Este año celebramos el centenario de un libro médico singular, inclasificable e insólito, como no podía ser menos tratándose de nuestro igualmente insólito Ramón Gómez de la Serna (nacido en Madrid, en 1888; fallecido en Buenos Aires, en 1963). De él seguimos leyendo hoy, sobre todo, su creación más original: la greguería, intuición lírica que el propio Gómez de la Serna definió con la fórmula «greguería = metáfora + humorismo». Metáfora y humorismo son los elementos esenciales de la greguería, sí, pero también atrevimiento y cuchufleta, chirigota y sinécdoque, metonimia y aforismo, adivinanza y paradoja, epanadiplosis y adagio, paremia y tropo, hoja de almanaque y retruécano, hipérbole e hipérbaton, homonimia y paronimia, anáfora y jitanjáfora, asociación ingeniosa de ideas y cabriola irónica, y todo ello en un breve enunciado verbal.
Aquel tipo tenía un tic, pero le faltaba un tac: por eso no era reloj.
El bacilo no vacila en contagiarnos.
El estornudo es la interjección del silencio.
El jugo pancreático es el jugo más griego que poseemos.
La jaqueca es la coquetería del dolor de cabeza.
La medicina ofrece curar dentro de cien años a los que se están muriendo ahora mismo.
Las acelgas saben a consejo de médico.
¿Por qué en vez de pedicuro no se dice «curapiés»?
Roncar es tomar ruidosamente sopa de sueño.
Se dice dentífrico, suena a dentrífico, pero sonaría más a dientes si fuese dientrífico.
Tenía tan mala memoria que se olvidó que tenía mala memoria y comenzó a recordarlo todo.
Más allá de la greguería, no obstante, Gómez de la Serna brilló con luz propia como pionero del vanguardismo literario español y uno de los escritores más originales de nuestra literatura, siempre agudo, inteligente y de ingenio inagotable. Difundió las tendencias literarias de vanguardia a través de la revista Prometeo y fundó en 1914 la tertulia literaria del Café Pombo, que se convertiría en el centro de reunión intelectual y literaria de la época. Autor prolífico, la fecundidad de Gómez de la Serna con la pluma ―primero en España y luego en la Argentina― rayó lo inverosímil: escribió artículos periodísticos, apuntes, greguerías, conferencias y cuentos, cultivó la novela (La viuda blanca y negra, Gran Hotel, El torero Camacho y otros trece títulos más), el teatro (Escaleras, Los medios seres), el ensayo humorístico (Lo cursi), la crítica de arte (Ismos), el género biográfico (Azorín, El Greco, Valle Inclán) y la autobiografía (Automoribundia, Cartas a mí mismo), siempre con fino sentido del humor y un estilo literario propio, el ramonismo, en el que destacan su concepto del arte como juego y la audacia de sus recursos expresivos.
A los cien años de su publicación, recomiendo vivamente a los seguidores del Laboratorio un libro poco conocido de Ramón Gómez de la Serna: El doctor inverosímil, coincidente con la introducción de los escritos de Sigmund Freud en España y de marcado carácter psicosomático. Es una obrita integrada por más de un centenar de breves relatos independientes, en los que su protagonista, el doctor inverosímil, resuelve del modo más inusitado una serie de curiosos casos clínicos: «El ritmo de la enfermedad», «El que no podía dormir», «El granito de la muerte», «La mujer vaciada», «La pulmonía del corazón», «Las arterias y la pulsera de pedida», «Casos cerebrales», «La metábola», etcétera. Una auténtica delicia.
Fernando A. Navarro
Publicado originalmente en el número 20 de la revista Panace@
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