La pandemia ha tenido muchas consecuencias y una de las más importantes ha sido en la salud mental. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas, en el primer año de pandemia un 6,4% de la población acudió a un profesional de la salud mental, fundamentalmente por ansiedad (43,7%) y depresión (35,5%). Los esfuerzos por eliminar los tabúes que hay sobre las patologías mentales han ayudado a visibilizar a la población que sufre estos problemas.
Aunque muchas veces se suelen agrupar en un mismo saco, es necesario entender que ansiedad y depresión tienen perfiles muy diferentes, con actuaciones comunes en algún caso, pero que en detalles significativos pueden ser muy diferentes. Y una de las primeras diferencias se encuentra, precisamente, a la hora de buscar ayuda.
“Los pacientes con ansiedad suelen pedir ayuda profesional con más facilidad. En cambio, los que sufren depresión a veces sienten que el problema radica en ellos, que no tiene solución o no tienen energía ni para pedir ayuda. El paciente suele ver que algo está fallando, pero quizá no lo contempla como un problema médico, con un tratamiento potencialmente eficaz”, señala Guillermo Lahera, profesor titular de Psiquiatría en la Universidad de Alcalá, de Madrid, y miembro de la Junta Directiva de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental.
Coincide en estas apreciaciones Luis Miguel Martín, director del Proceso de Atención Comunitaria y Programas Especiales del Servicio de Psiquiatría del Hospital del Mar, de Barcelona. “También nos encontramos con que los pacientes con ansiedad pueden tener un itinerario más largo por el sistema sanitario. Sienten que hay un problema que piensan que es físico y pueden ir consultando por sus síntomas en distintas especialidades antes de llegar a la consulta psiquiátrica”.
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