Desde que se registró el primer caso positivo de SARS-CoV-2 en España, el 31 de enero, en una persona de origen alemán llegada a la isla de La Gomera en calidad de turista y que había estado en contacto con un paciente diagnosticado en Alemania, hasta hoy, 26 de octubre, sumamos más de un millón de infectados (la cifra se superó el pasado día 21), lo que nos confirma como el sexto país del mundo que acumula esa cifra de contagios confirmados.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? El Gobierno de Pedro Sánchez, que había asumido el poder justo dos meses antes del citado primer caso, cometió su primer error al desoír las alertas internacionales y las nacionales y no poner en marcha hasta el 14 de marzo el estado de alarma que luego duró nada menos que 98 días. Posiblemente Sánchez y su Comité Ejecutivo se consideraron muy hábiles dejando, a partir de ahí, en manos de los gobiernos autonómicos la gestión de la pandemia en sus respectivos territorios, pero de esa forma cometió su segundo error: la covid-19 es un problema de Estado y requería, en todo momento, control de Estado; con la participación en las decisiones de las regiones, sí, pero control de Estado.
El tercer error: Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, tendría que haber sido sustituido al frente de la estrategia contra la covid-19 por un académico de la Medicina Preventiva y Salud Pública muy respetado dentro y fuera de España por sus aportaciones a la especialidad en la bibliografía médica mundial y tendría que haberse nombrado un comité formal y oficial de expertos de todas las disciplinas requeridas, del que saliesen todas las propuestas de medidas y criterios técnicos a aprobar por parte del Gobierno central con participación de los autonómicos. Cuarto error: en la compra de material (EPI, respiradores artificiales, PCR…) el ministerio hizo bien en pretender centralizar las adquisiciones, para intentar lograr mejores precios con la economía de escala, pero fracasó por no apoyarse desde un primer momento en la industria nacional con conocimientos y contactos en el mercado asiático, lo que generó falta de productos vitales para los sanitarios y un dispendio, por ahora, incalculable.
Quinto error: no dictar las normas necesarias para asumir el control (que no la gestión directa) de los recursos asistenciales, con la participación legalmente obligada de las autonomías, de tal manera que fuese posible mover enfermos con covid-19 entre unas y otras en función de recursos y necesidades, lo que hubiese paliado el abandono de enfermos en las residencias de ancianos. Es evidente que la solidaridad entre ellas ni funcionó ni cabía esperar que lo hiciera sin más.
Sexto error: no intentar poner en marcha un sistema de recogida de datos centralizado, automatizado y anonimizado de las historias clínicas electrónicas de todo el SNS para tener datos fiables y on line de la evolución de la pandemia. La credibilidad de los datos aportados por Gobierno central y las autonomías ha sido baja por la inexplicada discrepancia entre ellos.
El partidismo, en un contexto de gobiernos débiles (en minoría y de coalición en el caso del central y de autonómicos, entre ellos los de Madrid y Cataluña; en este caso también más pendiente del procés que de la pandemia), ha resultado un palo en las ruedas de la maquinaria para hacer frente con éxito a la covid-19, pero Sánchez no debió renunciar, bajo ningún concepto ni por ningún tipo de presión, a ejercer su rol en un problema nacional de tanta gravedad. Pero lo hizo, y perdió el verano, séptimo error, en no se sabe qué. ¿Por qué somete a aprobación del Consejo Interterritorial justo cuando ya cabalgamos sobre la segunda ola de la pandemia el documento Actuaciones de respuesta coordinada para el control de la transmisión de Covid-19? Pedir sacrificios a la ciudadanía es necesario, pero la pandemia requiere sobre todo un Gobierno eficaz.
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