El término covada aparece recogido como tecnicismo de la antropología en el diccionario de la RAE, con la siguiente definición: «Costumbre que pervive en zonas de Asia y de América, y que existió en algunas partes del norte de España, consistente en la permanencia, tras el nacimiento de un hijo, del padre en la cama, recibiendo atenciones, mientras la madre vuelve a sus tareas habituales». En su etimología, lo considera tomado del francés couvade, emparentado con el verbo couver (incubar o empollar, referido a las aves); otros prefieren remontarlo al verbo latino cubare (yacer, acostarse, estar echado), posiblemente a través de una construcción como puerperio cubare (encamarse durante el puerperio).
La primera mención documentada de dicha costumbre data del siglo III a. de C. en la obra Los argonautas de Apolonio de Rodas, director de la Biblioteca de Alejandría: «[…] llegaron a la Tibarénida. En ese país, cuando las mujeres han dado hijos a sus hombres, son estos quienes gimen, caídos en el lecho, con la cabeza envuelta; y ellas los cuidan con solicitud, les hacen comer y les preparan los baños que convienen a las recién paridas».
Los romanos la encontraron también en los pueblos del norte de Hispania, como describe el griego Estrabón en el tomo tercero de su Γεωγραφικά (Geografía; siglo I a. de C.): «Es común también la valentía de sus hombres y mujeres; pues estas trabajan la tierra y cuando dan la luz sirven a su marido acostándolo a él en vez de acostarse ellas mismas en su lecho». Por la misma época, el historiador griego Diodoro de Sicilia menciona en el libro V de su Βιβλιοθήκη ἱστορική (Bibliotheca historica) una costumbre parecida entre los corsos: «Con el nacimiento de sus hijos observan un hábito muy extraño: no tienen cuidado alguno de su mujer que está de parto; cuando una ha dado a luz, el marido se acuesta, cual enfermo, y permanece encamado un número fijo de días, como una recién parida».
Marco Polo observa un comportamiento parecido en la ciudad china de Vochang en 1275; François de La Mothe Le Vayer lo describe como habitual en toda América a mediados del siglo XVII; y en su Historia de las naciones bascas de una y otra parte del Pirineo septentrional y costas del mar Cantábrico, desde las primeras poblaciones hasta nuestros días (1818), el notario Juan Antonio de Iza Zamácola asegura que las vizcaínas «apenas parían, se levantaban de la cama, mientras el marido se metía en ella con el chiquillo».
Por lo que parece, pues, durante milenios y en puntos muy distantes del planeta, ha habido padres que gimen, lloran y gritan por dolores de parto, se encaman junto al recién nacido y pasan a recibir los cuidados que normalmente se prestan a las recién paridas. ¿Por qué sucede así?
Antropólogas, sociólogos, psiquiatras, feministas, psicólogas evolucionistas, historiadores, etnógrafas... han propuesto las más variopintas interpretaciones y explicaciones, pero lo cierto es que no hay certeza sobre la verdadera causa de tan extraño fenómeno.
Hay quien lo atribuye a simple astucia, gandulería o egoísmo masculinos: una forma de acaparar las ventajas (reposo, atenciones, mimos, caldos de gallina, vino dulce) de que tradicionalmente disfrutaban las puérperas. Otros, por el contrario, lo consideran una artimaña de las mujeres para conseguir que el padre se quede en casa y despertar en él, a base de mimos y cuidados, el deseo de nuevos hijos.
Para algunos, podría tratarse de una auténtica enfermedad psiquiátrica. En psicología, de hecho, está descrito un «síndrome de la covada» que designa una especie de embarazo psicológico masculino, en el que el futuro padre presenta síntomas tanto físicos (náuseas y vómitos, acidez de estómago, dolores abdominales y de espalda, alteraciones del apetito, molestias urinarias y genitales) como psíquicos (antojos, ansiedad, depresión, alteraciones del sueño, disminución de la libido) propios de un embarazo. Tal vez por empatía e identificación con el rol maternal de su esposa; en un intento quizá de compartir con abnegación dolores, ansias y sufrimientos; o como acto de valor a través del cual el marido ocupa el lugar de la puérpera para atraer sobre él la ira de los malos espíritus y librar así a su esposa de las letales fiebres puerperales. Son muchas las manifestaciones psicosomáticas a que estamos expuestos, y se han llegado a describir en varones variaciones considerables de la concentración plasmática de cortisol, prolactina y testosterona durante el embarazo de su pareja.
Otros enmarcan la covada en el tránsito de las primitivas sociedades matriarcales a las patriarcales; en su esfuerzo por conquistar el poder, los hombres fingirían ser mujeres. Para el gran teórico del matriarcado, el antropólogo suizo Johann Jakob Bachofen, la covada es una forma de reconocer familiar y socialmente la paternidad; esto es, de manifestar la jerarquía del padre en la generación y proclamar al recién nacido como hijo carnal propio. La maternidad queda demostrada de forma natural en el mismo momento del parto, mientras que la paternidad es una mera presunción que acepta el grupo social.
Me llama la atención que la RAE no recoja el término zorrocloco (o sorrocloco) como sinónimo de covada. Sí lo encuentro en el Diccionario básico de canarismos de la Academia Canaria de la Lengua con dos acepciones muy próximas: 1) costumbre que existía en Canarias, que consistía en la permanencia, desde el nacimiento del hijo, del padre en la cama, mientras la madre volvía a sus labores habituales; 2) marido de una parturienta que se fingía enfermo y recibía las atenciones de quienes los visitaban.
Fernando A. Navarro
Covada, según el diccionario de la RAE, es «costumbre que [...] existió en algunas partes del norte de España, consistente en la permanencia, tras el nacimiento de un hijo, del padre en la cama, recibiendo atenciones, mientras la madre vuelve a sus tareas habituales». Off Fernando A. Navarro Offvia Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/o8b5cwD
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