Tan solo tres años después de la aprobación de la Constitución democrática, Cataluña recibía las transferencias en sanidad. Los hospitales del Insalud eran pocos y mal repartidos en el territorio y la atención primaria era tan solo el voluntarismo de algunos, sin medios ni objetivos claros y sin ningún prestigio académico ni profesional. La salud mental era prestigiosa pero anticuada y el sociosanitario era un concepto inexistente.
Pero Cataluña atesoraba una larga y potente tradición de grandes profesionales, un sector asegurador consolidado en forma de mutualidades, cooperativas y otras formas societarias que habían dado cobertura durante años a cientos de miles de usuarios, y una red de hospitales y clínicas de gran prestigio y rigor asistencial. El “modelo sanitario catalán” estaba cantado, si se quería dar, de forma eficiente, cobertura a una renovada forma de prestación gratuita de la que nadie quedara al margen. Solo necesitaba de un factor que ahora aparece como difícil aunque esperemos que no imposible: el acuerdo político y social entre partidos y organizaciones que partían de ideologías muy diferenciadas.
Lo que distinguió verdaderamente a la Cataluña de aquellos años no fue tan solo partir de una “sociedad civil" fuerte y estructurada alrededor de la sanidad, sino sobre todo, un compromiso inteligente y generoso de quienes tenían la responsabilidad política de construir el futuro aprovechando todas sus fuerzas, sin excluir a nadie. Eso fue el modelo sanitario catalán: poner a disposición de un sistema público la múltiple realidad existente, que había demostrado su valor, construyendo complicidades para ofertar servicios de calidad y asequibles, con una visión clara de cómo afrontar los retos del futuro.
La misma pujanza de una sociedad emprendedora y desacomplejada siguió favoreciendo, en paralelo, a aquella red de hospitales de “utilización” pública con una nueva generación de profesionales, centros y empresas aseguradoras que han llegado hoy a ser atractivas para uno de cada tres catalanes, aun teniendo una sanidad gratuita de gran calidad profesional y humana.
Pero probablemente, la lejanía de aquellos tiempos tan difíciles como heroicos y el martillazo de una epidemia de vigor desconocido en la memoria de nadie, nos lleva de nuevo a pensar y, por qué no, repensar, cuál ha de ser el modelo del futuro inmediato. El “antiguo” modelo tenía, a mi entender, tres problemas objetivables que creo pueden compartir una inmensa mayoría de observadores imparciales:
1. Importantes problemas para obtener una financiación sostenible, como cualquier modelo que aspire a dar a toda la población acceso gratuito e inmediato a unas prestaciones de cuidados y de salud, si quiere contar tan solo con aportaciones del Estado.
2. La dificultad para encontrar los adecuados incentivos a la mejora, cuando la financiación no procede de clientes, ni de un mercado de seguros, sino de un monopolio asegurador público.
3. La existencia de dos redes: una universal y pública; y otra, parcial y privada; que hasta ahora no tenían la mínima coordinación deseable para producir mayor eficiencia y mejor servicio para todos, ya que ni se coordinaban ni compartían los datos de los pacientes que son comunes a ambas.
Jamás diremos que esta más que maldita pandemia ha traído nada bueno en sí misma, pero hemos de reconocer que nos ha estimulado a todos a investigar más y mejor, a esforzarnos mucho más para poder prevenir, en la medida de lo posible, nuevas enfermedades y a trabajar noche y día por el objetivo común que es el bienestar de cada una de las personas que conforman nuestra sociedad.
Interrogado hace unos días en este mismo periódico el director del Servicio Catalán de la Salud (CatSalut), Adrià Comella, sobre cuáles fueron las claves de un éxito de cooperación estrecha entre las dos redes que hemos descrito, señaló muchos factores que comparto, pero destacó uno que fue la llave de nuestro mejor pasado, lo ha sido del duro presente y puede ser la de nuestro mejor futuro: “El debate ideológico fue secundario, fuimos muy pragmáticos”.
Los humanos hemos tejido desde hace siglos una red inimaginable de complicidades que ha dado los mejores resultados de la historia de la humanidad sin la necesidad de una jerarquía única y aprovechando todas las iniciativas “públicas” (del Estado) o “privadas” (de los emprendedores). A su lado, la nacionalización, la centralización, la prohibición de la iniciativa privada, etc., cuyos sus resultados son conocidos sobradamente, deberían ser pesadillas que quedaran para siempre en el olvido.
El Estado moderno, sigue teniendo un papel indiscutible en el mantenimiento de la salud pública a la que hemos de aportar muchos más recursos que los actuales. Pero la financiación y gestión aseguradora o prestadora de los servicios, ha encontrado su óptimo en el equilibrio y cooperación entre la responsabilidad del Estado y la de la iniciativa empresarial bajo la forma societaria que el emprendedor crea más adecuada.
Si la inteligencia y sensibilidad demostrada por el actual equipo del CatSalut para gestionar la pandemia triunfan, tendremos un futuro de progreso. Si no, retrocederemos. Avanzar en una sanidad más accesible y de la máxima calidad para todos, es el objetivo compartido. No deberíamos equivocarnos en algo tan evidente y substancial.
via Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/3t2fbKR
No hay comentarios:
Publicar un comentario