José Joaquín Antón Basanta preside la Sociedad Española de Sanidad Penitenciaria (SESP) y trabaja como médico en el centro penitenciario de Albolote (Granada) desde su apertura, hace 26 años. Fiel a su vocación, a sus 63 años, nunca ha pensado en prejubilarse, como hacen muchos compañeros, hartos de la situación de la sanidad penitenciaria. Y es que sus palabras contagian la pasión que siente hacia su profesión y las ganas de cambiar la realidad que vive día a día: "Soy un idealista", señala.
Pese a todas las dificultades, obtiene recompensas, aunque no económicas: "Una de las cosas más reconfortantes que hay es el abrazo de una persona con un trastorno mental grave. Alguien que ha vuelto a hacer una vida razonablemente normal porque ha aprendido a tomar el tratamiento. Hay más de uno que, una vez fuera, me llama a la prisión". Y también tiene a muchas familias "tremendamente agradecidas, que ven cómo su hijo entró hecho una piltrafa". Tiene muchos presos que han logrado estar una gran temporada sin drogarse y le reconocen su trabajo.
No en vano, dentro de la cárcel han llegado a controlar enfermedades como la hepatitis C y la tuberculosis. Así recuerda la función tan importante que ha tenido la sanidad penitenciaria en el tratamiento de las hepatitis C, evitando trasplantes: "En las cárceles hemos tratado a cientos de personas. Hace 15 años, el 50% de los internos tenían hepatitis C. Hoy no llega al 0,9%. Esto es una labor extraordinaria que se ha hecho para la sociedad".
De hecho, subraya que ha llegado a presentar pósteres de hepatitis C al Congreso Americano de Hígado: "Es decir, lo que hacemos en las cárceles tiene importancia para la comunidad científica. Pero no es nada en comparación con lo que hacemos por los que viven dentro".
También lo han hecho con el control de la tuberculosis, "una enfermedad que va muy ligada a las condiciones higiénicas, sociales... Todo lo que se detecta y se cura dentro de la prisión implica personas que no van a contagiar fuera", comenta.
"Una de las cosas más reconfortantes que hay es el abrazo de una persona con un trastorno mental grave"
Considera que "la sanidad penitenciaria es tremendamente agradecida. Es un sitio magnífico para trabajar, donde se pueden hacer montones de cosas con gente que lo necesita, que tiene muchos problemas: de marginalidad, de salud... y que, por múltiples razones (de drogodependencia, entre otras), no tienen un contacto habitual con el sistema sanitario, pero son portadores de muchas enfermedades que pueden ser transmisibles, como las tuberculosis, hepatitis, VIH...".
Por ello, asegura que "cuando entran en prisión, se pueden abordar, se pueden seguir y controlar. Somos clave para su eliminación y control. Hay un problema tremendo de salud mental, no hay recursos suficientes y están acabando en las cárceles, donde ya no tenemos capacidad".
En este sentido, tiene la vista puesta en País Vasco y Cataluña, donde las competencias sanitarias en prisiones están transferidas, y pone ejemplos de su buen hacer: "El Servicio Vasco de Salud-Osakidetza está trabajando mucho en salud mental dentro de las cárceles. Tienen los mismos problemas, las mismas soluciones y los mismos desafíos que en la calle. El resto de comunidades que pertenecemos al Ministerio de Interior simplemente no estamos, no somos, ya no tenemos quiénes".
En concreto, ya hay 19 años de retraso para transferir la sanidad penitenciaria, ya que la Ley 6/2003, de 28 de mayo, de Cohesión y Calidad del Sistema Nacional de Salud establece que "los servicios sanitarios dependientes de Instituciones Penitenciarias serán transferidos a las comunidades autónomas para su plena integración en los correspondientes servicios autonómicos de salud" y da un plazo de 18 meses para ello (disposición adicional sexta). "Yo tendría que pertenecer al Servicio Andaluz de Salud (SAS) desde 2004", asevera.
En cuanto al número de consultas, menciona que "todos los días entran hasta 10 presos y se van otros tantos. A los que entran les tengo que hacer una historia clínica para ver todos los problemas que tienen, y me tengo que ir fiando de lo que me cuentan; a los que salen les hago un informe de alta para que se vayan, por lo menos, con lo que estaban tomando y poder llegar así a su médico de familia. Yo no tengo acceso a la historia clínica del SAS ni el SAS a la historia clínica de mis pacientes. Esto es un tiempo muy importante: atender urgencias, ingresos, altas, pasar consultas a diario, guardias de 24 horas y libranzas posteriores...".
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