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domingo, 31 de julio de 2022

¿Debemos a los Cavendish la estructura del DNA? (I)

Fernando Navarro
Fernando Navarro
Dom, 31/07/2022 - 08:36
Firma invitada
A la izquierda: Henry Cavendish, físico y químico inglés, descubridor del hidrógeno; a la derecha, M. Gonzalo Claros, bioquímico y bioinformático malagueño, autor de esta columna.
A la izquierda: Henry Cavendish, físico y químico inglés, descubridor del hidrógeno; a la derecha, M. Gonzalo Claros, bioquímico y bioinformático malagueño, autor de esta columna.

Los científicos somos personas normales y corrientes, pero hay algunos que fueron tan relevantes y tan excéntricos que consiguieron que la mayoría de la gente nos relacione con los sabios despistados que se mueven en los laboratorios entre matraces, mecheros y retortas. Algunas fotografías recientes como la de Einstein sacando la lengua tampoco ayudan a mejorar la opinión del gran público, y mucho menos cuando algunos desconsiderados lucen dicha imagen en forma de camiseta (v. arriba a la derecha).

Uno de los más excéntricos fue el británico Henry Cavendish (1731-1810), que estudió en la Universidad de Cambridge sin lograr acabar ningún estudio. Aprendió matemáticas y física por su cuenta, y hoy es famoso por haber aislado en 1766 el aire inflamable al que sus coetáneos denominaban flogisto. Con este descubrimiento también demostró que el agua, al surgir como producto de la combustión del aire inflamable, no era un elemento, como se venía creyendo desde hace siglos, sino un compuesto químico. Por eso, Lavoisier lo rebautizó como hidrógeno (generador de agua). Otros quizás recuerden a Cavendish por su experimento con una balanza de torsión que lleva su nombre, que le sirvió para medir con bastante precisión (¡solo erró en un 1 % hace dos siglos!) la densidad de la Tierra. Se le considera también uno de los fundadores de la moderna ciencia de la electricidad, pero menos mal que no trascendió su metodología: aplicarse la corriente eléctrica en el cuerpo para calcular la fuerza de la misma en función del dolor que sentía. Describió que a veces perdía el conocimiento.

Para nuestra desgracia, este excelente científico llevaba por dentro un ser humano mezcla de excentricidad, timidez y misoginia, con una vida social prácticamente inexistente (odiaba que lo tocaran, que le dirigieran la palabra, y mucho menos que lo miraran a los ojos). Sentía tal terror patológico al contacto humano que instaló una escalera privada en su mansión para no encontrarse cara a cara con ningún sirviente (sobre todo las mujeres) y al ama de llaves le daba las instrucciones por escrito. Vamos, que padecía lo que algunos psiquiatras actuales como Oliver Sacks consideran un síndrome de Asperger de libro. Por si esto no fuera suficiente, su metal de voz resultaba irritante y tartamudeaba.

Henry no fue el primer Cavendish extravagante. En el siglo XVII (sí, un siglo antes) vivió un Cavendish singular: la escritora, filósofa y científica Margaret Cavendish (1623-1673), una de las primeras en abogar por que la teología se encontraba fuera de los parámetros de la investigación científica, y que peleó toda su vida por defender la educación de las mujeres y su implicación en la ciencia. Esta brillante mujer fue la verdadera creadora de la ciencia ficción, mucho antes del Frankenstein de Mary Shelley y los libros de Jules Verne: en 1666 publicó su novela The Blazing World traducida al español por Siruela como El mundo resplandeciente —la escritora Siri Hustvedt (premio Princesa de Asturias en 2019) publicó en 2014 otra novela con el mismo título como homenaje a ella—. La ridiculizaban como Mad Madge (Marga la Loca) por desafiar el machismo imperante y criticar la nueva ciencia y las costumbres de la sociedad de su época, no porque estuviese loca ni fuese realmente excéntrica. Si no, no se explicaría que conociera y se carteara con filósofos como Thomas Hobbes y René Descartes, y que fuera la primera mujer recibida en la Royal Society en 1667 (la siguiente lo haría siglos después, en 1945). Falleció repentinamente el 15 de diciembre de 1673, con tan sólo 50 años y catorce obras publicadas. Era tal su prestigio por entonces que el rey Carlos II dispuso que fuera enterrada con honores en la Abadía de Westminster. Cuando la visitéis para ver a los reyes de Inglaterra y Escocia, a Newton, Dickens, Kipling, Rutherford, Kelvin, Darwin, Hawking y demás, no os olvidéis de saludar también a Margaret.

M. Gonzalo Claros

Continúa en: «¿Debemos a los Cavendish la estructura del DNA? (y II)»

Henry Cavendish (1731-1810) y su antepasada Margaret Cavendish (1623-1673) son dos ejemplos de científicos excéntricos y extravagantes. Off M. Gonzalo Claros Off

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