El abandono de los sanitarios que nos cuidaron
Nuria Monsó.
Al menos 132.022 sanitarios se han infectado con el coronavirus en España, según datos del Ministerio de Sanidad. El sector clama por un seguimiento exhaustivo mediante el reconocimiento como enfermedad profesional debido a lo poco que se conoce de la covid-19 y sus secuelas. Muchos han salido tocados de su lucha contra el virus, ya sea porque aún no se han recuperado de su paso por la UCI, los efectos en su salud mental o porque sufran de covid-19 persistente, como las tres profesionales que han ofrecido su testimonio para este reportaje.
Legalmente, si el contagio de SARS-CoV-2 se ha producido en el ejercicio de sus funciones, sería un accidente de trabajo con las prestaciones de una enfermedad profesional. Así se mantendrá hasta el fin de las medidas contra la pandemia. Los profesionales piden un seguimiento y cobertura permanentes, por si la covid-19 se hiciera endémica.
Poco más de un 8% de las bajas tienen reconocida una vinculación laboral
Pero muchos sanitarios no cuentan con ese informe que acredita que el contagio ha sido en el trabajo. Hasta el 1 de mayo, Seguridad Social contabilizó 160.610 bajas covid por infección en actividades sanitarias y residencias. Estas bajas son IT común con prestaciones de accidente de trabajo. Pero según datos del Ministerio de Trabajo hasta marzo, sólo 13.953 casos son contingencias laborales; un 8,69% de esas bajas covid.
Jorge Curiel, secretario de Salud Laboral de CESM, describe un caso típico: "Un médico de atención primaria descubrió que su mujer estaba enferma. Se hizo la prueba y era positivo. Pero le dijeron que debió contagiarle ella, aunque no sale de casa".
"En un 37% de los casos es imposible determinar el origen", explica Carmen Bellido, vocal de la junta de la Asociación Española de Especialistas en Medicina del Trabajo (Aeemt). Se establecen diferentes escenarios de exposición según tareas, contactos dentro y fuera del trabajo, la formación recibida, equipos de protección, ventilación, etc.
FALTA DE EPI
Durante los primeros meses de la pandemia escaseaba el material de protección. María José García, secretaria técnica de Satse, recuerda casos de enfermeras con mascarillas quirúrgicas en la UCI, o que debían alargar el uso de una FFP2 durante una semana. A esto se sumó la aparición de casos de covid-19 en zonas en teoría limpias, con menos prioridad a la hora de repartir los EPI. "Durante el confinamiento los sanitarios iban todos los días a trabajar, sabiendo que el 90% de lo que entraba era covid-19".
David Larios, presidente de la Asociación de Juristas para la Salud, señala que "el reconocimiento como enfermedad profesional o accidente de trabajo (y no como enfermedad común asimilable) es un requisito imprescindible para pedir el recargo de las prestaciones por falta de medidas de seguridad". Las prestaciones económicas aumentarían, según la gravedad de la falta, de un 30 a un 50%.
La pandemia también afectó a las boticas. Durante las primeras semanas, el Consejo General de Colegios Farmacéuticos llegó a contabilizar 500 infectados y 271 farmacias con algún afectado en plantilla, además de otros 24 profesionales fallecidos. El Consejo señala que la protección para los farmacéuticos "no llegó. En cuanto a pruebas diagnósticas, ha dependido de cada autonomía".
Bellido argumenta que, "si bien podemos fabricar respiradores y otros equipos, a los sanitarios no los podemos crear a corto plazo. Salvaguardar su salud física y mental es crucial". Reconoce que "la evidencia respecto al tipo de transmisión en sanitarios, sea laboral, familiar o comunitaria, es escasa, igual que sobre el riesgo ocupacional. En los peores momentos, zonas no covid pasaron a serlo y la falta de personal llevó a cambiar de puesto a trabajadores frecuentemente".
"Muchas enfermeras volvieron al trabajo con un cansancio brutal, dificultad respiratoria, etc. Se daban las altas en cuanto negativizaban porque, entre los que estaban enfermos y los aislados, faltaba personal", rememora García. “Algunas se han recuperado pero han estado mal varios meses. También tenemos a gente con problemas cardiovasculares que han aparecido dos o tres meses después de superar la infección".
Hay poca evidencia respecto al tipo de transmisión en sanitarios, sea laboral, familiar o comunitaria
A esto hay que añadir la mella en la salud mental y la sobrecarga de trabajo. "¿Alguien se ha puesto a valorarles? Nada, lo arreglamos entre compañeros", lamenta el portavoz de CESM. Critica que no se realizaran PCR de forma generalizada para no quedarse sin personal. "Las pruebas de seroprevalencia que empezó a hacer mi gerencia en junio duraron un día: había casos activos".
Los estudios que se han hecho más tarde por hospitales "están muy bien para un artículo científico, pero estamos hablando de una empresa que no está haciendo la vigilancia de la salud de sus trabajadores. Tiene que ser para todos".
RIESGO PROFESIONAL
El segundo problema es que, aunque todos los sanitarios tuvieran su informe acreditando que el contagio ha sido en el trabajo, las fuentes consultadas opinan que, con la norma en la mano, este reconocimiento no es equiparable a una enfermedad profesional al 100%.
Bellido explica que, entre otras diferencias, mientras que el accidente de trabajo tiene un límite de cinco años, "la contingencia profesional de una enfermedad no prescribe ni en cuanto a su demanda ni en las prestaciones. Las secuelas que aparezcan pueden dar lugar a prestaciones de incapacidad incluso más allá de la edad de jubilación". Además, tras la reincorporación, la empresa está obligada a hacer un seguimiento y comprobar que el trabajo no perjudica a la salud del profesional.
Al ser un virus con un gran nivel de transmisión comunitaria, no cabría tratarlo como enfermedad profesional, según la Seguridad Social
Asimismo, con la enfermedad profesional se presupone su origen laboral. La situación actual obliga a cada sanitario a pedir a la Seguridad Social o a los tribunales la determinación de la contingencia. En países como Italia se presupone el vínculo causal entre el trabajo y la infección incluso en casos dudosos, explica la vocal de la Aeemt.
Por el contrario, Seguridad Social explicó al Defensor del Pueblo que, al tratarse de una pandemia de un virus con un gran nivel de transmisión comunitaria, como el virus de la gripe, no cabe tratar la covid-19 como enfermedad profesional.
"Como individuo puedo decidir que no me voy a exponer, pero como sanitario no puedo elegir", explica Curiel. "¿Podíamos haber definido claramente si había riesgo por el puesto? Si la Administración hubiera hecho su trabajo, sí". El problema de fondo, dice, es que la sanidad no se toma en serio la salud laboral, dejando las contingencias profesionales en manos de mutuas y los servicios de prevención infradotados.
Fuentes de Seguridad Social señalan que "sin informe favorable no tiene la consideración de enfermedad profesional, pero sí la protección de un accidente de trabajo". No obstante, defienden que "las secuelas están contempladas en la protección [no aclaran por cuánto tiempo], así como la viudedad".
El cuadro de enfermedades profesionales no incluye específicamente la covid-19 y así lo defiende la Seguridad Social. Pero sindicatos y la Aeemt creen que encaja en el apartado de infecciones causadas por el trabajo en la prevención, asistencia médica y actividades en las que se ha probado este riesgo. El Real Decreto 664/1997, sobre la protección contra agentes biológicos, sí contempla el SARS-CoV-2 en el grupo 3. Es decir, que puede causar enfermedad grave pero tiene tratamiento o profilaxis eficaz.
Este es precisamente el argumento que ha utilizado el Juzgado de lo Social número 3 de Talavera de la Reina (Toledo) para reconocer la enfermedad profesional a un auxiliar administrativo que trabajaba en la recepción de un centro de salud. Se da la circunstancia además de que, según CSI-F, la legislación actual sólo protegería a los sanitarios contagiados, mientras que esta sentencia abre la puerta a la protección de no sanitarios que trabajan en el sector salud.
A falta de probar si realmente las vacunas evitan la transmisión del virus y si servirán para proteger frente a las variantes, Bellido señala que "tenemos algún contagio en vacunados, pero son excepcionales y por contacto con conviviente positivo". Pero, incluso sin nuevos contagios, habrá que ver qué pasa en el futuro con esos 132.022 sanitarios que sí han tenido una infección confirmada.
“Me he tumbado a veces en la farmacia del mareo”
Nuria Monsó.
“Nunca he tenido seguro privado pero en septiembre lo contraté para hacerme pruebas. No me ha quedado más remedio. Un internista me comentó que era probable que no encontraran nada, pero que por lo menos serviría para descartar cosas graves. Por ejemplo, tenía dificultades para respirar y no sabía si tenía algo en los pulmones”, explica Sonia Serrano Martínez, farmacéutica de Valencia que sufre de covid-19 persistente.
“Me contagié en la farmacia, seguro. El último día que salí a algo que no fuera trabajo fue el día 13 de marzo para recoger a mis hijas del colegio, y el 14 se declaró el estado de alarma. Ni siquiera iba a comprar porque lo hacía mi marido, pero ni él ni mis hijas se contagiaron”, explica.
El 24 de marzo de 2020 empezó a tener fiebre y se marchó a casa, pero en ese momento no había pruebas disponibles. Tres semanas después fue a Urgencias. “Me detectaron una neumonía leve y como la situación estaba bastante colapsada, me dieron un tratamiento para que lo pasara en casa”.
La PCR que le hicieron fue negativa, si bien tiene la consideración de caso covid por la clínica. “Es muy difícil que te reconozcan el accidente de trabajo. Lo primero es demostrar que eres positivo y si no tienes prueba, olvídate. Da igual que sea gente que haya trabajado en el hospital...”.
Serrano cuenta que desde hace más de un año no ha tenido ningún día sin síntomas. A la sintomatología de los primeros días, o sea, la fiebre, la dificultad para respirar y el cansancio, se le han ido sumando otros como mareos, cefaleas, dolor articular, pérdida del cabello, etc. “Van apareciendo síntomas y van fluctuando: aumentan en intensidad, otros desaparecen y vuelven... Es un proceso super raro y muy complicado. No he tenido ningún día que me haya sentido la misma que era antes”, resume.
El perfil más frecuente de covid persistente es el de una mujer de mediana edad; pero “hay niños de 13-14 años que llevan meses sin ir al instituto porque tienen cefaleas, se marean, etc. No son capaces de aguantar las 5 o 6 horas de clase en el instituto”.
“Es un proceso súper raro y muy complicado. No he tenido ningún día que me haya sentido la misma”
En verano tuvo que volver a la botica, a pesar de que no se veía en condiciones. “Mi médico de cabecera dudaba de todo lo que me pasaba, todavía más al no tener una PCR positiva. Me hizo varias pruebas y consideró que yo lo que tenía en realidad era una somatización por el miedo que había pasado y que tenía que volver a trabajar. Me mandó en unas condiciones bastante malas en junio. He estado trabajando días mejores, días peores... A veces me he tenido que tumbar en la farmacia porque me mareaba y no me tenía en pie. Lo he pasado mal”, reconoce.
Después de casi un año, parte de esa debilidad había remitido, pero la vacunaron con AstraZeneca el 5 de marzo y tuvo una recaída con mucho dolor de piernas -síntoma que había desaparecido-, pinchazos, debilidad... “Me ha rematado”, lamenta. Su intención es volver en cuanto se recupere un poco.
“Hemos aprendido a medirnos para no recaer”
Nuria Monsó.
“Me levanto por la mañana y me digo: ‘¿Qué síntoma tengo hoy?’. Y allá vamos”. Nerea Montes es médico intensivista del Hospital Militar de Zaragoza, pero lleva más de un año fuera de juego por covid-19 persistente. “El tiempo que estuve trabajando, estuve supervolcada. Estaba en la comisión de epidemiología del hospital. Hablaba con compañeros de Madrid, organizaba protocolos para la UCI, la formación de Enfermería, etc. Me iba en bicicleta para evitar el transporte público y mientras comía me veía un ‘webinar’ para ver qué podíamos hacer con estos pacientes”.
Enfermó el 4 de abril. “La única que salía de casa era yo. Además de atender a los pacientes, compartí despacho con un compañero infectado y las ventanas estaban selladas”, explica.
Tuvo una bronconeumonía y luego se sumaron síntomas digestivos, dolor de cabeza, falta de memoria, alteraciones en el ritmo cardíaco, parestesias... Hoy, principalmente, sufre disnea, cefaleas y dolor torácico y articular.
“Yo tenía una memoria de elefante, y ahora me tengo que hacer listas de casi todo. Hay días en los que me cuesta acordarme del número de mi tarjeta bancaria”, lamenta. “Y eso te da mucha inseguridad en tu vida diaria y tu trabajo. Como todos los intensivistas, era muy rápida, y ahora tengo que hacer las cosas una detrás de otra”.
Reconoce que una de las cosas más desmoralizantes es cuando uno se encuentra un poco mejor e intenta retomar su vida para luego volver a recaer. “Hemos aprendido a medirnos, a ir como con mimo, frenándote de querer hacer cosas, actuar de forma mucho más contenida”.
“Queremos curarnos, queremos volver a trabajar”, reivindica Montes. Ella lo ha intentado dos veces, pero no pudo aguantar. “Al principio me asimilaron la IT a accidente de trabajo, pero las siguientes ya no están vinculadas a esa baja inicial, cuando la covid-19 es la responsable de todo”.
Hoy colabora en la asociación de Long Covid de Aragón y forma parte de una red de sanitarios a nivel nacional que está revisando bibliografía, elaborando artículos y poniéndose en contacto con instituciones investigadoras para ayudar a estos pacientes, que asegura que se han enfrentado a mucha incomprensión.
“Estamos escribiendo la enfermedad sobre la marcha y vamos abriendo paso, nos toca lo duro”
“Queremos tener cifras reales de los afectados y que se aborde de forma integral”, defiende. “La gente da muchas vueltas, hay mucha inequidad en la asistencia y de momento el tratamiento es sólo sintomático. Tenemos limitaciones físicas y cognitivas y nos preocupa que esto en el futuro derive en secuelas”.
Aún hay mucha incertidumbre, si bien Montes observa que, poco a poco, a través de estudios más específicos, se van encontrando en estos pacientes daños de tipo inflamatorio, afectación vascular, neuromuscular, disautonomía, alteraciones en el sistema inmune... “Estamos escribiendo la enfermedad sobre la marcha y vamos abriendo camino. Nos ha tocado la parte dura”.
“Mi tope de actividad continua es de dos horas”
Nuria Monsó.
“Con todas las pruebas que me han hecho han descartado muchísimas patologías. Los médicos han estado muy obcecados con que esto no era covid”, señala Fátima Gottwald, enfermera. “Al principio me dijeron que debía ser un problema psiquiátrico, pero luego han detectado daño pulmonar y cerebral”. Recientemente, en un informe de Medicina Interna, han incluido que es un “posible caso de covid-19 persistente”.
Gottwald trabajaba en la Unidad de Reanimación del Hospital de Urduliz, en Vizcaya. “Se suponía que los pacientes covid iban a Cruces y mi hospital era ‘limpio’, pero cuando se extendió la pandemia, mi unidad pasó a ser zona ‘sucia’. Lo único que hacía aparte de trabajar era comprar”.
Asegura que ha contado con material de protección. “Otra cosa es que fuera el adecuado. Una vez recibí una llamada de atención por parte de un superior por usar una mascarilla de, en teoría, más protección de la que me tocaba, aunque me la recomendó un médico”, puntualiza. “Mis compañeros y yo hemos reutilizado los EPI porque nadie nos prometía seguir teniendo más”.
Sus síntomas empezaron el 10 de abril por la tarde. “Tuve primero un escalofrío. Luego empecé con taquicardia. Me tomé la temperatura y tenía 37,3º. Con la excepción de una o dos veces, todos los días tengo algo de febrícula”.
Durante el mes y medio de fase aguda de la infección experimentó dolor en el pulmón, náuseas y diarreas, dermatitis en la cara, insomnio, taquicardias y palpitaciones, se le caían las cosas de las manos.... Hoy, aparte de la febrícula, continúa con mareos, falta de memoria, dolores articulares, palpitaciones y una mayor sensibilidad hacia los malos olores.
Lo más limitante para ella es la intolerancia a cualquier tipo de actividad física o intelectual. “No puedo estar en el ordenador o conducir más de dos horas seguidas, es mi tope de actividad continua”.
No obstante, no le han reconocido el vínculo laboral de la infección. “Siempre he dado negativo en las pruebas de PCR y anticuerpos, aunque por lo privado me he hecho una analítica celular. En EEUU esta prueba está reconocida; en España, no”.
“Como la mayoría de los pacientes con covid-19 persistente somos mujeres, dicen que es ansiedad”
Un sindicato le ha convencido para que pelee el reconocimiento de enfermedad profesional, “porque alguien tiene que ser el primero y abrir paso al resto. Mi médico de cabecera me ha dicho que, incluso si no se demuestra que es covid-19, mi diagnóstico es de viriasis”.
Opina que parte de los problemas a los que se enfrentan los pacientes como ella es el machismo: “Como la mayoría de los que tenemos covid-19 persistente somos mujeres, no se nos está investigando y nos catalogan como un caso de ansiedad. A mí se me ha llegado a olvidar dónde está el cubo de la basura en casa de mi madre, que lleva 15 años en el mismo sitio, o cómo echar gasolina. Eso no es estar despistado. Y no es que no tenga ganas de estar activa, es que mi cuerpo no me lo permite”.
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