La salud mental ha sido una de las más afectadas por la pandemia, y así lo indican diferentes estudios. Uno de ellos es el liderado por Lucía Hipólito, investigadora y profesora de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Valencia: Impacto del confinamiento por pandemia de COVID-19 en el consumo de alcohol, benzodiacepinas y analgésicos opioides, que está en fase de interpretación de datos recogidos a través de una encuesta nacional para elaborar un artículo: "Hicimos esta encuesta de consumo durante el periodo de confinamiento y finalizó cuando empezamos con la desescalada", explica Hipólito. Una de las conclusiones que más les ha sorprendido ha sido que un 2,5% de la población empezó a consumir benzodiacepinas (tranquilizantes) sin receta y el 5,7 % lo hizo además con alcohol. Sin embargo, según la encuesta, el consumo de estos fármacos con receta es prácticamente el mismo. ¿Cómo es posible el aumento sin receta? Hipólito baraja como posible hipótesis que haya sido por donaciones de pacientes que sí los adquirían con receta: "Esos meses la prescripción era sobre todo electrónica", aclara.
Aun así, el día a día confirma que el consumo de estos medicamentos con receta también aumentó a causa de la pandemia, como asegura Ingrid Ferrer López, farmacéutica de Atención Primaria de UGC Farmacia Atención Primaria Sevilla (intercentros), en los distritos Aljarafe-Sevilla Norte y Sevilla, y miembro del grupo de pacientes y ciudadanía de la Sociedad Española de Farmacéuticos de Atención Primaria (Sefap): "El consumo de benzodiacepinas aumentó al inicio del confinamiento, moderándose en los meses de verano, pero volvió a repuntar a finales de año". También ha visto cómo han recaído pacientes que se estaban deshabituando a consumirlas, "al verse modificados sus hábitos y las situaciones desencadenantes durante el confinamiento".
Una de cada 4-5 personas que intenta deshabituarse, lo consigue
De hecho, señala que una cada 4-5 personas que intenta deshabituarse, lo consigue. "Las claves para ayudar a disminuir el consumo son dar a conocer las ventajas, inconvenientes y alternativas a su uso. Es importante ir reduciendo lentamente la dosis de benzodiacepinas con asesoramiento de los profesionales sanitarios para evitar el síndrome de abstinencia".
En este asunto, comunidades autónomas como Madrid admiten haber detectado durante 2020 un total de 7.012 dispensaciones anómalas identificadas. "En la mayoría se trataría de recetas públicas y privadas para la obtención de medicamentos susceptibles de desvío a usos no terapéuticos, como Rivotril, Rubifen...", explican a CF desde la Dirección General de Inspección y Ordenación Sanitaria de la Comunidad de Madrid.
El estudio de la Universidad de Valencia coincide con algunas de las conclusiones publicadas la semana pasada de la encuesta del Plan Nacional sobre Drogas. Ésta señala que durante la pandemia creció de forma importante el consumo de hipnosedantes y su uso sin receta, sobre todo en mujeres. Las cifras de la encuesta muestran que el consumo de hipnosedantes pasó entre los hombres del 1,4% al 2,4% y entre las mujeres del 2,3% al 4%. En conjunto, durante la pandemia hubo un 3,1% de población que tomaba hipnosedantes, mientras que antes de la pandemia esta cifra era del 1,9%.
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Fármacos que crean dependencia y adicción
Ferrer López señala que las patologías de salud mental son un "problema grave, pero invisible". De hecho, la pandemia interrumpió un proyecto piloto de la Junta de Andalucía que ella lideraba, Benzostop Juntos, en el que estaba inmersa con médicos y enfermeros, y que fue premiado por el XIV Congreso Andaluz de Médicos de Atención Primaria, de Semergen Andalucía. El objetivo es tratar la dependencia de estos fármacos, utilizados para tratar principalmente la ansiedad y el insomnio a corto plazo de 4-6 semanas, con alternativas no farmacológicas. "Si los profesionales sanitarios conseguimos trasladar al paciente que las benzodiacepinas no son inocuas, el mensaje irá calando", argumenta a propósito del programa: "Se diseñó en Sevilla y la idea era, una vez pilotado, ampliarlo a toda Andalucía".
Perfil del consumidor: mayoría, mujeres
Ferrer López añade que "algo más del 10% de la población consume benzodiacepinas de manera crónica, siendo alrededor del 70% mujeres". Durante el primer trimestre del confinamiento comenta que se ha visto un mayor incremento en mujeres y más acentuado en edades inferiores a los 65 años.
Sin embargo, otro grupo poblacional donde se realiza un mayor consumo es en las personas mayores de 65 años, donde más del 50% las utilizan. "Esta población es muy vulnerable por sus problemas de salud asociados y en algunos pacientes la combinación de benzodiacepinas y opioides para el tratamiento del dolor pueden generar incremento de la mortalidad", indica.
Peor tras la pandemia
La farmacéutica opina que el consumo, lamentablemente, se acrecentará: "Si ya durante la pandemia la situación está mal, lo que nos espera detrás...", afirma, mientras insiste en que el fármaco no es la solución: "Nos ayuda, pero el paciente debe poner en práctica otras herramientas".
Ferrer sostiene que "las situaciones en las que sentimos peligro generan inquietud, dando lugar en algunas personas a que aparezcan o se agudicen problemas como la ansiedad e insomnio. El uso de benzodiacepinas en estas situaciones se recomienda sólo cuando han fracasado otras medidas no farmacológicas y los síntomas que presentan la persona son severos e incapacitantes".
No se recomienda el uso de benzodiacepinas más de cuatro semanas
La farmacéutica subraya que "el uso de benzodiacepinas debe ir siempre acompaño de una terapia cognitiva conductual que ayuda a modificar los hábitos y el modo en el que afrontar las situaciones. La duración no conviene que sea mayor a las 4 cuatro semanas, pues el beneficio esperado disminuye y, por el contrario, los efectos adversos se mantienen, generan tolerancia, dependencia, deterioro cognitivo, incrementa el riesgo de caídas y accidentes".
Pese a los tópicos, la farmacéutica liga el mercado negro de estos medicamentos con el nivel sociocultural: "En los sitios más desfavorecidos aumenta, porque es su modus vivendi. Aunque parezca muy duro, algunas familias comen gracias a esto, nos guste o no. No es lo deseable y hay que reconducirlo, pero la realidad de algunas familias españolas está siendo muy dura. A su vez, también pueden necesitar las benzodiacepinas para su propio consumo y seguir caminando en el día a día".
Cambios en el consumo de alcohol
El estudio de la Universidad de Valencia, liderado por Lucía Hipólito, también aborda el consumo de alcohol que, en general, no varió o disminuyó durante los meses de confinamiento, si bien establece matizaciones por edades: mientras que en los más jóvenes disminuyó su consumo (53% de entre 18 y 24 años, y 55% de entre 25 y 34), lo que deja en evidencia que lo asocian a un hábito social, un 18% de los mayores de 35 años lo aumentó.
El estudio también analiza el consumo de otras drogas, y detecta que prácticamente desapareció el consumo de cocaína y se mantuvo el de la marihuana: "En esta última sólo hemos visto un pequeño incremento en el hábito. Es decir, gente que ha pasado de consumir dos o tres veces a la semana a todos los días", asegura Hipólito.
Pacientes con y sin dolor
Esta investigación forma parte del proyecto de investigación básica y clínica de la Universidad de Valencia Incremento en el riesgo de adicción a alcohol y opiáceos derivada de la presencia de dolor: estudios clínicos y preclínicos con perspectiva de género, avalado y financiada por la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas (PNSD) del Ministerio de Sanidad. En él, entre otros, se propone analizar si el correcto manejo de la situación dolorosa, con o sin opiáceos, impacta en el desarrollo del Trastorno por Consumo de Alcohol (TCA) y si este es predictor del desarrollo del Trastorno por el Consumo de Opiáceos (TCO). Esta investigación, también, permitirá diseñar herramientas para discernir qué pacientes con dolor son más vulnerable a una potencial recaída.
De hecho, hasta la irrupción de la pandemia la realizaban con pacientes de la Unidad del Dolor del Hospital General de Valencia y lo han retomado esta semana.
El miedo de los pacientes con dolor a acudir a los servicios sanitarios ha generado estrés en muchos de ellos
El objetivo inicial de de esta investigación es conocer la relación entre el estrés y el consumo de drogas en pacientes sin dolor, y, por otro lado, el efecto en los pacientes con dolor. Estos, por la pandemia pueden no haber controlado su tratamiento, haber visto incrementarse el sufrimiento y, por tanto, pueden haber experimentado más riesgo al consumo de estas sustancias.
Además, durante el confinamiento, el miedo de los pacientes con dolor a acudir a los servicios sanitarios o a la congestión de los servicios vinculados a las clínicas del dolor (anestesiología) ha generado estrés en muchos de ellos, y este factor puede haber incidido en el consumo o en la recaída en el consumo de determinadas sustancias consideradas como drogas.
Por ello, antes de comenzar la encuesta, Hipólito destacaba la importancia de "que todas las perso-nas que lo deseen rellenen la encuesta, aunque no sufran dolor o no consuman alcohol o medi-camentos para el dolor, a fin de que los datos puedan reflejar la realidad de nuestra sociedad”
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