El mar sigue revuelto. Atrás queda el tsunami generado por la primera ola de la pandemia de coronavirus, pero la orilla aún queda lejos y toca seguir remando. Esta sensación, compartida por muchos profesionales que trabajan en los hospitales españoles es perfectamente extrapolable a los farmacéuticos internos residentes (FIR). El último año ha sido raro, distinto, en ocasiones frenético y ha obligado a dar golpes de timón en la formación de los futuros especialistas.
Para analizar cómo ha impactado la covid-19 en el proceso de preparación de los residentes, CF ha querido conocer la experiencia de boca de dos protagonistas que la han vivido en primera persona: Paula del Río, residente de tercer año (R3) de Farmacia Hospitalaria del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla (Santander), y Teresa Giménez, su tutora, que es farmacéutica especialista en Farmacia Hospitalaria en el Servicio de Farmacia de este mismo centro. Ambas comparten la visión sobre cómo ha sido la situación desde comienzos del pasado año, aunque desde una perspectiva distinta.
En el caso de Giménez, como tutora, asegura que sus responsabilidades y su labor de supervisión “han seguido siendo las mismas durante la pandemia”, y reconoce que el principal problema ha sido la organización de los itinerarios formativos de los residentes. “Durante los cuatro años que dura la residencia, los residentes van pasando por distintas áreas para ir adquiriendo las diferentes competencias profesionales. A cada residente se le organiza un itinerario formativo individualizado que recoge las rotaciones por cada una de esas áreas, tanto internas (dentro del Servicio de Farmacia) como externas (en otros servicios del hospital e incluso en otros centros). Todo esto se vio alterado con la llegada de la pandemia, que obligó a paralizar rotaciones y reorganizar itinerarios formativos”, explica.
En la primera ola
A medida que han ido pasando los meses, la situación se ha ido haciendo rutinaria, pero Giménez recuerda que al principio, con un escenario que era totalmente desconocido y una presión asistencial desbordada, hubo que atar cabos y esperar a que pasase la tempestad: “La primera ola supuso un parón total. Todas las rotaciones y demás actividades formativas se bloquearon y todo el mundo tuvo que volver a su puesto de trabajo. Fue en junio cuando empezamos a reorganizar los itinerarios formativos. Los tutores y los adjuntos colaboradores docentes tuvimos una entrevista con cada residente para conocer la situación de cada uno de ellos y para analizar si habían adquirido las competencias necesarias durante esos meses”.
La primera ola obligó a paralizar rotaciones y reorganizar los itinerarios formativos
Además del cargo que ocupa en el hospital cántabro, Giménez es coordinadora nacional del Grupo de Tutores de la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria (SEFH) y pone un caso que ejemplifica la situación que se vivió. "Hubo una residente que, en el momento de la primera ola, estaba rotando en un hospital de Galicia en Farmacocinética y tuvo que parar su formación. Estaba programado que debía estar allí dos meses, pero solo pudo estar uno. Se trataba de una situación compleja, ya que era una rotación fuera de su hospital que requiere de coordinación con el otro centro. Después de hablar con ella y con los responsables del hospital gallego, se decidió que no lo retomase, ya que ese mes había sido suficiente para asumir las competencias necesarias. Es cierto que lo ideal hubiese sido que estuviese los dos meses, pero la situación era complicada y no pudo ser", relata.
Por su parte, Del Río cuenta que ella tuvo que parar durante algunas semanas su rotación dentro del hospital por el área de Nutrición, aunque pudo retomarla sin problema cuando la vorágine amainó. Comparte con Giménez el vértigo con el que se vivieron los primeros meses y asegura que hubo que adaptarse a una realidad adversa: “A la situación de presión asistencial que teníamos había que sumar los cambios en la organización de turnos, ya que hubo que doblar el personal en las guardias, con profesionales teletrabajando, validando órdenes médicas desde casa y ayudando a aquellos que estaban en el hospital presencialmente”.
Cambios ‘impuestos’
Junto a esto, la R3 percibe que la pandemia ha impuesto un cambio obligado en la metodología de aprendizaje. “Hay conceptos que hemos aprendido a mayor velocidad, ya que determinadas situaciones que no eran tan continuas las hemos vivido de manera diaria, constante y a gran escala”, explica.
Desde su visión como tutora, Giménez también ha percibido cómo la pandemia ha obligado a muchos residentes a aprender cosas “antes de que les tocase”. De hecho, ella es uno de los responsables del Área de Gestión, y asegura que es una de las parcelas en las que más se ha visto ese aprendizaje a marchas forzadas impuesto por la crisis de la covid-19. “Durante la pandemia ha habido muchos problemas de desabastecimiento, se han utilizado medicamentos en una indicación no incluida en la ficha técnica, hemos tenido que estar tramitando muchos medicamentos a través de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps) para que hubiese una distribución de medicamentos equitativa a cada hospital a nivel nacional, se ha estado utilizando de forma masiva el remdesivir como uso compasivo (por lo que hacía falta que se cumpliesen unos criterios de validación)... Todo esto, generalmente, el residente lo ve cuando llega al Área de Gestión, pero de repente los residentes se han encontrado con esta situación, que se ha multiplicado, antes de llegar a este área. Se les ha tenido que formar en cómo se valida un medicamento fuera de ficha técnica, cómo se tramitan los medicamentos en situaciones especiales, cuáles son los criterios que tiene que cumplir un medicamento de uso compasivo, qué documentación es necesaria... A todos se les ha tenido que formar, incluso a aquellos que por itinerario formativo aún no les correspondía”, expone.
‘Farmacia de guerra’
Como es obvio, esto ha traído consigo una mayor presión para los residentes, sobre todo porque, tal y como explica la tutora, en determinados casos, ante la ausencia por contagio del facultativo especialista de una determinada área clínica, ha sido un residente ya formado en ese área quien se ha tenido que hacer cargo de la misma. "Al igual que se usa el termino Medicina de guerra, aquí podríamos hablar de Farmacia de guerra. Hay áreas en las que solo hay un especialista y, a causa de la pandemia, ha habido circunstancias en las que ha sido un residente ya formado y capacitado quien ha tenido que ponerse al frente, aunque siempre supervisado”, cuenta.
Del Río por su parte, aunque comparte lo duro de esta situación, intenta sacarle el lado positivo. “Muchas veces una situación de estrés te hace espabilar. En el momento lo vives con mucha carga de trabajo e incluso llega a parecer insostenible, pero en el fondo te permite conocer otra forma de trabajar y estrechar la colaboración de unos con otros. Aprendes a gestionarte en situaciones límite en las que no te queda más remedio que salir adelante, y eso te curte”, defiende.
Pero no solo eso. Si bien con la pandemia llegaron muchas limitaciones formativas y tocó arrimar el hombro, la residente también supo sacarle provecho a tener que estar también trabajando más desde casa. “Nosotros, dentro del servicio, durante los primeros meses de pandemia, nos dividimos en dos equipos: uno teletrabajaba desde casa y otro venía al hospital. Me pareció muy buena idea y muy acertada, ya que me dio tiempo para organizarme y estudiar la rotación que en ese momento se me había suspendido. Me permitió además tener más tiempo para organizar mis propios proyectos y avanzar en otras cuestiones profesionales”, destaca.
Sin presencialidad
Una de las cuestiones que más echan de menos tanto la tutora como la residente es que, a raíz de la pandemia, se hayan suspendido casi en su totalidad las actividades formativas presenciales: cursos, conferencias, seminarios, etc. “Los cursos presenciales te permiten un feedback que los virtuales no tienen, al igual que tampoco tienen las vivencias con el resto de asistentes, el compartir experiencias y el establecer alianzas profesionales”, señala Giménez con nostalgia.
Los cursos on line no permiten el feedback con otros asistentes que se da en los presenciales
Sobre esto, Del Río también defiende que “la no presencialidad impide compartir conocimientos y genera que no haya retroalimentación” con el resto de compañeros. Además, critica que la oferta formativa on line, en algunas situaciones, resulta excesiva y hace difícil decidir cuál escoger: “En los cursos virtuales, aunque les dediques tiempo, hay menos interactividad y no atiendes igual. Cada vez hay más y hay momentos en los que la oferta resulta inabarcable”.
Con los pacientes
Las limitaciones en la presencialidad, sobre todo durante la primera ola de la pandemia, también han afectado a algo esencial para el residente de Farmacia Hospitalaria: el contacto con determinados colectivos de pacientes. De hecho, según explica Del Río, la llegada del coronavirus obligó a modificar el proceso de consultas de dispensación ambulatoria, de pacientes externos y de pacientes oncológicos, con el fin de evitar que estos acudiesen al hospital. “Fue un cambio que redujo el contacto que teníamos con ellos, pero también nos permitió impulsar el proceso de telefarmacia que ahora se está implantando y ver otra forma de la dispensación de medicamentos que nunca habíamos realizado”, afirma.
Sobre esta cuestión, Giménez asegura que ese cambio en el trabajo con las pacientes, impulsado por iniciativas como la telefarmacia o el acercar la medicación al domicilio, ha sido muy provechoso para los residentes y ha potenciado aún más el papel profesional del farmacéutico de hospital entre la población.
Y no solo de cara a los pacientes. La mayor comunicación que hubo entre los especialistas y residentes de Farmacia Hospitalaria durante la primera ola con el resto de profesionales a raíz de los desabastecimientos y del aumento de los trámites “ha hecho que compartamos más conocimientos y ha permitido aumentar nuestra visibilidad dentro del hospital”, concluye Giménez.
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