ha sido trágico como vivencia personal, un esfuerzo sin precedentes. La primera ola fue descomunal, nada que ver con las siguientes.
P. Inflamación, coagulopatía, tormenta de citocinas... ¿Estaban preparados para un virus como éste?
R. No es una gripe, aunque al principio, cuando llegaban noticias de China, nos pareciera eso. ¡Qué exagerados! Luego, desde Italia, nos empezaron a avisar de que tuviéramos cuidado: ‘Esto no os lo podéis ni imaginar’. Aunque el patrón era respiratorio, tenía muchas cosas adicionales: empeoramiento brusco con respuesta sistémica, complicaciones de todo tipo, deterioro psicológico, elevadísima mortalidad… Ni aún ahora lo sabemos todo. Es una infección vírica distinta a todas las demás, en su fisiopatología, en su manejo terapéutico.
P. Contra la covid se ha utilizado de todo, sin grandes resultados...
R. Al principio disparamos en todas direcciones de manera empírica; luego nos hemos quedado con cuatro cosas: corticoides, oxigenoterapia, remdesivir y la anticoagulación. Hemos trabajado en un escenario volátil, que se te escapa de las manos, y eso que el esfuerzo de investigación que se ha hecho ha sido titánico, con centenares de publicaciones sobre marcadores, vacunas, anticuerpos... Y con muchos resultados controvertidos.
P. Y ahora las secuelas...
R. La fase aguda era la punta del iceberg. Ahora nos encontramos con los pacientes poscovid, donde se amalgaman manifestaciones de toda índole: cutáneas, cardiacas, nefrológicas, de salud mental, de rehabilitación, déficits motores por los ingresos prolongados.
P. ¿Son muchos?
R. Pues casi un 20%; uno de cada cinco arrastra alguna consecuencia, sobre todo los que han estado más graves. Estamos obligados a atenderlos. Algunas secuelas, como la anosmia o la astenia, no son especialmente graves, pero otras sí, y hay que hacer rehabilitación psicológica o respiratoria. Es una demanda adicional al sistema sanitario. No se cierra el paréntesis de la pandemia.
P. ¿Volveremos a lo de siempre?
R. No vamos a volver a lo de antes. Los hospitales se han preparado para contingencias que no podíamos ni imaginar. Las residencias se están adaptando. Habrá más telemedicina y más teleformación. Con una crisis de esta magnitud la sociedad debería cambiar. Vamos a ser distintos, y a lo mejor somos mejores.
Al frente de los internistas de uno de los grandes hospitales de Madrid, Jesús Millán todavía se emociona al recordar los meses duros de la pandemia. Admirables Admirables Off José R. Zárate Offvia Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/3geS8t2
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