Cada vez existe más evidencia científica sobre la importancia que tiene una buena alimentación en el envejecimiento saludable, pero la malnutrición es un problema frecuente en la población mayor. Su prevalencia oscila entre el 16,6% y el 21,4%, según una revisión sistemática realizada en 2012, que es la más reciente. El congreso que la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC) está celebrando en Sevilla ha hecho hincapié en una patología en la que a menudo no se repara. El mensaje, por tanto, ha sido claro: los profesionales de atención primaria deben estar alerta.
“Tenemos que tener los ojos bien abiertos para detectar a los pacientes potencialmente desnutridos”. Es la conclusión de Rosana García Pliego, especialista en medicina familiar y comunitaria del centro de salud Aguilar Cubas de la Sagra (Madrid), quien ha expuesto su receta para enfrentarse a la malnutrición del anciano. Lo más importante es tener claro que la pérdida involuntaria de peso debe generar preocupación clínica, independientemente del IMC que tenga el paciente inicialmente: “Un paciente que pierde ocho kilos en un mes sin una causa lógica debe hacer saltar todas las alarmas del médico de Familia”.
La especialista ha significado que la malnutrición es una patología crónica de alta prevalencia que pasa desapercibida en muchas ocasiones, pero que tiene una importante repercusión en la salud de los pacientes. Favorece la progresión de muchas enfermedades, contribuye a la etiología compleja de la fragilidad y se asocia al aumento de la mortalidad. La lista de problemas que puede provocar es larga: cansancio, riesgo de intoxicaciones farmacológicas, mayores tasas de infección, aumento del número de caídas, estancias hospitalarias más prolongadas, aparición de úlceras por presión o pérdida de capacidad funcional.
En el otro extremo se sitúa la malnutrición por exceso (o sea, la obesidad), que se vincula a un aumento del riesgo cardiovascular, la limitación de la movilidad y, de nuevo, la pérdida de capacidad funcional.
Rosana García ha defendido que atención primaria es el mejor lugar para detectar la malnutrición porque el médico de Familia conoce a los pacientes y puede observar su evolución de manera longitudinal: “Si un paciente acude a nuestra consulta y vemos que el pantalón le queda grande, o la hija nos comenta que está comiendo menos, o sabemos que se ha quedado viudo y no sabe cocinar, tenemos que sospechar que ese anciano está malnutrido o en riesgo de malnutrición”.
Una de las dificultades es la falta de formación: “En mis tiempos no se hablaba absolutamente nada de nutrición en la carrera y tampoco durante la especialidad. Preguntando a mis residentes, creo que no hemos mejorado gran cosa”. Tampoco hay nutricionistas en primaria. Los profesionales se manejan en cuatro dietas enlatadas que comparten con Enfermería (diabetes, obesidad, colesterol e hipertensión): “Nunca he visto una dieta enlatada para desnutrición, nos toca a nosotros buscar la formación”.
Necesidades específicas
Y este precisamente es el objetivo de esta ponencia. Esta experta ha explicado cuáles son las necesidades nutricionales específicas del paciente anciano, que son distintas a las del adulto. La primera es el IMC, ya que diversos estudios han demostrado que un IMC entre 25-30 kg/m2 se asocia a un mejor estado de salud: “Esto es importante porque cifras normales para adultos jóvenes (por ejemplo un IMC de 20-22) en mayores pueden estar hablando de desnutrición”.
Otro factor diferente tiene que ver con las necesidades proteicas. En el adulto joven se aconsejan 0.8 g/Kg/día de proteínas. Pero para evitar la pérdida de masa muscular, en ancianos se necesita una ingesta de 1-1.2 g/Kg/día, e incluso cifras mayores en caso de úlceras por presión, enfermedad grave o desnutrición severa.
Aunque el metabolismo basal disminuye con la edad, es mejor evitar dietas hipocalóricas porque la ingesta insuficiente de energía aumenta los requerimientos de proteínas. Se recomiendan 30 kcal/kg/día, adaptando este valor al sexo, estado nutricional, actividad física y presencia de enfermedad.
Diagnóstico y valoración nutricional
Para el diagnóstico existen muchas herramientas de cribado. La más utilizada en nuestro medio es el Mini Nutritional Assessment (MNA). El consenso mundial alcanzado en 2018 (Global Leadership Initiative on Malnutrition) plantea realizar el diagnóstico en dos pasos. Primero hay que identificar el riesgo mediante una herramienta de cribado y, en los casos positivos, realizar una valoración nutricional completa para establecer el diagnóstico etiológico y la gravedad.
La valoración nutricional pasa por una buena historia clínica, evaluando las patologías que pueden producir una disminución de la ingesta, la absorción intestinal reducida y las enfermedades que aumentan el gasto energético. La ponente considera de especial interés revisar los fármacos y hacer un registro dietético para estudiar los hábitos alimentarios del paciente. En la exploración clínica es fundamental calcular el IMC y valorar la masa muscular así como hacer una observación de la capacidad funcional. Finalmente, la analítica aportará información de los marcadores nutricionales.
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